El Tigre de Chamberí. Los tramposos.

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En El Tigre de Chamberí, un patán conquista el amor de la muchacha más guapa a fuerza de ser íntegro y buen tío. En Los tramposos, un par de timadores dejan la mala vida y reciben como premio a dos chicas bellísimas de tetas kilométricas. Son  películas de la España católica y moralista, que narraban vidas descarriadas que terminaban siendo ejemplares. 

En aquellos tiempos, ser alguien decente y con estudios te aseguraba una buena opción en el draft de las mujeres. Ellas mismas te preferían antes que liarse con el cantamañanas que iba de discotecas, de guateques, que las manoseaba a destiempo en los asientos del 600. Sólo las pelanduscas preferían subirse a la Vespino de estos tipejos engominados. Los años cincuenta y sesenta fueron muy duros en la política y en la economía, pero en el terreno sexual fueron el paraíso de los mediocres, de los tipos grises pero formales. Yo hubiese sido la hostia, en aquella España sin monarquía constitucional, con mis costumbres espartanas, con mis gafas de concha, con mi adusta seriedad. Se me hubieran rifado, las mozas del lugar: las vecinitas del quinto, o las señoras del supermercado. 

Sin embargo, cuando yo nací, estos méritos ya eran filfa y baratija de los rastrillos. Las chicas ochentosas y noventeras estaban en otro rollo, en otra onda. Fueron los años dorados de los ligones, de los chuloputas, de los graciosillos del chiste estúpido. De los pretendientes motorizados. Del chico más canalla o del quinqui más gilipollas. Del que más bebía, del que más fardaba, del que más grande aseguraba tenerla. 

    La bendita democracia fue una desgracia para nosotros, los aburridos. Somos, en lo nuestro, unos nostálgicos del No-Do.





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