Lee mis labios

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Gracias a Lee mis labios me reencuentro con el director francés Jacques Audiard, tan admirado en estos escritos. Me entran ganas de explayarme en su figura, y en su cine, tan denso e interesante. Pero termino de ver la película y no sé muy bien qué escribir. Lanzarme a la parrafada sería un ejercicio inútil y de mal gusto, en estas condiciones lamentables del intelecto. Prefiero probar la fórmula que me enseñara el Maestro Venerable: redactar un pequeño catálogo de bondades, cinco detalles, cinco sonrisas, cinco florecillas que me dejó la película sobre el sofá.

1. En Lee mis labios he encontrado a un alma gemela de la sordera que desconecta el audífono cuando la realidad sonora se vuelve insufrible, o insultante. Yo, que también padezco del mal oído, pero que aún no he llegado a la necesidad del audífono, me protejo del mundo con los auriculares de la radio, que llevo a todos los sitios, en prevención de los encontronazos sociales. Carla quitando su aparato y yo poniendo el mío, compartimos un aislamiento que es al mismo tiempo maldición y deseo.
2. Los ojos de esta mujer, Emmanuelle Davos, musa de Jacques Audiard, actriz consumada y preciosa, que lleva dos esmeraldas guardadas en los ojos.
3. Sus labios carnosos, carnales, casi excesivos, que por momentos se salen de la pantalla como aquellos de Videodrome a los que James Woods, arrebatado en su alucinación, besaba como reales. Una envidia, su chaladura.
4. La Torre Eiffel, una vez más, brillando en la noche de París, observada desde esta azotea donde los dos tunantes, el matón y la sorda, planean su robo. Nunca he estado en París, ni en su noche, pero es una ciudad que siento muy mía, tantas veces visitada en la ficción de los franceses. Me he enamorado muchas veces de las parisinas, en sus calles siempre limpias, bajo su cielo siempre plomizo.
5. Monica Bellucci no trabaja en esta película, pero si Vincent Cassel, su marido, y verle a él es como pensar en ella.




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