Religulous

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En Religulous, Bill Maher trata de hacer comedia enredando a gente muy religiosa en sus contradicciones infantiles. Pero los chistes de Bill Maher son muy viejos, y muy manidos: los mismos que usábamos los ateos precoces con nuestros compañeros de colegio. Ellos, por supuesto, los creyentes de la película, se aferran a su fe como a un salvavidas en la tormenta, y lo único que consigue el humorista al final es adentrarse en una película de terror. Porque ver a estos adultos, gentes en su mayoría inteligentes, y muy capaces en otros aspectos de la vida, defendiendo la verdad literal de las fabulaciones que ellos toman por la Palabra de Dios, le devuelve a uno a los abismos de la misantropía, de la fe nula en nuestro futuro como especie. Es imposible no dejar de pensar en cualquier loco de estos apretando el botón de los misiles, o haciendo todo lo posible para que otros lo aprieten en venganza, llevados por el susurro del ángel, o por la inspiración de una epifanía...

Lo que se dirime en Religulous no es una cuestión de opiniones. Aquí hay una diferencia real, importante, de trascendencia máxima para nuestro futuro. Lo denuncia el propio Bill Maher al final de su experimento, cuando él mismo se da cuenta de que el humor no basta para exponer el peligro potencial de estos mandamases de pétrea fe. Ellos creen, literalmente, en el Paraíso, en el Infierno, en la pronta venida de Jesucristo para administrar justicia y salvarlos a ellos –of course- de la quema. ¿Qué les impide, pues, anticipar en unos añitos la llegada de la muerte, la suya, y la de todos, si con eso se pegan el gustazo? Y no es necesaria, como advierte Maher, una guerra nuclear para que Jesús descienda sobre nosotros coronando el hongo radioactivo. Basta con abandonar el planeta a su suerte. Con llenarlo de gente, con llenarlo de mierda, con agotar sus recursos hasta dejarlo seco. Y hacer un poco de dinerito en el proceso, claro está, para luego comprar el ojo de la aguja y ensancharlo a su acomodo.




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