Captain Fantastic

🌟🌟🌟🌟

Sacar a los hijos del sistema escolar y educarlos con criterios propios sobre lo que es válido y superfluo, nutritivo y desechable, es un acto de valentía que aquí, en nuestro país, además de no tener encaje legal, tiene muy mala prensa. La mayoría de las veces, cuando leemos estos casos en los periódicos, encontramos a fundamentalistas religiosos que no quieren que sus hijos escuchen las prédicas del laicismo, ni las intoxicaciones del socialismo. Uno, que simpatiza con la idea del homeschooling pero nunca tuvo tiempo ni agallas para lanzarse a semejante aventura, admira el gesto desafiante de estos iluminados, y sus férreas convicciones, pero al mismo tiempo tiembla al pensar qué escucharán esos chavales en los sermones del hogar. Ellos serán el ejército oscuro que mi hijo habrá de combatir en los años venideros, en las barricadas simbólicas, o en las de verdad, vaya usted a saber.


    En otros países, sin embargo, la práctica del homeschooling también es frecuente en las gentes de bien y provecho. Allí hay nostálgicos del librepensamiento que acomodan a sus retoños, arrancan la furgoneta y ponen una distancia de seguridad con el mundo decadente y contaminado que nos toca vivir. Captain Fantastic cuenta las andanzas de una familia numerosa que vive en las Montañas Rocosas, lejos de la civilización, guiados por un padre que es al mismo tiempo instructor de caza, profesor de literatura y wikipedia andante en un mundo que no conoce la conexión a internet. En esa República Independiente de su Casa no se reconoce más autoridad moral que la de Noam Chomsky, del que incluso se celebra el cumpleaños en cuchipanda familiar. Y tal devoción, para este humilde admirador de don Noam, es un acto conmovedor y emocionante. 

    Y así predispuesto, casi con lágrimas en los ojos, soy capaz de ir perdonando uno por uno todos los pecadillos de la película, porque Captain Fantastic es tramposa, esquemática, de trazo grueso y concesiones lacrimales. Pero también atesora momentos de gran verdad: hay conductas ejemplares, discursos certeros, éticas personales que resisten como rocas a los contratiempos.  Hay reflexiones muy valiosas sobre donde termina uno y dónde empieza la sociedad, y viceversa. Captain Fantastic tiene demasiada enjundia para emitir un informe negativo.

Ben: Cuando tengas sexo con una mujer, sé amable y escúchala. Trátala con respeto y dignidad aunque no la ames.
Bo: Ok
Ben: Di siempre la verdad. Toma siempre el camino correcto
Bo: Lo sé.
Ben: Vive cada día como si fuera el último. Absórbelo. Sé atrevido, sé audaz, pero saboréalo. Esto va muy rápido.
Bo: Lo sé.
Ben: Y no te mueras.
Bo: No lo haré.



Leer más...

Black Mirror: 15 millones de méritos (y 2)


🌟🌟🌟🌟

La otra lectura terrible de 15 millones de méritos es que las personas que luchan por cambiar el sistema terminan siendo fagocitadas por el mismo, y convertidas, a su pesar, en otra distracción para las masas. En hologramas que animan el pedaleo, o entretienen las noches de cansancio. Esto ya lo intuíamos desde que el Che Guevara fuera inscrito en las camisetas, y convertido en icono pop. Comprado por los mismos que decimos admirarlo y tenerle presente en nuestras rojas oraciones. Ahora que llueven ladrones de punta en nuestro país, y que necesitamos sabios que agiten nuestras conciencias, el sistema ha vuelto a reaccionar con contundencia. Los podemitas a los que yo tanto quiero -y a los que tanto critico también- han hecho el viaje completo entre el auge y la caída. Ellos se dieron a conocer en los medios de comunicación, y saltaron a nuestras vidas para hacernos ciudadanos responsables. Y finalmente, cuando pasaron de ser una curiosidad zoológica a un peligro mayúsculo, los mismos intereses que los promocionaron los reabsorbieron, y los reclamaron como suyos, y los encerraron de nuevo en el televisor para animar los magacines matinales, y las tertulias nocturnas, poniéndolos en igualdad moral con esos indeseables que desean lo peor para usted y para mí. El debate político se ha convertido en un circo, en un espectáculo. Un teatrillo de guiñoles que se olvida nada más irse uno a la cama.

    Las personas de mi generación recordarán que al principio de Supermán, allá en el planeta Krypton, la pena impuesta al general Zod y sus compinches por el delito de rebeldía no es la muerte, ni la cárcel, ni el destierro a otro planeta. Simplemente se les encierra en un cuadrado bidimensional que flota por el espacio para que ya no se oigan sus gritos, ni se escuchen sus advertencias.



Leer más...

Black Mirror: 15 millones de méritos

🌟🌟🌟🌟

En la distopía de Black Mirror: 15 millones de méritos, las clases obreras sólo tienen dos destinos en la vida: pedalear continuamente sobre bicicletas estáticas para producir la electricidad que mueve el mundo, o aparecer en las pantallas que entretienen a esos mismos pedaleantes, cantando, bailando o protagonizando shows televisivos de lo cutre. En los pabellones donde viven los artistas, los alimentos son naturales, las habitaciones más espaciosas, y los paisajes tras las ventanas verdaderos bosques y montañas. Previo pago de quince millones de créditos, que son muchos meses de esfuerzo sobre el sillín, quienes desean escapar del sudor y alcanzar esa vida más digna se presentan al casting de Hot Shot para ser evaluados por un tribunal tan exigente como recoñón, en una parodia de Operación Triunfo que casi no necesita caricatura, ni exageración.

    Parece una distopía terrible, ésta que propone Black Mirror en su segunda entrega, pero en realidad el asunto nos resulta terriblemente familiar. No hay mucha diferencia entre levantarse a las seis de la mañana para servir desayunos o limpiar los retretes (que es el quehacer cotidiano de nuestras clases humildes) o cabalgar en esas bicicletas generatrices como hacen los infortunados del futuro. En un mundo como el nuestro, que ha convertido la educación en una broma de mal gusto, y le ha quitado cualquier propósito de realización personal, o de mérito para ascender en el escalafón, nuestros vecinos también viven esclavizados por sus trabajos, y embrutecidos por su des-formación. Cuando a las diez de la noche se derrumban ante la tele para soñar, la única alternativa que encuentran es el éxito instantáneo, la fama vacía. Ya no hay caminos intermedios ni honorables. El todo o la nada. El ganador o el perdedor. O entretener a los galeotes, o remar junto a ellos. Los americanos han ganado la guerra, y su Black Mirror -ésste muy real y cercano- da mucho más miedo que el británico de la ficción.




Leer más...

La fiesta de las salchichas

🌟🌟🌟🌟

Yo en realidad quería hablar de La vida moderna, que es el programa de radio que tanto me hace reír en las caminatas. Broncano, Quequé y Farray son tres señores que practican un humor mordaz y gamberril que saca lo peor que llevo dentro. Lo más incorrecto e inconfesable. Yo les escucho en el podcast mientras camino por los montes, o mientras hago las faenas del hogar, y menos mal que no hay nadie en los caminos, ni nadie en los pasillos, para no hacer el ridículo mientras me brota la carcajada, o lloro incluso de la risa.  Yo quería hablar de estos tres cómicos impagables, pero los escritos de este blog se ciñen estrictamente al mundo del cine, y de este trío calavera solo Ignatius Farray ha hecho sus pinitos en la farándula de las series televisivas, o de la filmografía nacional.

    Así que he tenido que buscarme otra excusa para confesar que dentro de mí, tan tonto y tan simple como el primer día, sigue viviendo el adolescente que yo fui. En mi camino hacia la ancianidad no he perdido las personalidades que otros sacrifican o metamorfosean. A mí todos los inquilinos se me quedan dentro, de gorrones o de caridad, cada uno con su gusto y con su idiosincrasia, y de vez en cuando tengo que darles cancha para que no se pongan tontos, y no monten un motín el día menos pensado. Es por eso que a veces, para darle satisfacción a mi chico del acné, veo películas como La fiesta de las salchichas, que podría parecer una película porno por el título, o una película infantil por los dibujos animados, y que en realidad no es ni una cosa ni la otra.  Igual que los juguetes de Toy Story cobraban vida en la habitación de Andy cuando éste dormía o partía para el colegio, los alimentos de esta gamberrada también tienen sus conversaciones, sus dilemas, sus deseos sexuales incluso, cuando las estanterías permanecen cerradas al público.

    En la sección de productos no-dietéticos comparten balda las salchichas y los panecillos -que en este caso son panecillas- y tan estrecha convivencia solivianta las pasiones, y enciende los fogones, y las salchichas ya sólo quieren adentrarse en la panecilla, y las panecillas ser completadas en su interior esponjoso... Sí, queridos lectores: es muy burdo, pero muy eficaz. Mi adolescente, al menos, se ha reído como un tonto del haba. Y además esto es sólo el comienzo de la película. Aquí cada alimento tiene su filia, su perversión, su amor secreto, y al final, los Almacenes Shopwell se revelan como una Sodoma y Gomorra de los tiempos modernos. Un laberinto de pasiones como el de Pedro Almodóvar que sirve para entretener la espera hasta que llegan las siete de la mañana, y el encargado abre la puerta, y los dioses del Más Allá entran con sus carromatos para elegir los mejores alimentos, y conducirlos al Valhalla de la eternidad...



Leer más...

Black Mirror: Tu historia completa

🌟🌟🌟🌟🌟

Los personajes de Tu historia completa -que caminan sólo dos pasos por delante de nuestra realidad- llevan una memoria externa implantada tras la oreja. Una cápsula conectada al cerebro donde queda registrado todo lo que ven, y todo lo que escuchan. Con un mando a distancia que los usuarios llevan en el bolsillo, las grabaciones se pueden ver en la propia retina, a modo de sesión particular, o pueden proyectarse en una pantalla para enseñar el vídeo de las últimas vacaciones, o mostrar cómo pusimos al jefe en su sitio con una respuesta cortante. Los personajes de Black Mirror, que son usuarios avanzados del dispositivo, ya casi no ven la televisión, ni el YouTube: se acomodan en los sofás, buscan un bonito acontecimiento de sus vidas, sentimental o pornográfico, y se zambullen en la recreación fidedigna de sus experiencias, protagonistas absolutos de sus dramas y comedias.

    La memoria de las neuronas es muy poco fiable cuando los sucesos se alejan en el tiempo. Los sentimientos interfieren en los recuerdos como hacían los historiadores con los hechos antiguos, que los reacomodaban al antojo del vencedor de la batalla, o del gobernante de turno, y distorsionaban genealogías, o suprimían enemigos, o creaban nuevos sucesos que jamás existieron. La biología  de la memoria es frágil y maleable, y por eso, en el futuro tecnológico de Black Mirror, ya nadie pierde el tiempo discutiendo si aquello sucedió de tal modo, o si tú me llamaste no sé qué,  o si tú me dijiste no sé cuantos. Los litigantes desenfundan sus mandos a distancia, buscan el momento exacto en el disco duro de los recuerdos, y uno de ellos, como en los duelos del Oeste, permanece de pie mientras el otro muerde el polvo, traspasado por una bala.

    La memoria externa, como juez que intermedia en las discusiones de pareja, no tiene precio. Lo que antes duraba horas y horas de reproches, ahora se dilucida en un santiamén, y el tiempo ganado puede aprovecharse para seguir construyendo el amor, o para cultivar champiñones en la terraza. Pero ay, de la memoria inmaculada, si cae en las manos de un marido celoso como el protagonista de Tu historia completa, que se pasa las horas muertas dándole al wind, y al rewind, y al zoom que amplía los detalles, para buscar el desliz verbal, el  gesto delator, la mirada impertinente, en esa esposa ya acojonada que lleva tiempo contándole medias verdades, y medias mentiras...



Leer más...

El pequeño Quinquin



🌟🌟

A los que somos muy de ciudad y nunca tuvimos una casa en el pueblo, ni un contacto frecuente con el agro, el personaje chanante de El Gañán -que luego conocimos como Marcial Ruiz Escribano- fue durante largo tiempo nuestro corresponsal más fiable en los territorios desconocidos. Un poco como ahora Pedro Lucha, el amigo radiofónico de David Broncano, que cada semana envía a la radio una crónica descojonada de la vida en la Sierra del Segura, entre olivos y gorrinos. De Marcial Ruiz Escribano, que era un Séneca de alta sabiduría y de recio castellano, aprendimos muchas cosas sobre la sociología profunda de los pueblos. Los usos y costumbres que han resistido dos mil años cualquier intento de romanización. Entre otras cosas que hay un tonto supino en cada villorrio de nuestra geografíco: un pobre infeliz que no se mete con nadie pero es el hazmerreír de los más listos y resabiados. Esto ya lo sabíamos desde Amanece que no es poco, donde el tonto incluso se presentaba a las elecciones municipales para ser reelegido en el cargo, pero el amigo Marcial lo recordaba todo con una claridad meridiana, muy ilustrativa para los urbanitas estudiosos del tema.

    Sin embargo, en este pueblo del norte de Francia donde transcurre la acción de El pequeño Quinquin, los tontos no son una singularidad, sino una mayoría casi absoluta, como en el Congreso de Nuestros Diputados. Todos sus habitantes parecen traspasados por un pasmo, raptados por una ausencia, sin que quede claro si esto es debido a una tara genética de la endogamia, o a una contaminación ambiental de los mil búnkeres que allí construyeron los alemanes. Esta serie venía muy recomendada por los críticos que han visto en ella el humor que otros, quizá menos perspicaces, quizá más descolocados con esta inversión numérica, no hemos conseguido apreciar. Los decepcionados con El pequeño Quinquin hemos pasado por la idiosincrasia de puntillas y nos hemos quedado embobados con ese paisaje bellísimo a orillas del Atlántico, que ya forma parte de los destinos predilectos del transitar por las pantallas. 



Leer más...

Jóvenes prodigiosos

🌟🌟🌟🌟

Cuando el cine posa su mirada sobre el drama de escribir, casi siempre se fija en los escritores bloqueados ante el folio en blanco, que son, con diferencia, los seres más trágicos de su especie. El cursor, que parpadea en el desierto de las arenas blancas, es la pesadilla de cualquiera que haya querido juntar dos líneas para desahogar un pensamiento, o explicar sus conclusiones ante un profesor. 

    Sin embargo, sobre los escritores hiperactivos que rellenan folios y folios sin terminar nunca la tarea, el cine ha sido menos pródigo en acercamientos. Jack Torrance escribió cien mil veces "Sin trabajo y sin cerveza Homer pierde la cabeza" allá en el Hotel Overlook, enloquecido por los espíritus, y Michael Douglas, en su desventura de  Jóvenes Prodigiosos, camina por el folio dos mil y pico sin llegar a ninguna conclusión sobre su novela interminable. Lo suyo no es una cuestión de posesión demoníaca, sino la maldición de la segunda novela, que es la que pone a prueba el talento de un escritor. Alguien dijo una vez que cualquiera puede escribir un gran relato. Uno. Todos tenemos una historia insólita que contar, y hasta la vida más gris y aburrida, si se da con el tono apropiado, si se encuentran las herramientas adecuadas, puede desembocar en una obra maestra de la literatura. Nadie llevó una vida más rutinaria que Fernando Pessoa en Lisboa, y de los pensamientos que extraía caminando de casa al trabajo, y del trabajo a casa, escribió el Libro del Desasosiego. Pero, ay, la segunda novela... O ay, del blog interminable de los logorreicos en internet... Ahí el escritor mediocre patina sin remedio, y sin los asideros autobiográficos de los comienzos, uno ya no sabe a qué ficción agarrarse, y sobreviene la duda y la autoflagelación. Y la escritura eterna e improductiva.

    Y más si uno, como el personaje de Michael Douglas, conoce a otro escritor, joven y prodigioso, que se saca las ficciones como quien se suena los mocos, o se sacude la caspa, con la facilidad insultante de los genios. Entonces Michael Douglas se abandona a la desesperación, y deja de afeitarse, y se pone las ropas confundidas, y hasta sufre ausencias que son como escapatorias de la mala escritura, y ya sólo el batacazo total podrá sacarle de esa pesadilla donde se hunde entre la palabrería hasta quedar enterrado.



Leer más...

Black Mirror: El himno nacional

🌟🌟🌟🌟🌟

Black Mirror es una serie aterradora sobre el futuro tecnológico que nos aguarda, y sobre el futuro sociológico que nos espera. Aunque cada episodio cuenta una historia diferente, existe un argumento común que los enlaza: que la tecnología avanza a pasos agigantados mientras nosotros, los homo sapiens que la creamos, y la consumimos, casi no hemos evolucionado desde los tiempos de las cavernas. La biología camina a paso de tortuga mientras los bytes y los píxeles se multiplican como bacterias. Los humanos somos monos que juegan con cacharros muy sofisticados. Entre el antropoide que lanzaba el hueso al aire en 2001, y el hombre que cuatro millones de años después dormitaba en la nave espacial, sólo hay un 1% de genes que marcan una diferencia exigua y muy poco esclarecedora. Casi todos hemos pensado alguna vez: ¿qué haría un troglodita si aterrizara de sopetón en nuestra época, con las televisiones, los teléfonos móviles, las redes sociales? ¿Qué pensaría, cómo reaccionaría, qué cosas asumiría como verosímiles y cuáles atribuiría al sueño, a la pesadilla, a la brujería de su chamán? Y no caemos en la cuenta de que nosotros mismos somos trogloditas ofuscados, superados por las implicaciones éticas de lo que vemos y lo que inventamos. Unos cavernícolas que ahora cazan la carne en el supermercado, y que se visten con ropas del Alcampo o de El Corte Inglés según las economías.

    Lo que viene a decir el primer episodio de Black Mirror, El himno nacional, es que la gente, cuando enciende la televisión, consume lo que le echen. Como los cerdos. Como esa cerda que el Primer Ministro británico tendrá que tirarse ante las cámaras si quiere evitar la muerte de la princesa Susannah, que ha sido secuestrada por un bromista conceptual de altos vuelos. Charlie Brooker, que es el guionista e ideólogo de la chanza macabra, quiere recordarnos que el morbo es más poderoso que la ética. La curiosidad más fuerte que la decencia. Que el homo britanicus, como cualquier otro primo de su especie, no va a apartar la mirada cuando el Primer Ministro comparezca sollozando ante la cámara, desnudo de cintura para abajo, con el miembro retraído ante el esfuerzo zoofílico que exigen las circunstancias. "Es historia", dicen algunos; "Todo el mundo hablará de ello", dicen otros; "Que se joda", argumentan los de más allá. Y así, con parecidas razones, todos los monos racionalizan su fascinación mientras gruñen de asco sin parpadear. 





Leer más...