La muerte del señor Lazarescu

🌟🌟🌟🌟

La muerte del señor Lazarescu ya nos anuncia, desde su mismo título, que este pobre hombre, alcohólico y viudo, anciano y enfermo, va a morir de sus achaques. Lo que no nos cuenta el título -y es el intríngulis que nos mantiene pegados al sofá- es el periplo burocrático que recorrerá el pobre hombre en sus últimas horas. La road movie en ambulancia que lo llevará por los servicios de urgencia de Bucarest. El caso es que, unos porque no quieren encargarse de un enfermo desagradable, y otros porque carecen de medios en esa Rumanía post-soviética y pre-arruinada, los médicos y las médicas se irán pasando la pelota del señor Lazarescu como en un juego macabro de las tantas de la madrugada.


         Alguno dirá: son cosas que sólo pasan allá en Rumanía, que mira cómo están esos desgraciados. Pero no nos pongamos tan alegres. Son las barbas de nuestro vecino rumano, de nuestro primo romance, las que vemos pelar en esta incómoda película. Aquí, cada cierto tiempo, surge una noticia muy parecida a este acontecer del señor Lazarescu. Una trama absurda de protocolos y negligencias que desemboca en la muerte del señor García, o de la señora González. Errores médicos siempre los ha habido, y siempre los habrá. Pero uno tiene la impresión de que estas noticias han pasado del goteo a la llovizna, de la sección de sucesos a las páginas de sociedad. Los que ahora nos gobiernan dicen que estas afirmaciones son propias de comunistas, de radicales, de perroflautas piojosos. Nos aseguran que con menos personal y con menos medios vamos a curarnos mejor de nuestros males. Ellos nunca van a pisar los hospitales mugrientos que transitó el señor Lazarescu en su agonía. Ellos se curan en sus clínicas privadas, en sus sanatorios exclusivos, en sus hospitales carísimos de Estados Unidos cuando llega la enfermedad grave. Será por dinero...

La perra suerte de los Lazarescus o de los Rodríguez les importa tres cojones y medio. Para ellos, sólo somos los remeros en esta galera que recorre los mares en busca de riquezas para el patrón. Si un remero se muere, rápidamente se pone a otro en su lugar. Para que no cuajen los motines, nos permiten la compra de pisos, de ordenadores, de utilitarios. Y en nuestro embobamiento nos van sisando un poco en la comida, un poco en el vestir, un poco en la educación.... Y un poco en las medicinas, a ver si vamos dejando sitio, que la juventud pide paso y rema más fuerte.




Leer más...

Expediente Warren

🌟🌟

Había leído en varios sitios que Expediente Warren -con su casa poseída por los espíritus, y su familia acojonada en el interior- era una película rompedora con el subgénero. Una que aportaba aire fresco e ideas renovadas a esta trama mil veces repetida. Pero mentían, claro está. Los propagadores del bulo se han embolsado unos buenos dineros con la campaña. 


          Expediente Warren... Fueron pasando los minutos, y los sustos, y los tópicos, y alcanzada la hora de metraje ya estaba uno enredado en la enésima película de puertas que se cierran, y bocinazos que te meto. Uno se mete en estas historias y cuando quiere salir de ellas ya es demasiado tarde. Mientras el cerebro rezonga y se lamenta, las extremidades permanecen paralizadas y no hacen ningún movimiento. Ellas sí que pasan miedo con estas excursiones al mundo de los no-muertos. De hecho, yo juraría que el mando a distancia vive poseído por algún espíritu salido de la película, y que va cambiando de sitio cuando la idea de darle al stop se configura en el pensamiento. Se defiende con astucia, el jodido ectoplasma. Lo mismo pone el mando a la izquierda que a la derecha, bajo el culo que en el regazo, en la mesita contigua que debajo del sofá. Lo mío con este trasgu sí que es un fenómeno paranormal, un poltergeist de mil pares de cojones. Muy verídico, además. 

Aquí hubiera querido ver yo a la famosa pareja de parapsicólogos, Lorraine y Ed Warren, haciendo fotografías infrarrojas del duendecillo. Aquí sí que hay un peliculón en potencia, intimista y a la vez inquietante, con unos sustos que te cagas cuando vas a darle al stop y te descubres con un plátano en la mano. Ése que ya te habías comido media hora antes...




Leer más...

Lincoln

🌟🌟🌟

“Diré, pues, que no estoy, ni nunca he estado, a favor de equiparar social y políticamente a las razas blanca y negra (aplausos); que no estoy, ni nunca he estado, a favor de dejar votar ni formar parte de los jurados negros, ni de permitirles ocupar puestos en la administración, ni de casarse con blancos... Y hasta que no puedan vivir así, mientras permanezcan juntos debe haber la posición superior e inferior, y yo, tanto como cualquier otro, deseo que la posición superior la ocupe la raza blanca.”
Septiembre de 1858, Illinois,  campaña electoral para el Senado.

El político que pronunció estas palabras dos años antes de la Guerra de Secesión no pertenecía a los estados del Sur. Este hombre del que usted me habla, criado políticamente en el norte, moderado y sabio, padre de la patria y espejo de virtudes, era Abraham Lincoln. El mismo que cuatro años después, ya metido hasta las rodillas en el fregado de la guerra, responde así a las presiones del ala radical de su partido, impaciente por el retraso en la aplicación de las leyes abolicionistas:

“Querido señor: mi objetivo primordial en esta lucha es la salvación de la Unión, y no el salvar ni destruir la esclavitud. Si pudiera salvar la Unión sin liberar a ningún esclavo, lo haría; y si lo pudiera conseguir con la liberación de todos los esclavos, también”.

Steven Spielberg nos muestra a Abraham Lincoln sólo dos años más tarde, en 1864, acariciando el fin de la guerra y el inicio de la prosperidad económica. Pero este Lincoln es muy distinto del que se adivina en los escritos antes expuestos. El de la película es un hombre idealizado sobre el que se posan los ángeles, y da vueltas la aureola, aunque ésta no se vea porque reluce dentro del sombrerón de copa. Siempre que el personaje de Lincoln toma la palabra -y da igual que sea un gran discurso que una anécdota del abuelo cebolleta- una música de resonancias celestiales nos recuerda que no es un simple mortal el que rebate las ideas o se va por los cerros de Virginia, sino un santo de la política y del humanismo sin tacha. Un héroe americano que murió como un mártir por defender a la raza negra, y que ahora inspira a los presidentes electos y a los líderes del mundo mundial.

Si Abraham Lincoln se presentara a unas elecciones del siglo XXI, su ideario encajaría únicamente en un partido xenófobo de ultraderecha. Son las paradojas que surgen cuando se quieren analizar realidades de hace diez generaciones con postulados que rigen el mundo posmoderno. Cuando se hacen películas de época con el filtro ideológico que hoy  separa lo correcto de lo aberrante. Cuando se hacen buenas películas como Lincoln que uno, sin embargo, aunque lo intenta con todas sus fuerzas, porque es de Spielberg, y actúa Daniel Day-Lewis, y se come la pantalla Tommy Lee Jones, nunca termina de creerse.




Leer más...

Ali

🌟🌟🌟

Ali no es la primera película que veo sólo porque ando enamoriscado de su actriz protagonista. Ni será la última. Ninguna referencia negativa es capaz de detenerme cuando corro en pos de la mujer amada. Ni los abucheos de la crítica ni las maldades de los cinéfilos me hacen desistir del empeño. No me detuvieron cuando me enfrenté a Los crímenes de Oxford persiguiendo la anatomía de Leonor Watling; no me salvaron del martillazo de Thor cuando me sorprendió robándole el amor de Natalie Portman. Cuando voy embobado y medio imbécil, salto al vacío y me precipito sobre películas que sé, de antemano, que no van a dejarme huella ni sustancia. 

De gentes como yo vivió durante décadas el star system de Hollywood. Las salas se llenaban de espectadores que iban simplemente a enamorarse de sus estrellas favoritas, en citas que se repetían dos o tres veces al año porque la maquinaria de los estudios iba bien engrasada, y producía películas a destajo. Hoy en día, sin embargo, sólo los adolescentes y los gilipollas seguimos a ciegas estos dictados impulsivos del corazón, inmaduros los unos, irrecuperables los otros.

Ali no es una mala película. Líbrenme los dioses de tal afirmación. A ratos te pierdes y a ratos regresas, pero en ningún momento te asalta la tentación del abandono. Tiene sus gracias, sus diálogos, sus idiosincrasias ibéricas. Pero nunca se hubiera estrenado en mi salón de no ser porque vivo enamorado de Nadia de Santiago, desde aquel día que la descubrí en las páginas de la revista Cinemanía sonriendo sobre su lote de DVDs. Sólo por Nadia, como Nadia Comaneci, o Nadia Galaz, me he dejado liar; sólo por ella voy a concederle a Ali este aprobado benevolente y bonachón. Leo con desespero que Nadia ha vuelto al mundo de la televisión, donde las series son eternas, y vienen troceadas por la publicidad, y además no son ni chicha ni limoná. No habrá, de momento, más películas suyas. La quiero mucho, pero hasta la tele no puedo seguirla. Por encima del amor están los principios. 




Leer más...

Las flores de la guerra

🌟🌟

Hace un par de años, en Ciudad de vida y muerte, conocimos la toma de Nanking por los japoneses, y la herida que aquello abrió en el orgullo del pueblo chino. Aunque la memoria flaquea, y todos los salvajismos guerreros terminan por parecerse, uno guarda el recuerdo de una gran película, aunque el relato de las atrocidades fuera, como no podía ser de otro modo, maniqueo y parcial. 

    Desde aquellas guerras chino-japonesas del siglo XX, los dos tigres asiáticos se odian como felinos, y una película que fuera china y equidistante con Nanking habría sido tan utópica como una película israelí complaciente con el Holocausto. Porque, además, el hecho innegable es que las tropas japonesas entraron en la ciudad a sangre y fuego, sin reparar en disyuntivas de civiles o militares, hombres o mujeres, niños o adultos. Una de las grandes atrocidades del siglo XX, que ya es mucho decir. 





            De todos modos, los gobernantes chinos no debieron de quedar satisfechos con aquella propaganda, quizá porque Lu Chuan rodó su película en blanco y negro y no se vio el rojo brillante de la sangre. Así que dos años después, para subrayar el (según ellos) carácter intrínsecamente perverso de los nipones, le encargaron a Zhang Yimou esta otra película de mil millones de presupuesto y una estrella occidental encabezando el reparto. 

    Los que han participado en ella se han forrado de billetes, y han conseguido el aplauso entusiasta de los prebostes del Partido. Pero la película, entre ustedes y nosotros, es una caca. Las flores de la guerra lleva el maniqueísmo hasta extremos ridículos, la cursilería hasta límites antenatresianos. La ñoñez de su historia -que aseguran verídica- hasta la arcada precursora del vómito. Tiene, además, el atrevimiento moral de sugerir que la vida de una puta vale menos que la vida de una novicia, porque estas van camino del cielo, y aquellas camino del infierno por la vía vaginal. La vía duodenal de Chiquito de la Calzada, no te jode... Las flores de la guerra es deleznable en las formas y execrable en la moraleja. Más que una película china, parece una propaganda de Vaticano Productions. Una de mártires cristianos sin leones ni romanos, pero con tanques y japoneses. A esto le llaman modernizar el mensaje.



Leer más...

Pelle el conquistador

🌟🌟🌟🌟🌟

Allá por el siglo XIX, aunque ahora nos parezca mentira, los suecos salían de su país para ganarse el pan y las habichuelas, y no para tumbarse a la bartola en las cálidas playas del Mediterráneo. Sí, amigos míos, y queridas mías: aunque ahora nos cueste imaginarlo, Suecia también fue un país pobre, como ahora lo somos nosotros. Eficientes y serios, los suecos de entonces inauguraron un período de paz duradero con sus vecinos, y aplicaron las ventajas de la ciencia moderna para acabar con la viruela que aniquilaba a las gentes, y con las enfermedades que arrasaban con la patata. Víctimas de su propio éxito, el país sufrió un crecimiento demográfico que hubo que aliviar con la emigración masiva. La mayoría viajó a Estados Unidos, donde nació una próspera colonia que todavía hoy nos regala esas actrices bellísimas que nos parten el corazón y nos curan el hipo. Benditos sean por siempre sus antepasados, intrépidos cruzadores del Atlántico. 

Otros, los menos pudientes, cruzaron el estrecho para buscar trabajo en la vecina Dinamarca, por entonces más rica y menos poblada. Pelle el conquistador cuenta la historia de un padre y un hijo que sobreviven trabajando como esclavos en una granja de vacas. Es una historia bellísima que lleva un cuarto de siglo formando parte de mis películas favoritas. Recuerdo que en 1989, Pelle compitió con Mujeres al borde de un ataque de nervios por el Oscar a la Mejor Película Extranjera, y que aquí en España, antes de estrenarse, los críticos y los periodistas ya se reían mucho de ella, porque decían que era un dramón muy aburrido, una cosa lacrimógena que no podía compararse con la comedia disparatada de Pedro Almodóvar. Recuerdo que Pelle el conquistador se llevó el premio entre abucheos y sollozos del personal, a las tantas de la madrugada. Al día siguiente los telediarios abrieron con la nefasta noticia. ¡Injusticia!, clamaban los periódicos de izquierdas, simpatizantes de la movida madrileña y de sus discípulos más aventajados. ¡Pierde España!, pero pierde el maricón, titulaban los periódicos de derechas, con el corazón dividido entre el patrioterismo y la homofobia. Mucha gente, en acto de venganza, no fue a ver Pelle a los cines. Los que fueron, salieron a la calle disimulando las lágrimas y la emoción, para que no les tacharan de quintacolumnistas daneses camuflados en la retaguardia.




Leer más...

Shaolin Soccer

🌟

Shaolin Soccer es probablemente la peor película que he visto en mi vida. Una pandilla de ex-monjes del kung-fu montan un equipo de fútbol para hacer frente a los Evils de Shanghai, un plantel de chinos hormonados que preside un millonario que parece sacado de Puerto Banús. Es una mierda de película. El fútbol es el cebo que nos ponen a los tontos para que piquemos como truchas. El terreno de juego es un enorme tatami donde se exhiben las patadas voladoras, los brincos imposibles, los malabarismos de chiste. Los diálogos parecen sacados de un curso para gilipollas, y la historia de amor, de un culebrón programado por Antena 3. Es tan horrible, Shaolin Soccer, que a partir de la media hora, superado ya el shock del balompedista, empiezas a sospechar que todo esto responde a una estrategia calculada, y que este tipo, Stephen Chow, responsable del invento, y delantero centro de la tropa, es un cachondo mental que en el fondo nos está haciendo un favor. 

    Uno recuerda, de pronto, la Teoría de la Fascinación por lo Cutre que nos enseñara el maestro Pepe Colubi, y comprende que Shaolin Soccer es exactamente lo que parece: una memez supina, una majadería considerabel, y no una película que esconda una pretensión de seriedad o de trascendencia. Es entonces cuando quien esto escribe, acompañado del Retoño, que se descojona a mi lado, se libera del corsé absurdo del crítico de cine y termina agradeciendo este despelote de primera categoría. Siete días después, vuelve a ser viernes. Vuelve a ser fiesta de guardar. Mi retoño bienamado; mi cine bienquerido.


 


Leer más...

La ventana

🌟🌟

Yo juraría que los actores de La ventana no son argentinos, sino suecos, y que ésta no es una película de Carlos Sorin, sino de Ingmar Bergman. Me han dado gato nórdico por liebre argentina. Rodada en interiores, el único campo abierto que transita nuestro protagonista lo mismo podría pertenecer a la Pampa que a los alrededores de Malmö. De hecho, a mí este prado sin segar, con las vacas y las florecillas, el anciano y sus recuerdos, me suena mucho al de Fresas Salvajes, a crepúsculos al raso donde los personajes filosofan sobre la muerte o recuerdan melancólicos la primera teta que palparon.

Para no repetirse, Carlos Sorin ha ido a caer en el homenaje que menos le apetecía a uno. Acabé tan cansado de las películas de Bergman, en aquel ciclo que hace unos meses que casi me costó la cinefilia y la cordura, que me quedé de piedra cuando me descubrí de nuevo en la habitación donde yace un moribundo, rodeado de tictacs del reloj, de silencios espesos de las criadas. Otra vez en Gritos y susurros...  Hay planos, incluso, que parecen sacados de las películas de Dreyer (¡horror!), con esos haces de luz que entran por la ventana e iluminan el lecho donde la vida y la muerte juegan su partida de ajedrez. Muy escandinavo todo. Silencioso y tétrico. Estimulante, a veces, cuando a uno le da por pensar en su propia muerte, rodeado de quién, reposando dónde, imaginando qué cosas... Pero muy aburrido, en general. Uno venía preparado para la cháchara de los argentinos, para el fútbol y el mate, el boludo y el pibe, y se ha visto, de pronto, en un error imperdonable de los servicios aeroportuarios, subido en un avión que despegaba rumbo a Goteborg, sin diccionario de sueco ni ropa de abrigo.




Leer más...