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Verónica

🌟🌟

Verónica cuenta dos historias de terror. Y la más aburrida, para mi mal, es la que se lleva gran parte del metraje. La que protagoniza propiamente Verónica, la chica de los gritos y las contorsiones. La chica que huye de los espíritus malignos, de la monja con glaucoma, de las sombras del pasillo. Lo archisabido, vamos. Y eso que esta vez, para variar, no se trata de una casa encantada, ni de una cabaña en el bosque, sino de un piso obrero de Vallecas con fantasmas de muy poca alcurnia y apellidos muy de andar por casa. Verónica es una película de terror al cuadrado porque además transcurre en habitaciones minúsculas, con sofás de escay, baños con orines y suelos que necesitan dos manos de amoníaco para recuperar el brillo de la primera pisada.

    La historia que da verdadero pavor es jusgtamente esa: la pobreza, la precariedad, la esclavitud de los pobres, y no la mandanga de los poltergeists y los sustos de los cojones. Lo que da canguelo es la vida de Ana, la madre de Verónica, esa mujer con cuatro hijos que nunca está en casa, y que cuando está, sólo lo hace para dormir, y para sobrellevar los dolores de cabeza. Ana trabaja a destajo en un bareto de mala muerte, con horarios imposibles y descansos inexistentes. Se ha quedado avejentada, jodida por su marido ausente, y ha delegado las labores del hogar en Verónica, su hija mayor, a la que explota con todo el dolor de su corazón. Ana es una currante de manos callosas y ojeras como mochilas que no se entera de nada hasta el penúltimo fotograma de la película, tan cansada como va, tan derrotada como viene. 

Verónica, su hija, no se vuelve tarumba porque el espíritu del mal se haya colado por la rendija de la ouija, ni porque su primera regla le esté poniendo el sistema hormonal patas arriba. Verónica es una víctima colateral de la explotación de la clase obrera, que ahí sigue, recrudecida, desde los tiempos del bisabuelo Karl. La chavala, simplemente, ya no puede abarcar más: tres hermanos que cuidar, unos estudios que cumplir, unas amigas que contentar… Sin un minuto libre, al límite de su exuberante energía. Una olla a presión que dejará salir el vapor por el lado torcido de la realidad. O de la irrealidad...




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