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Caja de luz de luna

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En Caja de luz de luna, Al Fountain, que es un ingeniero industrial al que todo le sonríe en la vida, se enfrenta al espejo una mala tarde de verano y descubre, acongojado, que le ha salido una primera cana en el cabello, justo por encima de la oreja. Al es un tipo que ronda los cuarenta años, y debería estar preparado para este desenlace fatal de la melanina. Un trance que otros empezamos a sufrir a edades más tempranas, abrasados por el estrés y por la mala alimentación. No voy a decir que los canosos prematuros nos alegremos de las nieves prematuras , pero no montamos, desde luego, este dramón existencial que el señor Fountain desencadena en la película, y que sirve de hilo conductor para que los cuarentones reflexionemos sobre el devenir de la vida, y sobre la realidad lacrimosa de la decadencia. 





            Tengo que confesar que yo, lejos de entregarme a la depresión, celebré el nacimiento de mis canas como una oportunidad en el mercado de las mujeres, pues mis escarchas surgieron inicialmente en las sienes, y en pocos meses ya lucía esas patillas plateadas que algunas incautas confunden con la madurez, y con el buen juicio del portador. Así, felipegonzaleado, empecé a a notar que algunas hembras me miraban un segundo de más en las colas del supermercado, y en las barras de los bares, y aunque estas miradas nunca dieron paso a la conversación que precede a la aventura, porque la verdad es que tampoco está uno para glorias de rechupete, yo me sentía, por fin, después de veinte años de espera, un hombre objeto.

            Sí, amigos, es así de triste. Para mí, que nunca fui un triunfador, las canas no marcaron la frontera entre el éxito sexual y los primeros achaques de la pitopausia. Las canas dieron comienzo a mi pequeña edad de oro, de la que no he sacado gran partido, eso es verdad, porque pelean en mi contra otros graves defectos. Este blog, por ejemplo, que tampoco ayuda mucho a tal empeño, siempre al borde de la charlotada, de la exposición impúdica de mis entretelas.  Y es que salvando las sienes encaladas, no hay mucho más que ofrecer. Con la edad, mis miradas no se han vuelto más sabias, ni mis ademanes más contenidos, ni mis opiniones más moderadas. No he dominado mis impulsos, no he refrenado mis estupideces, no he sustituido la grasa por la finura, ni la torpeza por la mesura. Soy un adolescente atrapado en el cuerpo de un hombre maduro, y las mujeres más inteligentes lo saben, o lo adivinan, y me borran rápidamente de sus agendas mentales. Mis cabellos canos sólo pueden engañar a las más bobas, a las más superficiales, y a las mujeres que no deseo. Sea como sea, a mis canas les debo lo poco que conservo de mi orgullo masculino. Sin ellas ya no sería hombre, sino fantasma, pasado, premuerto. Gracias a que me salen cada vez más, y cada vez más lustrosas, todavía sueño y fantaseo. Al contrario que Al Fountain, nunca lloro delante del espejo cuando descubro una nueva.



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When you are strange

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Todo el mundo miente. Ésa era la máxima infalible que guiaba al doctor Gregory House en sus consideraciones. Tom DiCillo, que es un tipo muy listo, y que seguramente ha visto algún episodio de House, tiene muy en cuenta esta divisa a la hora de acercarse a la figura de Jim Morrison. When You’re Strange es un documental mondo y lirondo, sin entrevistas de ningún tipo. ¿De qué servirían las opiniones de los coetáneos?, que ya son gentes mayores, con los recuerdos confusos, o con las memorias enredadas, como nos pasa a todos.
Gentes, además, que muy probablemente conocieron a Jim Morrison fumándose un porro, o alucinando con un tripi, o meciéndose en las marejadas noctámbulas del alcohol. Gente que tendrá un pasado que defender, un mérito que apuntarse, un secreto fundamental que al final resultará ser una minucia sin importancia. Un enredo de egos y olvidos selectivos que nada aportaría a nuestro conocimiento de aquella movida. DiCillo se limita a enhebrar filmaciones y fotografías con la voz en off de Johnny Depp, didáctica y neutral, que ni alaba ni condena, que ni flipa ni maldice. Un regalo para el espectador, que ya no tiene que hacer el esfuerzo de separar el polvo de la paja. Sólo los documentos, y la narración de los hechos. Un trabajo modélico.
            




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