Mostrando entradas con la etiqueta Timothée Chalamet. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Timothée Chalamet. Mostrar todas las entradas

No mires arriba

🌟🌟🌟🌟🌟


La mejor película del año llegó en su penúltimo día, casi cuando ya echábamos el cierre y hacíamos el balance. Es un decir metafórico, claro, un plural mayestático. “No mires arriba” ha sido como el amor maravilloso que ya no se espera; como el billete de 50 euros que aparece en el bolsillo cuando cuelgas el abrigo. El último regalo y el último homenaje. La última risa, y la última cara de tonto. Una fiesta cinéfila de pre-Nochevieja, a falta de cotillón y de vestidos escotados. Y de una cogorza memorable.

“No mires arriba” llegó en realidad el último día, porque eran las once de la noche del día 30 cuando la puse, y las 2 de la mañana del día 31 -interrupciones varias, pero insoslayables- cuando la terminé, desvelado perdido. La película de Adam McKay trata sobre el coronavirus, pero como McKay es un tipo muy inteligente que no quiere ser obvio, ni solaparse con la realidad, ha decidido que la desgracia que acojone a la humanidad sea la llegada de un cometa, uno de esos como montañas que arrasan los planetas y exterminan las especies. Un Galactus mineral. También podría haber sido un cataclismo climático, o una amenaza nuclear, ahora ya menos de moda. Da lo mismo. Lo que McKay buscaba era desnudar a los estúpidos, señalar a los medios, denunciar a los lobbies. Llamar al capitalismo fascista por su nombre: capitalismo fascista. Recordarnos -otra vez, sí- que nos dirigen cuatro psicópatas sonrientes y cuatro sociópatas enfermos. Y que la gente les vota con una sonrisa y con una mano en el corazón. La presidenta ficticia de los Estados Unidos es tal cual Isabel Díaz Ayuso teñida de Cayetana.

McKay tira a dar, a matar, a cercenar incluso. Trata a la gente como lo que es: básicamente poco formada, acientífica, acrítica, manipulable. Cuando el cometa Dibiasky ya es una pedrusco insoslayable sobre las cabezas, un 30% de votantes se declara “negacionista del cometa”, y otro 30% opina que de su caída vamos a salir todos mejores. ¿Les suena?

“No mires arriba” es hiriente, afilada, ocurrente, cachonda, despiadada. Profundamente guerrillera. Es una gozada. No escuchen a sus críticos de cabecera. Ellos ya adelantaron la borrachera de Fin de Año.


Leer más...

Dune

🌟🌟🌟🌟


Dune cuenta la historia de dos empresas familiares que se disputan un valioso mineral en el planeta Arrakis, desértico y bereber. Y en eso, haciendo paralelismos, es fácil identificar a los Harkonnen y a los Atreides con los chinos y con  los americanos (o viceversa) que se disputan los minerales africanos que ahora mismo mueven nuestro mundo.

Dune también va de un mundo al revés en el que los sometidos tienen ojos azules, y no como sucede aquí, en el Sistema Solar, donde las gentes con ojos claros son una casta superior que liga más y mejor, y obtiene mejores puestos de trabajo. No lo digo yo: lo dice Nancy Etcoff en un libro fundamental. Iggy Rubin, el humorista, decía que si bebes agua mineral en el embarazo te sale un hijo con ojos azules, aristocrático, y no un simple “ojo de grifo” como nosotros. También decía que si ves un mendigo con ojos azules puedes pedir un deseo; que las lágrimas vertidas por los ojos azules curan la fiebre; que la miopía de los ojos azules no se mide en dioptrías, sino en quilates. Y es la puta verdad, además.

Dune también nos recuerda que hay mucho hijo de puta capaz de subir el precio de los productos básicos aunque la chusma planetaria tenga que comer arena para sobrevivir.  Se me ocurren muchos cabronazos de la vida real para interpretar a los Harkonnen y a los Atreides. Alguno, incluso, de sangre azul.

Dune también va de un futuro distópico -o no- en el que los hombres ya solo somos surtidores de semen, bancos de genes, y son ellas, las mujeres, mucho más listas e iniciadas en los Secretos, las que cortan el bacalao y deciden el destino del universo.

Pero Dune, sobre todo (y nos lo remarcan en el primer fotograma) habla del miedo terrible a que nuestros sueños nocturnos se hagan realidad. Yo entiendo muy bien a Paul de Atreides, aunque sea un explotador. Entiendo su desazón y sus sábanas revueltas. Si mis sueños cotidianos se hicieran realidad, yo tendría que volver con Ella, a revivir el infierno contradictorio de su presencia. Todas las noches, cuando cierro los ojos, un gusano insidioso se desliza por mi cama, y repta por mis piernas.







Leer más...

Día de lluvia en Nueva York

🌟🌟🌟🌟

“La vida real está bien para los que no dan para más”. Lo dice el personaje de Selena Gómez en la película, bajo la lluvia fingida de Nueva York -que mira que está crecida, y guapetona, y sexy que te enamoras, doña Selena, ahora que la reencuentro años después de Los magos de Waverly Place, que era una serie que yo veía con mi hijo en el Disney Channel pensando en mis cosas, ajeno a las tramas que allí se cocían, mientras él se enamoraba en secreto de sus primeras actrices inalcanzables. Lo dice Selena Gómez, sí, en Día de lluvia en Nueva York: que hay gente tan corta, o tan conformista, o tan enfrascada transitoriamente en alguna ilusión, que se conforma con las migajas que ofrece la vida real. Pero es obvio que Woody Allen habla a través de su personaje. En una entrevista promocional que concedió hace unos meses en la prensa, Allen dijo:
    “Lamentablemente, uno no puede vivir en la ficción, o se volvería loco. Hay que vivir en la vida real, que es trágica. Si yo pudiera, viviría en un musical de Fred Astaire. Todo el mundo es guapo y divertido, todos beben champán, nadie tiene cáncer, todos bailan, es fantástico”.



    Y yo, que soy otro escapista de la realidad, otro Houdini que llega a las horas nocturnas agotado de vivir tanta verdad irrefutable, firmo debajo de esta declaración. Que es de amor al cine, y de denuncia de las true stories. El mundo al revés, sí, quizá… Pero qué le voy a hacer: las películas son mi válvula de escape, mi psicoanálisis, mi meditación tibetana. Mi recreo de las asignaturas obligatorias. Mi momento de despiste, de ensoñación, de absoluto abandono de la responsabilidad. Mi viaje astral, mi sesión suspendida, mi porro encendido con un mando a distancia. Tal vez soy un cobarde, o un tontorrón, o un inmaduro de tomo y lomo. Es posible. Pero hace ya muchos años que vivo resignado a mí mismo. Me he aceptado. Si a Charles Bukowski “le limpiaba de mierda” la música clásica que escuchaba cada noche mientras escribía, a mí me limpian de mierda las películas, y las series de televisión, que son como lavativas que entran por mis dos ojos superiores.



    Pero yo, a diferencia de Woody Allen, no viviría en un musical de Fred Astaire. Bailo como un ganso, los ricos me dan grima, y Ginger Rogers, la verdad, nunca fue mi tipo. Yo preferiría vivir en Innisfree, con Mauren O’Hara, o en Seattle, con los hermanos Crane, tan divertidos y locos, y tan bonachones. Quedarme de plantilla fija en cualquier guion de Aaron Sorkin donde todo el mundo dice cosas inteligentes a la velocidad del rayo, y donde la gilipollez y la banalidad son enfermedades verbales erradicadas. Cuestión de gustos...

    También me gustaría vivir -por qué no- en Día de lluvia en Nueva York, porque es Nueva York, jolín, y llueve, y cuando llueve la gente se queda en casa, y no da por el culo, y uno puede pasear con su sonrisa de idiota por las aceras, o refugiarse en casa, con la lluvia tras el cristal, siempre tan romántica, mientras otra película en la tele vuelve a abducirme como un ovni llegado de otro planeta…



Leer más...

Lady Bird

🌟🌟🌟

Tengo que confesar que venía con cierta pereza a la cita con Lady Bird. Porque de adolescentes americanos a punto de entrar en la Universidad, los cinéfilos ya podríamos impartir un máster, una cátedra en la universidad de nuestro terruño. Desde Rebeldes sin causa que no hemos parado. A estos caucásicos de la hamburguesa que lo mismo se las comen que las sirven para ganarse sus primeras perras, los conocemos mejor que a nuestros propios hijos, los españolitos sin futuro. Vemos a un adolescente español en las películas, o en las series infumables, y es como ver a un extraterrestre del que no entendemos ni el lenguaje ni la motivación. Quizá porque ya hemos interiorizado que nuestros retoños serán adolescentes hasta los treinta años, ya ni siquiera mileuristas, ni precariados, sino directamente esclavos de la Nueva Roma de Bruselas, y que tenemos tiempo de sobra para entenderlos y financiarlos. 

    Las chavalas españolas que terminan su bachillerato o su módulo de FP están muy lejos de las inquietudes que animan a Christine, autodenominada Lady Bird en la película porque quiere volar libre como los pájaros. De las inquietudes estudiantiles al menos. Porque los americanos, cuando eligen una universidad para transitar su mocedad, lo hacen sabiendo que su decisión es trascendental, y que de allí saldrán con un título válido, con una formación pertinente, y no como ocurre aquí, que la universidad es casi una excusa para irse de casa, una fiesta de la juventud, un pasatiempo entre cafeterías y botellones que no prepara en absoluto para la vida. Una enfermedad fastidiosa o lúbrica –según las suertes- que hay que pasar en el calendario vacunal de la primera juventud.

    Lo otro que inquieta a Lady Bird en su película –el primer polvo, el primer porro, el primer amigo gay- viene a ser lo mismo en ambas orillas del Atlántico, gracias a Dios. En esto sí que nuestra juventud se ha vuelto moderna y molona, tolerante y ejemplar.  Las nuevas generaciones –no las del PP, sino las otras-, nos dan sopas con honda. En sus cortas vidas han visto y vivido mucho más que nosotros, los canosos y las canosas. Sus vidas están siendo más densas y fructíferas. Nosotros sólo teníamos dos canales en la tele, y pantalones cortos, y la martingala de los curas. Y los tebeos de Mortadelo y Filemón. En Lady Bird, el colegio católico sobrevuela sobre Christine como una molestia nimia, como la cagada de una paloma. 


Leer más...

Call me by your name

🌟🌟🌟

Yo nunca tuve un amor de verano. Más que nada porque nunca veraneé. No había posibles, ni gente que prestara el apartamento. Mi familia era pobre y algo apestada en el árbol genealógico. La purria del barrio y de los apellidos. Como mucho un veraneo vicario en Verano Azul, enamorado de una Bea inalcanzable que al final se calzaba el rubiales de turno, el tal Javi, de Madrid, con su ejque, y su chulapería.

    Si Nerja ya era un paraíso inalcanzable para el lumpen-proletariado de León, imagínate el veraneo en una casa señorial como ésta donde Elio se hace las pajas, y se tira a la estudiante francesa, y se acuesta con el maromo americano, allá en el paraíso de la Lombardía o de la Toscana, que al final uno no sabe dónde está el drama de esta película, porque al chaval le llueven las ofertas sexuales como a un actor de moda o a un modelo muy cotizado. 

    Nadie se para a pensar -empezando por James Ivory, el gentleman, el oscarizado- que hay gente que ha pasado mucha hambre en la adolescencia, mucha miseria, la hambruna etíope del aspirante sexual. Chavales que nunca nos jalamos una rosca porque no teníamos la suerte, ni el atractivo, ni la posibilidad de un veraneo en la Italia romántica del sol eterno y las ruinas de los antiguos. Que no teníamos ni el consuelo de un melocotón deshuesado al que poder zumbarnos en la intimidad de nuestras alcobas -que nosotros siempre llamamos dormitorios- porque al precio que estaban los melocotones por entonces era un auténtico crimen desperdiciarlos, que mi madre los traía envueltos en paño de oro y si me llega a pillar con uno de ellos ensartado en la polla –que entonces se decía minga- del tortazo que me arrea aparezco donde Elio entrando por la ventana y sorprendiéndole en su verano tórrido y lujurioso.

    Que hijo de puta más quejica y más odioso, el tal Elio… El amor de verano es un asunto de burgueses, y de burgueses guapos además, que son los que llegan, bichean y triunfan como señores, como Julio César en las Galias. Y a mí, qué quieren que les diga, me caen como una patada en el culo. Al resentimiento del bolchevique se suma el resentimiento del hombre feo y apocado. Me sale del alma. Me dan por el culo en un sentido metafórico. Que le jodan al tal Elio. Ni una lágrima, ni una pena, ni una empatía de amante contrariado, ha ensombrecido mi rostro con sus –supuestas- desventuras.

 



Leer más...