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Futurama. Temporada 4

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Futurama, en realidad, es el relato de una distopía terrible. Orwelliana, como poco. Richard Nixon vuelve a ser el presidente de los Estados Unidos gracias a la criogenización de su cabeza mentirosa y paranoide, y a partir de ahí ya se pueden ustedes imaginar el panorama… Matt Groening es un tipo que prefiere dar estopa haciendo humor, y esconder sus misantropías detrás de las caricaturas, y así, mientras te ríes un huevo y la yema del otro con las tonterías, vas comprobando que la Humanidad del año 3000 se comporta igual que la del año 2020, y que se enfrenta con el mismo descuido a los problemas que ahora nos acucian: el cambio climático, y la desigualdad económica, y el azúcar excesivo en las Coca-Colas.  



    En otras obras de ciencia ficción, cuando el ser humano entra en fase de locura y el mundo se encamina hacia su destrucción irremediable, aparece una civilización extraterrestre portadora de sabiduría que envía una onda de radio, o aterriza con su platillo volante, y nos enseña el sentido común de la supervivencia. A veces, eso sí, para tocarnos un poco las narices, y ponerlo todo muy misterioso, se presentan en forma de monolito impenetrable al que damos vueltas como monos despeinados, buscando la tecla de encendido.

     En Futurama, sin embargo, los extraterrestres son unos bobalicones como nosotros, especies paralelas que en su planeta también han evolucionado lo justo para ir tirando, atrapados en las mismas miserias, y en las mismas avaricias. Dar el salto a las estrellas sólo es cuestión de encontrar un agujero de gusano, o una excepción en la Teoría de la Relatividad. Supone mejoras tecnológicas, pero no éticas, y en eso Matt Groening y David X. Cohen no se permiten el menor autoengaño.

    ¿Y la inteligencia artificial? En Futurama, como en el Génesis, los robots son fabricados a imagen y semejanza de sus creadores. Tan listos o tan bobos como requiera su trabajo especializado, pero no más. Y encima, no se recargan con energía eléctrica, sino con el alcohol de las cervezas. No hay ninguna inteligencia superior que aúne a las máquinas y desencadene la guerra espeluznante de Terminator. En Futurama no hay sitio para Skynet, pero tampoco, ay, para ninguna red computacional que nos sirva de guía espiritual, entresacando conclusiones salvadoras del Big Data.


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