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Yellowstone. Temporada 1

🌟🌟🌟

El único Yellowstone ficticio que yo conocía era el parque donde el oso Yogui y su amigo Bubu robaban los bocadillos de las familias. Pero hace un mes, en la tertulia de la radio, los culturetas hablaron  de otra serie también ambientada en aquellos parajes y consiguieron picarme la curiosidad. La pusieron por las nubes de Montana, que es donde tiene su rancho el patriarca de los Dutton. 

Mientras ellos y ellas destilaban sus entusiasmos, yo me decía por los adentros: “¿Adentrarme en una serie de vaqueros que dura cinco temporadas, más una precuela y una secuela que también acaban de estrenar?” Ni de coña, vamos. Entre que estoy revisitando “Los Soprano”, regresaron los de “Succession”, ya asoma sus encantos la Sra. Maisel y dentro de nada comienzan los partidos decisivos de la NBA, no me queda tiempo para ver la enésima ficción que me atornilla en el sofá.

Pero eran muchas, ay, las tentaciones que los culturetas desgranaban: el patriarca de los Dutton era Kevin Costner; su hija, esa pelirrojaza llamada Kelly Reilly; el hijo, aquel chaval perturbador que filmaba la bolsa de basura en “American Beauty”. Y lo más importante de todo: el responsable era Taylor Sheridan, el guionista de alguna obra maestra que me observa desde la estantería. Así que en cuestión de un kilómetro y medio -pues yo iba caminando por el monte- estos culturetas me convencieron de darle a "Yellowstone" una oportunidad. 

Descargué la serie del primer barco pirata y me puse a verla con mis botas de vaquero reposando sobre el puf. A lo Aznar, de visita por Texas... Al principio "Yellowstone" molaba: Costner luce bien con el sombrero vaquero, Kelly Reilly luce bien con cualquier vestido o desvestido que le pongan, y los paisajes de Montana la verdad es que son para quedarse uno turulato. Pero jolín, qué decepción tras ver el primer episodio, que además no es tal, sino una verdadera película que dura hora y media. Me da que el Far West ya está más que visto y resobado. Disparan por cualquier cosa y el sheriff nunca aparece. Y los muertos por ahí tirados... ¿De verdad que siguen así después de 200 años robándoles tierras a los indios? 




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Sicario: El día del soldado

🌟🌟🌟

El problema de tener que escribir un comentario después de cada película que veo, o de cada serie que termino, en esta obligación autoimpuesta para ejercitar las neuronas, es que a veces te encuentras con películas como Sicario: El día del soldado y no sabes qué narices contar a los parroquianos. Que mola, que está bien hecha, que Brolin y Benicio tienen dos jetos impresionantes... Cosas así. Y que la droga es muy mala, claro. Y también el tráfico de personas a través de las fronteras. Que el guion hace aguas por varios agujeros, pero que nosotros, los espectadores, nos dejamos llevar como tontainas, engatusados por la acción... Poca chicha, como se ve. 

    Estos asuntos analíticos ya se cuentan en otros blogs con más enjundia, de cinéfilos de verdad, que están más al día de la actualidad y destripan los intríngulis con reflexiones sesudas y tecnicismos de germanía. Porque este blog mío, queridos lectores y queridas lectoras, que os asomáis por primera vez en incauta curiosidad, es un diario camuflado en el que yo vengo a contar mis neuras, mis movidas, mis mierdas personales, y las películas sólo son la excusa a la que me agarro para hacer excursiones por los cerros de mi Úbeda. Aquí no se critica la trama de la película, ni se alaba la fotografía crepuscular, ni se cuentan anécdotas sobre el rodaje. A lo sumo, para dar a entender que he visto la película de verdad, y que no soy un farsante al cien por cien, alabo la belleza de alguna actriz que me ha enamorado con su sonrisa, pero rápidamente recojo velas, y pongo un punto y aparte para pasar a un tema menos espinoso, porque las feministas me recriminan que hable de la belleza de la señora, o de la señorita, y no de su talento, de su oficio, como sí hago con los hombres, y como sé que en realidad tienen más razón que unas santas, siento un poco de vergüenza y salgo del jardín como puedo, aunque ya algo embarrado.

    Aquí, en Sicario: el día del soldado, salvo la aparición puntual de Katherine Keener, que es una actriz inquietante, bellísima a pesar de los años, todos los protagonistas son machos con mucha testosterona, así que mira: ese problema, al menos por hoy, no lo tengo.





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Wind River

🌟🌟🌟

Wind River es como Fargo, pero sin sentido del humor. En Wyoming, como en Minnesota, también hay mucha nieve en invierno, y en la monotonía del paisaje, medio sepultados por la nieve, y medio comidos por los coyotes, también aparecen cadáveres involuntarios que necesitan ser explicados. Pero el rollo de Taylor Sheridan no tiene nada que ver con los hermanos Coen, que a todo lo criminal le sacaban una ironía, una gota de vitriolo. Los personajes de Sheridan, por lo general, que yo recuerde, desde Sicario a Wind River pasando por Comanchería, nunca se ríen. Ni hacen reír. Todo es profundo y trascendente en sus parlamentos. No hay estúpidos que valgan, en este universo particular de los asesinatos. Hay malvados, vengadores, tipos retorcidos... Agentes de policía muy profesionales y concienzudos. Hay, incluso, en Wind River, un cazador de alimañas que hubiera encajado de puta madre en el universo melancólico de Doctor en Alaska. Pero estúpidos, repito, no hay ninguno. Y eso le quita cualquier posibilidad a la commmedia. Y le resta, también, algo de verosimilitud a las tramas, como si uno leyera una novela de diálogos afectados y quizá demasiado inteligentes.



   La vida no es ansí, que dirían los barojianos. La estupidez, la banalidad, la racionalidad alicorta, está presente en el noventa por ciento de nuestras decisiones, de nuestras parrafadas, y eso lo saben muy bien los hermanos Coen, que no es que subestimen al género humano, como dicen algunos, sino que lo retratan tal cual. Puro costumbrismo. Trabajo de calle. Taylor Sheridan, en cambio, prefiere enaltecer a sus congéneres, dotarles del don de la filosofía, de la reflexión, de la palabra adecuada en el momento cojonudo. Del lenguaje metafórico, incluso, cuando la metáfora, en la vida real, está reservada sólo para los poetas y para los pedantes. Y para algunos políticos refloridos, que recurren a ella cuando tratan de despistar al personal.


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