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Tamaño natural

🌟🌟🌟

Iba a buscar información sobre las muñecas hinchables del año 2022 para compararlas con las del año 1974, que es cuando Azcona y Berlanga rodaron esta astracanada en la Ciudad del Amor. Pero estoy en una cafetería pública, con gente que ronda mis espaldas, y la situación resultaría harto embarazosa. Qué pensarían de mí, los probos ciudadanos, y las rectas ciudadanas, al verme indagar las prestaciones, los materiales, las anatomías conseguidas... Modos de uso y de limpieza. Todo por documentarme, claro, por escribir un artículo decente y profesional. Pero cómo explicárselo, ay, a estas gentes del Noroeste, tan sencillas pero tan desconfiadas. Porque no estoy en La Pedanía, pero sí rondando las cercanías, y aquí en el valle todo el mundo se conoce. Es una endogamia genética o vecinal que te rodea por doquier.

    Podría documentarme en casa, en la intimidad de mi celda libertina, porque además allí tengo el cuarto de baño a mano por si se me descontrola la situación. Pero luego quiero leer, desplomarme en el sillón, abstraerme... Liberarme de este prurito de la escritura diaria, que es otra comezón del instinto tan pertinaz como la de los bajos, solo que en los altos. ¿Podría decirse que escribir es una masturbación del alma? ¿Un desfogue del ardor neuronal, que a veces quema tanto como el otro? No sé: estas cosas las pones en un blog de alta alcurnia, o en los diarios de un autor consagrado, y te queda bordado. Subrayable y todo. Pero las pones en estos textos arrabaleros y quedan más bien como boutades, como salidas de tono. Provocaciones parecidas a las de “Tamaño natural”, precisamente, que ya no escandalizan a nadie, salvo a los escandalizados de nacimiento.

    De todos modos, por lo que he leído en algún suplemento dominical, me da que la muñeca hinchable es otro artefacto que se profetizó como maravilloso para el siglo XXI y que sigue más o menos como estaba. Como el coche volador, o como el viaje interplanetario. Una tecnología estancada salvo los detalles de acabado. Mi teoría es que no se vende porque es un producto difícilmente disimulable: una vergüenza para esconder en el armario ropero, pero no en el pliegue de unos calzoncillos. 





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