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Manual de cine para pervertidos

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La primera vez que vi “Manual de cine para pervertidos” piqué, pues eso... como un pervertido. Yo esperaba la guía definitiva sobre desnudos y escenas subidas de tono: quién, y en qué película, y dónde encontrarlo por internet. Joder, ahí ponía “Manual de cine...”, y los manuales son libros prácticos, no teóricos, que te enseñan a hacer cosas de provecho. Guías, y no especulaciones. Hombres en acción, y mujeres a la aventura, y no filósofos hablando de la metafísica de los rábanos.

La sorpresa -y la decepción- vino a los cinco minutos, cuando comprendí que aquí no se hablaba de la carne, sino del subconsciente, y que la estrella de la función era un filósofo esloveno -mitad cinéfilo y mitad psicoanalista- que hablaba un inglés tan macarrónico y tan lento, tan arrastrado de erres en sus sesudas dubitaciones, que hasta yo, que ya me pierdo en el “¿Ja guar yú?”. podía seguirle el discurso sin casi mirar los subtítulos. Mi primera reacción fue, por supuesto, pasar del documental, y emplear el tiempo libre en otra película, o en otra sabiduría. Pero tengo, para mi suerte, un Yo que aún no ha perdido las riendas del todo, y que a veces se impone al Ello caprichoso. Incluso al Superyó judeo-cristiano, tan gruñón y tan pesado.

Mi Yo, cuando vio que Slavoj empezaba a diseccionar los simbolismos de “Terciopelo azul” se dijo: “¡Tate!, que esto puede ser interesante...”, y allí nos quedamos los tres, en el sofá: el Yo curioso, y el Ello cabreado, y el Superyó tomando notas, por si había que arrepentirse de algo después. Durante dos y horas y media -que son como una charla magistral en la Universidad- Slavoj Zizek se pierde en germanías, en literaturas del género. En verborreas inaprensibles para el lego. Porque uno, más allá de la estructura básica de la mente, y de cuatro conceptos aprendidos del abuelo Sigmund, sólo tantea tinieblas y aguas cenagosas. Pero de vez en cuando, entre el perifollo, Zizek macarronea reflexiones que son como perlas para el intelecto. Claves insospechadas de películas inmortales. Introspecciones muy válidas que te golpean la conciencia.




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Guía ideológica para pervertidos

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Slavoj Zizek, además de marxista y de psicoanalista, de filósofo y de cinéfilo, es un esloveno que habla un inglés macarrónico que hace mucho reír. Es la monda, Slavoj... Y además un tío de andar por casa, porque a veces abandona las aulas donde imparte sesudos estudios sobre Lacan y baja al barro del hombre corriente para explicar qué hay detrás de algunas películas que habíamos digerido sin reflexionar. En la Guía ideológica para pervertidos, Zizek vuelve a contarte Titanic, Tiburón, Taxi Driver, Breve Encuentro, Sonrisas y lágrimas... pero pasadas por su peculiar máquina de rayos X. Vistas así ya no hay amoríos ni terrores, traiciones ni bailoteos -que sólo eran brillos superficiales que entretenían al espectador. Sin piel y sin carne, lo que queda de aquellas películas es el esqueleto de la ideología: qué ética se postula, qué valores se defienden. A dónde querían llegar los fulanos que escribieron el guión, que rodaron la película, que pusieron la pasta necesaria. A veces con toda la intención del mundo, y otras -que para eso Zizek es un detective psicoanalista- de un modo inconsciente o subliminal, del que ni ellos mismos se percataban.

    El problema de la Guía ideológica para pervertidos es que la cabra tira al monte, y el bueno de Slavoj, aunque trata de adoptar un lenguaje elemental y comprensible, termina perdiéndose en lacanismos y germanías que te confunden más que te revelan. Él trata de advertirnos contra el consumismo, contra el capitalismo, y aunque se le agradece el esfuerzo, y hasta se comprenden algunas de sus lecciones, estaría bien que para otras enseñanzas bajara un poco más el nivel, a la altura del bar de pueblo, o de la grada de fútbol. Hace diez años, en la juventud, quizá me hubiese tomado la Guía ideológica para pervertidos como un desafío intelectual, como un documento al que dedicar varias horas de reflexión y muchas lecturas complementarias. Pero el esplendor en la hierba se ha quedado un prado reseco donde ya pasto tranquilamente los entretenimientos, y ya no quiero, ni puedo, entrar en estos abismos del filosofar.



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