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Catastrophe. Temporada 4

🌟🌟🌟

Charles Bukowski hubiera dicho que en la cuarta temporada de Catastrophe el capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco. Sharon y Rob se han convertido en una pareja más dentro del cotarro sentimental, casi secundaria en su propia serie, relegada a cuatro chistes sobre pollas y coños, y a cuatro conversaciones sobre la crianza de los hijos y la muerte de los seres queridos. Seis episodios para un puñadico de “apariciones estelares”... Casi unos also starring dentro de la comedia brillante que ellos mismos parieron. 




    Dicen por ahí, en los mentideros informados, que los Sharon y Rob de la vida real han sufrido desgracias personales, reveses de la fortuna, y quizá por eso han teñido de gris lo que nació siendo una sitcom descacharrada y deslenguada. Sea como sea, se nos han difuminado, el americano y la irlandesa, que eran nuestra pareja preferida de la tele. Un espejito en el que mirarnos, los amantes imperfectos y débiles, enamorados y contumaces. Aquellos primeros episodios catastróficos casi los vimos con una libretita sobre las rodillas, para apuntar los chistes guarros, las cursiladas de almohada, las estocadas de mala hostia. La Horgan y el Delaney estaban en estado de gracia, los muy jodíos, reyes de su propio reino, Juan Palomos de yo me lo guiso y yo me lo como, con cuatro secundarios cojonudos que les hacían la corte para subrayar la gracia, y servir de contraste. Y no como ahora, que sólo salen para tocar los cojones, para desviar nuestra atención sobre la pareja disfuncional que de verdad nos importaba, que era la suyas.

    Ya en la tercera temporada de Catastrophe había gente que chupaba demasiada cámara, que ocupaba demasiado diálogo. A la serie otrora perfecta tuve que quitarle una estrella de mis michelines cuando vine a este blog a parlotearla. Ahora, filoménico a mi pesar, tengo que quitarle otra... Sólo en el último episodio, Sharon y Rob han vuelto a dejar una pincelada para la esperanza. Volveremos, por tanto, a caer en la tentación cuando llegue la quinta entrega, ya más cercanos todos a la cincuentena que a la crisis de los cuarenta, que era, después de todo, de lo que aquí se trataba. Ay.



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Catastrophe. Temporada 3

🌟🌟🌟🌟

Del desliz de un pene que se deslizó provino la catástrofe que unió a Rob, el grandullón americano que pasaba por allí, con Sharon, la pelirroja irlandesa que creía tener un huerto baldío y ligaba con la triste despreocupación de las infértiles. 

    De aquella concepción no deseada nació una serie fresca, ocurrente, con diálogos de pareja que se enamoraba a su pesar. Todos los que hemos jugado a lanzarnos puyas en la cama nos reconocemos en esas estocadas que construyen el nido de amor con ramas bien firmes, y algunas más quebradizas. Rob y Sharon se odian, se aman, se ríen el uno del otro y al mismo tiempo se admiran con una sonrisa. Y se perdonan con una carantoña.  Unos días Rob tira del carro y otros Sharon toma las riendas: en el sexo, en el entusiasmo, en las naderías del día a día. En las decisiones importantes. Distintos, pero complementarios; jodidos, pero jodedores. Muy suyos, pero muy entregados. Diáfanos, pero contradictorios. Peleados y reconciliados en un lapso de diez segundos, o de diez días, pero siempre de regreso. Soñadores secretos de una vida distinta, de un príncipe azul y de una princesa rosa más ideales o más compatibles, pero al fin y al cabo siempre fieles y regocijados. Siempre abrazados al final de cada jornada. El amor...

    En la tercera temporada, los espectadores nos hemos reído mucho menos con las tragicomedias. Rob y Sharon se nos están haciendo mayores, tanto como nosotros, los cuarentones que les vamos acompañando en el declinar. En Catastrophe sigue habiendo sexo, risas, diálogos coñones que son para apuntar en el cuadernillo de las ocurrencias. Pero la comedia está dejando paso al drama de los cielos grises. A la catástrofe verdadera, irremediable, que se nos llevará a todos por delante: el paso del tiempo. A Rob y a Sharon les están saliendo las primeras canas en el cuerpo, y las primeras arrugas en el espíritu. Se mueren los seres queridos, resurgen los viejos defectos, regresan las dudas extinguidas... Se les escapa la vida entre los dedos. Se deprimen. Se entristecen. Se buscan para curar las heridas pero no siempre se encuentran. Vuelven a soñar con la otra vida posible. Caen en la tentación de fantasear, en el orgullo de desear... De aquel polvo inaugural vinieron estos lodos, piensan a veces, y querrían dar marcha atrás en el reloj. Ahora viven arremangados y enfangados hasta las rodillas, tratando de arreglar los desperfectos que causa la inundación. La otra catástrofe. Continuará...



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Catastrophe. Temporada 2

🌟🌟🌟🌟

Mientras llega el amor -y el invierno tiene pinta de ir para largo, como en Juego de Tronos- voy ejercitando las dialécticas románticas con las series de la televisión. El aprendizaje vicario -que es un término que da mucho la risa, como de escuela de tenis, o de estudios seminaristas- es la academia última de los amantes olvidados. De los hombres ninguneados. Uno ve a las parejas catódicas en sus trifulcas y arrumacos, y casi sin querer va tomando nota de las estrategias, de las componendas, del sutil arte de entenderse con las mujeres, esos alienígenas tan extraños como necesarios, tan distintos como adorables. Uno, por supuesto, conoce el peligro de confundir el cine con la realidad y sabe que estos amores son asunto de guionistas con mucha imaginación, y de productores con mucha avaricia. Que relajen el dedo, pues, los que ya iban a escribirme para advertirme del absurdo.


     En la segunda temporada de Catastrophe ya no se dirimen los asuntos del acercamiento impulsivo, del conocimiento trastabillado que estalla en el amor gozoso y algo alocado. Ahora Sharon y Rob ya tienen dos hijos, y conviven bajo el mismo techo. Sus asuntos se han vuelto domésticos y matrimoniales, y aunque uno se sigue divirtiendo con sus peripecias de pareja asimétrica, porque los diálogos derrochan ingenio, y los actores exudan química por los poros, esta segunda parte, en el aspecto pedagógico, en el sentido estrictamente académico del amor, se ha vuelto muy previsible. Uno ya ha pasado por estas Domestic Wars de las indirectas en la cocina y de las alambradas en la cama. Asignatura aprobada, que diría José Luis Garci. 

    La asignatura pendiente, que llevo suspensa desde tiempos remotos, sigue siendo el acercamiento primero. El primer trance de la publicidad. Cómo convencer a las señoritas de que en este body y en este brain todavía se guardan algunas alegrías, y algunas pequeñas satisfacciones. Mientras estudio las lecciones, el invierno se apodera de los interiores y los exteriores. A ver qué pronostica la marmota Phil en Punxsutawney, el próximo 2 de febrero...


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Catastrophe. Temporada 1

🌟🌟🌟🌟

He dado con Catastrophe gracias a un consejo del bendito Pepe Colubi, a quien sigo puntualmente en sus cerdadas (porque me descojono de la risa), y en sus recomendaciones (porque coincido plenamente). Colubi, que en los momentos cómicos interpreta el papel de un macho bonobo, en los asuntos seriéfilos tiene el morro muy fino, y el gusto muy educado. Que los dioses le guarden muchos años.

     Los protagonistas de Catastrophe son un ejecutivo americano, él, y una maestra británica, ella, que en principio sólo habían quedado para follar, y para charlar de banalidades en los remansos, pero que se ven sorprendidos por la "catástrofe" en forma de embarazo. Y era este contratiempo, tan manido y estereotipado, el que encendía la mecha de una comedia que, en verdad, me daba pereza abordar. Porque en este subgénero de los padres primerizos, los hombres siempre quedamos ridiculizados, como medio bobos, o medio autistas, y las mujeres se lo pasan pipa desovariándose en sus sofás, dándose la razón a sí mismas, o por teléfono. Y tienen razón, las muy jodías, porque los hombres no hemos nacido para tener hijos, sino para procrearlos, y en esas situaciones se nos ven las costuras, y las imposturas, y uno desea esconderse bajo tierra para volver a emerger a los seis o siete años, cuando el chaval ya esté en edad de razonar, y sepa patear los balones de reglamento.

          Pero me lancé, a la piscina de Catastrophe, sólo porque Pepe Colubi ejercía de salvavidas, y ha sido en verdad un chapuzón reconfortante. Sharon Horgan y Rob Delaney son, además de los actores principales, los guionistas del invento, y han alcanzado una entente cordiale en la que alternan los chistes gruesos con las ñoñerías románticas. A veces, en el juego de roles, es él quien se pone romántico y cursilón, y ella quien se enfanga la lengua y suelta las obscenidades. Todo muy cool, muy del siglo XXI, con hombres que ya no rezuman testosterona ni mujeres que se sonrojan por decir polla. La anticomedia romántica, que dicen ahora los entendidos. La serie perfecta para ver en pareja, acurrucaditos en el sofá, sin que nadie suelte el bostezo ni señale a nadie con el dedo. O para ver en soledad, como es mi caso, sólo por el placer de echar unas sonrisas.  



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