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Estoy en crisis

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Estoy en crisis, sí, como el personaje de José Sacristán. Estoy pre-cincuentón, pre-colonoscópico, incomprendido y ojeroso. Sufro la oxidación del escritor fracasado, del madridista irredento, del bolchevique retirado. Del funcionario que ya calcula su jubilación. Los jóvenes, y las jóvenas, ya me tratan todos -y todas, ay Jesús- de señor. Mis pedos huelen cada vez peor y no sé por qué. Será la otra oxidación, la celular, las cetonas, todo eso que estudiábamos en el BUP. Cuanta más verdura como, peor me huele la química. Ahí está el ejemplo de las vacas. Supongo que eso es bueno: que son las toxinas, que se evaporan...

Estoy que no hay quien me aguante, en definitiva. Estoy en crisis, sí, desencantado en general. A mi alrededor hay coetáneos que están mejor y coetáneos que están peor... Pues eso: una crisis de manual, de las de toda la vida. Tampoco he dicho que esté inmerso en una desgracia, o en un conato de suicidio. Sólo en crisis.

 ¿Y cuándo no está uno en crisis?, me pregunto yo. Hay una crisis para cada edad, como hay también una vestimenta, o un alimento preferido, o un mito erótico. Está la crisis del nacimiento, que es el primer golpetazo con la realidad, y la crisis del primer día de colegio, en la que descubres que hay mucho hijoputa suelto por ahí. La crisis de la adolescencia, claro, la peor de todas, de la que algunos no logran salir jamás, ya gilipollas perdidos en su laberinto. La crisis de los veinte, por supuesto, con la primera explotación laboral, y la primera pérdida de fe en el Madrid, siempre fichando a pufos y a lesionados. Luego viene la crisis de los treinta, con la primera cana en el espejo, y la primera pesadilla de mortalidad; y más tarde, diez años después, puntual como un calendario, la crisis de los cuarenta, que ya es la mitad del camino si tienes suerte, ya medio perdido el vigor, y el buen dormir, y la paciencia con los mamones.

Estoy en crisis, sí, y me gustaría curarla como hace José Sacristán en la película, tentando la suerte con jovencitas de buen ver, a ver si pica alguna con el rollo de mis sienes plateadas, de mi cultura acumulada, de mi visión experimentada. Pero todo eso es chufla, y ellas lo saben. Lo huelen a distancia.





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Más pena que Gloria

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Hay un momento terrible, en la adolescencia, cuando te enamoras por primera vez sin ser correspondido, en el que comprendes con sumo dolor que las mujeres, a la larga, hasta que el impulso sexual se extinga en la senectud, van a traerte más pena que gloria. Que sólo un puñado de escogidos, de tipos muy selectos, que entran en la adolescencia triunfando y ya nunca dejan de ganar, van a vivir el orgullo del deseo casi siempre correspondido, del amor casi siempre reflejado. Que en esto, como en todo, hay clases y castas, y que la mayoría de nosotros, como el David de la película, llevará para siempre el rejonazo de una mala faena. Una herida que nunca curará del todo, y que empezará a doler justo antes de iniciar cada nueva conquista, como un recordatorio de que el fracaso es el resultado más probable de nuestro anhelo tontorrón.




    David, en Más pena que Gloria, está viviendo esa edad puñetera en la que sus compañeras de pronto se vuelven más listas, más maduras, mucho más guapas, y levantan el vuelo para ir a posarse en las ramas superiores donde viven los tíos mayores: los que van en moto, o ya han follado, o te partirían la cara a hostias si te cruzaras en su camino. David -como nos pasaría a cualquier de nosotros- se enamora de Gloria hasta la baba, hasta el arrobo, y durante unos días de risueña ficción cree que tiene posibilidades de conquistarla. Ella le habla, le sonríe, le permite conversaciones y paseos hasta llegar a su portal... Pero es todo una entelequia. Aunque tienen la misma edad, y van al mismo instituto, y comparten los mismos botellones en la plaza del barrio, David y Gloria habitan dos planetas distintos. Cuando le llega la bofetada, tan cruel como inesperada, David se introducirá en la bañera para que las lágrimas se confundan con el agua. Allí jugará con el condón que ya nunca utilizará con Gloria, su amor frustrado e imposible... Pero él es joven, y decidido, y en la siguiente fiesta de estudiantes buscará un clavo más accesible con el que sacar el anterior. Cree que la herida de Gloria cicatrizará muy pronto. Pero no es cierto. David aún no ha comprendido que esa llaga es un tatuaje de sangre indeleble, que le identificará ya para toda la vida.



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