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Hitchcock

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De este biopic titulado Hitchcock, a uno le interesaba, por encima de todo, el proceso creativo que llevó don Alfredo a parir una película como Psicosis, que ahora nos da un poco la risa, sí, porque medio siglo de asesinatos en la pantalla nos contemplan, pero que por entonces, en el año 60, fue un acontecimiento de mucho horror y mucho patatús. Yo mismo, de pequeño, en un pase de Psicosis que programó Ibáñez Serrador en Mis terrores favoritos, tuve que cerrar los ojos varias veces, aterrorizado por las ocurrencias siniestras de Norman Bates. Después de aquello pasé varios meses acojonado en la ducha. Me negaba a cerrar los ojos cuando el champú  se derramaba por la cara, y pillaba unas irritaciones que me dejaban los ojos tan  rojos como los de Darth Maul. Pero prefería el picor antes que la oscuridad que precedía a la aparición de la silueta, tras la cortina, cuchillo en ristre, moño satánico, bata de andar por casa... Cuántas veces imaginé que mi sangre se iba por el desagüe de la ducha, haciendo remolinos de color rosa...


            Al principio de Hitchcock uno se las promete muy felices con la función, pues todo arranca con los crímenes horrendos de Ed Gain, y el interés de don Alfredo por su personalidad descompuesta. En los primeros minutos vemos a don Alfredo y a su esposa Alma trabajando en la contratación de los guionistas y los actores. Mientras toman el té o podan los setos del jardín, ellos, codo con codo, van puliendo el guión, orientando la historia, buscando financiación privada... Uno asiste al espectáculo maravilloso de las mentes creadoras puestas en marcha, atando cabos, soltando lastres, dando forma a lo que en principio sólo es una idea y luego, en un puñado de meses, devendrá una película de suave y flexible celuloide. 

      Pero a la media hora de metraje, los responsables de Hitchcock deciden romper el encanto, y se van de excursión por otros cerros más trillados. Se olvidan de Psicosis y de sus jugosos intringulís para hablar de la extraña relación del matrimonio Hitchcock: una relación que es pura especulación, y puro melodrama innecesario, pues ni siquiera los contemporáneos, ni los más allegados a la pareja, supieron nunca qué pegamento les unía. Ellos eran británicos, pudorosos, alérgicos a los focos. Se sospecha que dormían en camas separadas, que no follaban nunca, que Alma vivía resignada a los escarceos más platónicos que aristotélicos de su marido. Pero todo esto es melodrama, marujeo, desinterés del cinéfilo. Lo que era un making-off interesantísimo de Psicosis, acaba derivando en un culebrón para la sobremesa, con affaires extramatrimoniales, discusiones en la cocina, ya no me quieres como antes y tal y tal... Bah.


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Psicosis

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Hablan en la radio del impacto que produjo Psicosis en los espectadores de 1960. Tuvo que ser un acontecimiento brutal, rompedor, del que ahora los espectadores modernos, hechos a la sangre y a los terrores, no llegamos a hacernos una idea cabal. No se veía una cosa igual desde que los hermanos Lumière proyectaron su primera película en París, y los asistentes, aterrorizados ante el tren que creían real y próximo, se levantaron despavoridos. Los espectadores de Psicosis eran un público virginal, desentrenado, que se quedó boquiabierto y acojonado con la famosa escena de la ducha. Cuentan, en la radio, que a tanto llegó el miedo, la sugestión, la paranoia tan genuinamente americana, que en Estados Unidos se hundió el mercado de cortinas de baño no transparentes. Algún pobre desgraciado que se ganaba la vida honradamente se fue a la bancarrota por culpa de Alfred Hitchcock. 

Yo mismo, de chaval, recuerdo haberme meado de miedo en la ducha durante semanas, tras haber visto Psicosis en el programa de Ibáñez Serrador, Mis terrores favoritos, en aquellas sesiones de desensibilización al terror que mi padre estableció como obligatorias. Yo cerraba los ojos para aplicarme el champú Geniol y durante aquellos segundos eternos de frotamiento capilar, imaginaba la puerta abierta, la silueta recortada, la mano que apartaba la cortina, el cuchillo jamonero que surcaba el aire... Era un pensamiento estúpido, matemáticamente improbable, allá en el León de los años ochenta, tan lejos de los moteles de carretera donde los norteamericanos perpetran sus psicopatismos. No había familiares locos que vivieran en casa, ni ladrones que buscando el joyero se metieran en el baño disfrazados de bata y peluquín. Era la mía una idiotez estadística, una cagalera sin fundamento, un mero recordar la puta escena porque uno estaba allí, desnudo, bajo el agua, como Janet. Pero ya es sabido que en los segundos eternos del champú los fantasmas vagan a su antojo, alimentándose de espuma, y de agua caliente. Yo también fui una víctima de Psicosis, diferida en el tiempo, algo anacrónica ya. Un sufridor silente bajo la ducha.




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