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Planet Terror

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Del mismo modo que casi no percibimos cómo crecen nuestros hijos porque los vemos día tras día, también nos cuesta reconocer los cambios sociales hasta que vemos una película de hace años, o recuperamos un viejo programa en la televisión, y comprendemos que en realidad, en términos evolutivos, las cosas están mejorando a una velocidad acelerada. No, por supuesto, en el terreno económico, ahora que ya no hay izquierdas ni derechas, sino empleadores y empleados, como toda la vida de Dios, pero sí en el terreno de los derechos y las tolerancias. De las igualdades que no pretenden tocarles ni un solo duro a los ricos, que son las únicas permitidas para un debate serio y fructífero.


    Abrimos los periódicos -viejuna expresión, porque ya nadie “abre” un periódico en realidad- y al leer las páginas de sociedad nos indignamos mucho con la discriminación que siguen sufriendo las mujeres, y los homosexuales, y los sudsaharianos que sobreviven como pueden... Nos parece que nadie hace nada, que nada se mueve, que existe un statu quo que los malvados que habitan en las sombras nunca van a romper. Pero no es cierto. O, al menos, no del todo. Aun queda mucho hijoputa suelto por ahí, es verdad, pero también hay gente que trabaja, que se moja, que va moviendo los pedruscos a pequeños empujones para que las carreteras se despejen. Manifestaciones y proclamas, colectivos y valientes.

    A lo mejor es una chorrada esto que voy a decir, pero hace diez años, sólo diez años, que es como quien dice anteayer para muchas cosas, ver a una mujer como Rose McGowan disparando a los malotes con su ametralladora incrustada en la pierna, todavía producía cierta... perplejidad. Como si de algún modo le hubiera “robado” el papel al maromo protagonista. Y eso que ya habíamos conocido a otras women with guns con mucha mala hostia y mucha destreza con el gatillo, desde la princesa Leia a la teniente Ripley pasando por Sarah Connor en Terminator 2. Pero ellas eran, ciertamente, habas contadas, rara avis, en el lejano año de 2007. 

En las películas de estos últimos diez años, además de salir muchas más mujeres haciendo de personajes influyentes -políticas de altos vuelos, o ejecutivas de grandes empresas- también hemos visto a muchas más pistoleras empuñando las armas mortíferas que buscaban la justicia y la venganza. Que está muy mal, si abogamos por la no violencia, pero que está muy bien, si hablamos de que ellas también saben defenderse a tiro limpio.





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Zombies party

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Me dejo llevar por la ola de referencias terroríficas y encuentro, perdida en las descargas compulsivas, Zombies party, una comedia británica sobre el asunto de los muertos vivientes que parieron las mentes disparatadas de Edgar Wright y Simon Pegg. Ellos son dos comediantes de poco predicamento en nuestra piel de toro, pero afamadísimos, a lo que se ve, en la Pérfida Albión. Y eso, por mi experiencia, es síntoma seguro de que son tipos con gracia, y con talento, pues de lo contrario, de ser una pareja de cómicos repetitiva y plana, arrasarían en nuestras televisiones patrias a la hora del prime time.

La primera media hora de Zombies party es -puedo prometer y prometo- un rato grandioso de cine. De lo mejor que ha caído por aquí en los últimos meses. ¿En qué se diferencian los zombis verdaderos, resucitados de la muerte, con sus andares espásticos y sus jetos inexpresivos, de los zombies cotidianos, resucitados del sueño, con sus andares patosos y sus ojeras como berenjenas, que llenan cada mañana los autobuses y las líneas de metro? En casi nada, realmente. Quizá, tan solo, en el olor, si has tenido el tiempo y la decencia de ducharte. Es ésta una reflexión simple, al alcance de cualquiera que se diga observador de lo humano, pero que en la cabeza de estos dos comediantes se transforma en un chascarrillo genial. Y además lo sostienen durante media hora completa: la aventura de este tontaina encarnado por el propio Pegg, que se conduce por un día cualquiera sin darse cuenta de que a su alrededor se está desencadenando el apocalipis zombi. Una ocurrencia que te planta la sonrisa en la cara y la admiración en el intelecto. Y la envidia, cochina, en las entrañas. 

Luego, para alivio de las entrañas, la película se deja llevar por el camino fácil de las persecuciones, de las peleas a muerte con los muertos, del gore simpaticón que llena la pantalla de vísceras aprovechando que andabas echándote unas risas. Porque te sigues riendo, sí, pero menos. Este último rato tontorrón ya lo habíamos visto en Abierto hasta el amanecer, o en Planet Terror, o en la más reciente Bienvenidos a Zombieland. Solo que en la primera película salía Salma Hayek provocando erecciones, y en la segunda Rose McGowan sembrando desmayos, y en la tercera Emma Stone destrozando corazones. En cambio, en ésta de Zombies party, quizá en el fallo más garrafal de su planteamiento, no hay ninguna mujer que esté a la altura de nuestro deseo. Un borrón imperdonable.




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