Mostrando entradas con la etiqueta Paul Verhoeven. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Paul Verhoeven. Mostrar todas las entradas

El libro negro

🌟🌟🌟


La culpa es de Paco Fox y de Ángel Codón, los responsables del podcast de “Tiempo de culto”, que recomiendan las películas y me lían con su entusiasmo. Bastante tengo ya con las películas pendientes, y con las películas a medio empezar, como para hacer caso a este par de frikies iluminados. Pero ellos cuentan, y desgranan, y te meten el gusanillo para acabar apuntando más películas en la memoria, o en el cuadernillo. O en el “Notas” del teléfono. Cualquier sitio es bueno.

 El otro día hicieron un especial sobre Paul Verhoeven y fueron sacando una a una todas sus películas: las medio pornográficas en Holanda, y los taquillazos en Hollywood, y las últimas producidas en Europa, donde el viejo Paul ha encontrado otra edad de oro para enseñar algo de piel y provocar al personal. O una edad de plata, según las opiniones.

Entre esta nueva hornada, Fox y Codón mencionaron que la mejor película de todas es “El libro negro”, y yo quedé sorprendido porque la había visto hace años sin que apenas me dejara un poso o un aprovechamiento. Más bien un recuerdo vacío en el que solo brillaba el recuerdo de Carice Van Houten, la Melisandre de “Juego de Tronos”, esa mujer de la que todos nos preguntábamos en qué otras películas habría salido, por aquello de seguir su trayectoria artística, por supuesto.

Tanto ponderaron el otro día “El libro negro” en el podcast, que al final decidí darle una segunda oportunidad. Y tengo que decir que no he llegado ni a la mitad... Me rendí ante las tropas alemanas antes que cualquier comando guerrero de los holandeses. Carice van Houten, a pesar de darlo todo, no ha conseguido obrar el milagro de la redención. Esto de poner al nazi con cara de malo ya está muy trillado. Aburre. La mayoría de los nazis tenían caras neutras, y algunos hasta angelicales. Todo es estereotipo en las películas. Todo está mil veces visto. Carice van Houten no, desde luego, pero con ella no basta.




Leer más...

Delicias turcas

🌟🌟

¿Y esta era la tan afamada “Delicias turcas”? Pues bueno... Yo vivía muy bien en su desconocimiento, tengo que decir. Pero el cinéfilo, ay, se debe a su cinefilia. Le mata el sentido del deber, y la curiosidad, que también mata a los gatos. Yo ya me olía que esto era una majadería, como dice Carlos Boyero en la radio, pero me vi inmerso en un ciclo de Paul Verhoeven, y entre una película de las antes, y una película de las de ahora, al final fue más fuerte la tentación que el recelo. Me autoconvencí de que mi autoconvencimiento quizá estaba equivocado con “Delicias turcas”. Y me estrellé, claro. Pero es que así me paso la vida: autoconvenciéndome de probar cosas que no me convienen. C’est la vie. Y también la hostia que viene después.

Con las “Delicias holandesas” ya no pienso caer en la tentación. Pero es que en el caso de “Delicias turcas” no seduce ni el cebo del porno, vamos. El softporn, mejor dicho, aunque todo sea como muy sucio y truculento. Provocador a lo muy ácrata de los años 70. Pero nada: una tontería, háganme caso Una broma de adolescentes. Caca y culo, pedo y pis. La portada de cualquier web porno, accesible a cualquier persona con un solo golpe de clic, ya enseña más material del que enseñan Rutger Hauer y su señora. Yo entiendo que en 1973 la cosa estaba jodida, jodida de verdad, y que la contemplación de dos cuerpos desnudos, ejercitando el placer de los bonobos, tenía que poner muy erecto al personal. Y muy turbadas a las beatas, y a los beatos. Solo por eso, quizá, habría que disculpar al señor Verhoeven en sus intenciones. Pero su película se ha quedado viejuna e irrisoria. Ridícula. Y de un machirulo que espanta. Está... mal hecha. No tiene ni pies ni cabeza. Ni apenas genitales, ya digo. Unas ganas de molestar, nada más.

Al final ella muere. Lo digo para librarles de la tentación. El otro día, en la tertulia de la radio, destriparon CODA por entero para que nadie la viera, de lo mala que la ponían. Yo aún no la he visto, así que no sé. Pero como táctica pero me parece cojonuda cuando se hace una obra de caridad.



Leer más...

Benedetta

🌟🌟🌟🌟


Podría soltar muchas excusas para explicar por qué he visto “Benedetta”: una, que sigo con interés la carrera de Paul Verhoeven, y otra, que sigo con más interés todavía la carrera de Charlotte Rampling, También podría decir que estoy haciendo una tesis doctoral sobre el mundo de los conventos en la Contrarreforma italiana... No sé, cosas así, de cinéfilo responsable, o de historiador aficionado. Pero no voy a mentir. El lector ya me conoce, o no me conoce en absoluto, así que qué más da. Yo venía a la película porque la publicidad hablaba de dos monjas que alcanzaban juntas el otro éxtasis del Señor, y el morbo, y la cosa tonta, obraron el milagro de amordazar a mi yo cinéfilo y asexuado, que últimamente está bastante insoportable.

Antes de ser seducido por el Mal, él me aseguraba que “Benedetta” no iba a ser más que una provocación, una cosa del viejo verde de Paul Verhoeven. Un instinto básico con crucifijos en lugar de picahielos, o un baile de showgirls en el refectorio conventual. Una tontería de dos horas para provocarme un par de erecciones subterráneas y nada más.

Pero no: mi cinéfilo se equivocaba. “Benedetta” tiene sus momentos, desde luego, con esos cuerpos hermosos y esos amores arrebatados, pero a su alrededor crece una trama compleja de personajes oscuros e intereses entrecruzados, los divinos y los carnales. “Benedetta”, además, nos recuerda dos sabidurías fundamentales que no han perdido vigencia: la primera, que el sexo es una fuerza irreprimible, y que si la reprimes, te salen como ronchas en la piel, o como bultos en el espíritu. La segunda, que no hay gente más peligrosa en el mundo que la que se cree elegida por Dios. En el siglo XVII, las Benedettas del mundo podían montar como mucho una campaña militar en Flandes, o quemar un par de brujas en la plaza del pueblo. Asuntos graves, pero no planetarios. Ahora, sin embargo, una Benedetta investida de poder podría apretar el botón nuclear para salvar al mundo de sus pecados, mientras se parte de la risa beatífica.



Leer más...

Showgirls

🌟🌟🌟


Al señor Verhoeven le gustan como a mí. No digo más. El muy tunante... Él dice que tienen que ser así para poder bailar, y que su forma es una exigencia milimétrica del otro señor, el guionista, que por lo demás lo llena todo de diálogos para besugos y para sirenas del desierto. Los pechos de las protagonistas -perfectos, no diré más- son una coherencia argumental. Necesarios y palmarios, de la palma de la mano. No diré más... Una pechugona del burlesque no serviría para exhibirse en Las Vegas, y una bailarina del Bolshoi, impechada, pues tampoco. Los clientes del casino quieren la justa medida entre el pechamen y el bailamen. Entre el sexo y el arte. Yo mismo, por ejemplo, que no me considero un ganadero de Texas, tengo que confesar que los bailes de “Showgirls” molan, pero que también ponen palote. ¿Un cerdo o un ser con virilidad, sin más? Esa es la cuestión.

 Para triunfar sobre el escenario del casino hay que ser bella y saber moverse. “Ambar” cosas, como dicen en Toledo ¿Mercado de la carne? Nos ha jodido. “Showgirls” es una película sobre el mercado de la carne: carne que baila, que excita, que pone muy tonto al personal. ¿Juicios de valor? Buf, ahora no, señorita Irene. Esto es una película -muy mendruga por lo demás- y yo estoy de resaca (es un decir) de Nochevieja. Yo también estoy en el mercado de la carne cuando pongo mis fotografías en Tinder, solo que allí no me desnudo. Y menos mal... No veo gran diferencia. Las chavalas de “Showgirls” se exhiben para ganar dinero y yo me exhibo para ganar un corazón. Qué bonito... Todo es exhibirse. Tocar no. Eso está muy feo, y los guardaespaldas del casino te ahostian a la primera. Bien hecho. También hay mujeres que se plantan delante de mí como ese director de coreografía, y me dicen que no molo por esto o por lo otro: la sonrisa, o las orejas, o la pancita que se adivina bajo el jersey, tan poco cuidada con arroz integral y verduritas a la plancha.

“Showgirls” no es tan mala como la pintan. Nunca la había visto por prurito cinéfilo, por postureo cultureta. Era tan socarrón, el chorreo, que hasta me daba miedo asomarme. Pero “Showgirls” mata la tarde. Y te... No. No diré más.





Leer más...

Desafío total

🌟🌟🌟🌟


Hacía dieciséis años -porque lo he mirado en los registros de  Filmaffinity -que no veía Desafío total. Y nada más empezar la película he entendido la razón: la música de Jerry Goldsmith está asociada en mi cabeza con las derrotas del Real Madrid en Tenerife, inexplicables y consecutivas. Maldita sea... “Dreams” era la fanfarria que ponía Canal + al inicio de cada partido, y aquellas dos tardes de domingo, soleadas y campestres en el Heliodoro Rodríguez López, la música de Goldsmith atronaba en el televisor como un tambor de guerra antes del saque inicial. La victoria del Madrid estaba al alcance de un solo gol afortunado, de una parada milagrosa de Paco Buyo. Las matemáticas estaban de nuestro lado, pero los dioses del balón nos negaron la gloria y la alegría.

Con este mal recuerdo en la cabeza, todavía no ha aparecido el primer personaje de la película y ya siento la tentación de abandonar el empeño. Para qué sufrir, me digo, con la cantidad de DVDs que apilados en el montón... Es entonces recuerdo que yo estoy aquí porque en el podcast “Tiempo de Culto” hablaron el otro día de “Desafío total” en plan nostálgico y vintage, explicando curiosidades que me inocularon unas ganas irresistibles de revisitar. Yo me entiendo... Y en esas estaba, dudando entre proseguir o abandonar, cuando de pronto apareció Sharon Stone vestidita con un salto de cama y todas las dudas se apagaron de repente como bombillas reventadas a disparos. No se hable más, me susurré.

Desafío total va, precisamente, de un gilipollas casado con Sharon Stone que sueña con una vida mejor y se mete en un lío de tres pares de marcianos,  y de unos hijos de puta que han logrado el viejo sueño de cobrarnos por respirar mientras ellos inhalan oxígeno, nitrógeno y argón sin forma definida, y además gratis. Parece una cafrada, sí, pero aquí, de momento, en el planeta Tierra, ya nos están sacando un ojo de la cara por encender una lamparita. Lo de cobrarnos por centímetro cúbico de aire es el próximo proyecto de las élites emprendedoras. Primero lo probaran en Madrid, claro, con esa sociópata inaugurando el primer Oxímetro entre carcajadas y chiribitas.





Leer más...

Instinto básico

🌟🌟🌟🌟

La primera vez que Catherine Tramell descruzó las piernas para dejar el potorro al aire, todo sucedió demasiado rápido y sin avisar. Los espectadores, en las butacas del cine, nos quedamos con una duda existencial que habría de resolverse muchos meses después, ante el pelotón del VHS, cuando Instinto básico estuviera disponible en el videoclub y pudiéramos diseccionarlo con el material quirúrgico del mando a distancia. Porque al salir de los cines unos decían que sí, que lo habían visto, y otros decíamos que no, que ni de coña, lo del coño, y que la sombra malhadada del muslo, y la proyección oscura de la película, sólo dejaba intuir lo que otros perjuraban haber admirado.

    Cuando llegó el VHS a los videoclubs, los cerdícolas y los cinéfilos -y los que éramos ambas cosas a la vez- nos abalanzamos sobre las estanterías sacando codos para que nadie pudiera cogernos la posición, como pívots de la NBA protegiendo el rebote. Pero al llegar a casa, y analizar la escena con el pause y con el step, las opiniones volvieron a dividirse: unos decían que sí, que lo habían capturado, y congelado, el pitote, mientras que otros, los frustrados, y los escépticos, volvimos a decir que no, que el reino de aquel intramuslo seguía siendo un paisaje difuso, y muy mal iluminado, envuelto en las neblinas del deseo. Porque además, la cinta de VHS, cuando la avanzabas fotograma a fotograma, sufría como una temblequera, como un párkinson analógico, y le salían rayajos horizontales que no permitían discernir si aquella fruta afloraba o se quedaba entre las hojas.



   Y así, entre tirios y troyanos, el asunto del asunto quedó en la indefinición perpetua, en la disputa sin vencedores, y con el tiempo lo fuimos olvidando. Hasta que el otro día, en los canales de pago, me topé con Instinto básico en alta definición, un HD milagroso que por fin, casi treinta años después del estreno, iba a dictar sentencia definitiva sobre si aquello era carne o fantasma, realidad o deseo. Sólo tuve que pulsar el rec... Y tengo que decir que sí, que está, fugaz y rasurado, apresurado y juguetón, pero está, sin duda, el Santo Grial de la cinefilia. Así que tenían razón, y es justo reconocerlo, los entusiastas y los optimistas. Los que tuvieron fe en su contemplación y predicaron la buena nueva durante años, contra viento y marea, increpados por los gentiles y por los impíos como yo, hasta que los dioses de la alta definición descendieron sobre nosotros y les concedieron la última victoria. Caso cerrado, lo del potorro de Sharon Stone. Y amén.


Leer más...

Elle

🌟🌟🌟

Uno ya venía advertido de que Elle era una película controvertida, cruda, no apta para moralistas inquebrantables. Una historia de mujer turbia -y quizá perturbada- que Paul Verhoeven quiso vender en Hollywood sin que ninguna actriz de caché quisiera interpretarla. Sólo Jennifer Jason Leigh tuvo el valor de aceptar el desafío, pero otras circunstancias trajeron el proyecto a Europa, y aquí, en el viejo y sucio continente, ya curtida en mil batallas de mujeres sombrías, Isabelle Huppert era la actriz predestinada para el papel. De hecho, su personaje de Elle no dista mucho de aquel que en La pianista también exhibía una sexualidad enfermiza en la intimidad, y una misantropía ojerosa en la vida social.


    Para dejar claras sus intenciones desde el primer fotograma, Elle comienza directamente con una violación. Violaciones hemos visto muchas en nuestra cinefilia, pero reacciones como la de Michèle Leblanc, la mujer asaltada, creo que ninguna. Y ahí radica la controversia de Elle: su punto de partida diferente e inquietante. Michèle no parece afectada por el suceso. No denuncia ante la policía, ni acude a los servicios médicos. Ante sus amigos, cuenta la desventura como quien narrara su cita con la peluquera, o su compra en el supermercado. Uno espera que esta mujer, tarde o temprano, sufra una reacción emocional en diferido, pero Paul Verhoeven es un tipo diferente, retorcido, y el personaje de la Huppert, lejos de hundirse o de acojonarse, sufre una especie de reafirmación personal que le lleva a coger su vida entera por los cuernos. Es como si quedara poseída por una lucidez devastadora, por una valentía inusitada. En la podredumbre moral que viven todos los que la rodean -amigos y familiares, amantes y ex maridos- ella, que no es precisamente un angelito, se convierte en ángel justiciero que castiga a los descarriados. 

    Los espectadores menos inteligentes han interpretado que Verhoeven y Huppert están defendiendo en cierto modo su violación. Como si se tratara de una práctica benéfica y recomendable en ciertos casos... Está claro que estamos todos locos. Los espectadores con algo más de sesera  comprenden que el cine, a veces, centra su atención en las viñas más excéntricas del Señor. Ellos han tenido la santa paciencia de llegar hasta el final de Elle con el espíritu abierto y la curiosidad intacta. Y allí, Michèle, que sigue blandiendo la espada flamígera, vuelve su mirada cegadora hacia el violador...



Leer más...