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Operación Cicerón

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Este blog tiene muy poco color en blanco y negro porque me da miedo revisar el cine clásico. A veces, en los canales de pago, descubro una película canónica que vi en la juventud y a los quince minutos me siento incómodo, como pillado en una impostura. Los clásicos tienen mucho de aforamiento, de respeto debido a los mayores. Muchos han sufrido la erosión evidente del tiempo: tienen grietas, muescas, fallos estructurales incluso. Son como ancianos que caminan muy bien vestidos, y conservan un aire aristocrático y distinguido. Pero en cuanto se ponen a gesticular, a bailar, a contar un chascarrillo, se descubren fuera de época, y fuera de tono. 

    Para un cinéfilo que se precie, el cine clásico es una asignatura obligatoria, pero no una obligación del entusiasmo. Se lo leí una vez a un internauta muy inteligente. Muchas películas están en los cielos por lo que significaron en su momento, pero no porque sigan manteniendo la vigencia o la frescura.

    Hay dos películas de Joseph L. Mankiewicz que no han sufrido esta maldición de la decadencia. Que podrían rodarse otra vez mañana mismo, plano por plano, diálogo por diálogo. Mecanismos asombrosos que han sido preservados de la herrumbre y la humedad. Una es Eva al desnudo, tan recordada; y la otra, Operación Cicerón, tan olvidada. En la neutral Turquía de 1944, los espías del Eje reciben la inesperada visita de un Santa Claus veraniego apodado Cicerón: un tipo que les trae jugosos secretos del otro lado de las trincheras. Cicerón sabe que los nazis están desesperados por desentrañar la Operación Overlord, y les cobra sumas considerables por ir desvelándoles poco a poco los misterios. A Cicerón le importa una mierda quien gane la II Guerra Mundial, porque él es albanés, y eso es como ser de Mozambique en los tiempos de las Guerras Púnicas. Y le importa una mierda, además, el dinero, porque él todo lo hace por el amor de una mujer. Una muy guapa, aristócrata, inalcanzable para su estirpe de plebeyo. 

    Operación Cicerón (y esto es un spoiler, querido amigo, o amiga) inspiró los celebérrimos versos de la canción:


Por el amor de una mujer
jugué con fuego sin saber
que era yo quien me quemaba.




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