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Modern family

🌟🌟🌟🌟

Me gusta mucho, Modern Family. Y no debería... El bolchevique que vive en mi interior odia a estas tres familias que se pasan la vida de festejo en festejo. Si hacemos caso de lo que nos cuentan los guionistas, a estos burgueses se les va el noventa por ciento del presupuesto en la concejalía de fiestas. Raro es el episodio que no están celebrando algo, por todo lo alto, en sus jardines cuidadísimos con piscina, con banquetes pantagruélicos y decoraciones de guirnaldas: el Día del Padre, o el Día de la Madre, o el Día de Acción de Gracias, o el 4 de Julio, o Halloween, o Navidad, o Hanuká, o el cumpleaños de alguien,  o un aniversario de boda, o un aniversario de noviazgo, o un aniversario de adopción, o la Fiesta Nacional de Colombia, o el Día del Orgullo Gay, o la fiesta de graduación en la Elementary School, o la fiesta de graduación en el High School, o el sobresaliente inesperado de una hija, o la venta de una casa que a Phil Dunphy le reportará una jugosa comisión de tres pares de narices. Si todas las familias del mundo llevaran este tren de vida, hace ya décadas que las cucarachas estarían reinando sobre el planeta arrasado, deforestado, extinto de especies, el basurero global que ya quedó predicho en WALL.E. 



Sin embargo, el otro tipo que vive dentro de mí, el seriéfilo que se tumba en el sofá y relaja el puño revolucionario para empuñar el mando a distancia, siente una admiración rendida por Modern Family. Es una comedia agilísima, chispeante, medida hasta el último segundo, hasta la última palabra. Es una obra de ingeniería asombrosa. Los personajes y las tramas que los animan casi son lo de menos: es el ritmo, la frescura, la inteligencia eléctrica de las réplicas, lo que a uno le mantiene boquiabierto y sonriente, a pesar de los prejuicios ideológicos. Y los atractivos de Sofía Vergara, claro. Y la belleza anglosajónica de Julie Bowen, por supuesto. Más allá de lo que vemos en pantalla, se barrunta una maquinaria perfecta de productores y guionistas. Me río yo de los paddocks de la Fórmula 1...

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Palíndromos

🌟🌟🌟

Todd Solondz es un cineasta retorcido y deprimente al que a uno le gustaría conocer personalmente, en la compañía cercana de un café -si él supiera castellano, o yo me defendiera con el inglés-,  pues presumo que su filosofía vital y la mía van cogidas de la mano, y encontrarían muchos puntos en común para echarse unas risas, y darse la razón como tontas complacidas.




Los personajes de Todd Solondz son la antítesis humana de los buenazos –y  las buenorras- que me hacen sonreír en Modern family. De su imaginación sólo brotan seres humanos taciturnos, melancólicos, oscuros, frecuentemente trastornados. Mientras que Modern family explora la ciencia-ficción de un ideal humano siempre benefactor, mi amigo Todd, en películas como Palíndromos, retrata a personas muy taradas, muy verosímiles, que aunque padezcan neurosis muy poco frecuentes, sólo están un paso más allá de los avatares cotidianos. Sólo un traspié, o una desgracia, o una mala compañía, nos separa de vivir en esos universos depresivos y desesperados. Los habitantes de Modern family, en cambio, viven en un planeta feliz, virtual y muy lejano, inalcanzable para la colonización humana antes del siglo mil. Como poco.

Diálogo extraído de Palíndromos al que no le quito ni le pongo una coma:

Mark: Las personas acaban como empiezan. Nadie cambia nunca. Creen que cambian pero no. Si ya eres depresiva siempre serás depresiva; si ahora eres una tonta feliz, así es como serás de mayor. Podrás adelgazar, o no tendrás espinillas; podrás broncearte, aumentarte el pecho, cambiar de sexo. Da igual. En esencia, desde delante hasta atrás, tengas trece o cincuenta años, siempre serás la misma.
Aviva: ¿Y tú eres el mismo?
Mark: Sí
Aviva: ¿Te alegras de ser el mismo?
Mark: No importa si me alegro. No tengo elección. No tengo más remedio que elegir lo que elijo, hacer lo que hago, vivir como vivo. Todos somos robots, preprogramados por el código genético de la naturaleza.
 Aviva: ¿Y no hay ninguna esperanza?
Mark: ¿Para qué? Esperamos o nos desesperamos tal como hemos sido programados. Genes y aleatoriedad: es todo lo que hay, y nada importa.


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