Mostrando entradas con la etiqueta Misterioso asesinato en Manhattan. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Misterioso asesinato en Manhattan. Mostrar todas las entradas

Misterioso asesinato en Manhattan

🌟🌟🌟🌟

En su libro de memorias, Woody Allen -antes de enredarse en el morboso asunto que nos llevó a comprarlo-, cuenta anécdotas muy divertidas sobre cómo era su vida de niño, en Brooklyn, en una familia de currantes y buscavidas que parece sacada de un cómic de la época. Como la familia Trapisonda, la de aquí, la que dibujaba Francisco Ibáñez en el Pulgarcito y cuyas desventuras yo leía sin entender la crítica social que traía loca a la censura.

    Woody Allen cuenta que de niño, en los cines de su barrio, vivía fascinado con las películas que transcurrían en los áticos de la clase alta, de techos altísimos y pianos colocados en un altillo. Apartamentos de ensueño donde Fred Astaire y Ginger Rogers bailaban sorteando criadas, y criados, y mesas con champán, y amigos ociosos de la burguesía que siempre iban vestidos de etiqueta, como si nunca se cambiaran de ropa entre que venían de un teatro y se iban a una fiesta de alto copete. Allen dice que ésa es la vida que le gustaría haber vivido, decadente, golfa, como la que vivía Jep Gambardella en La Gran Belleza, suspendido veinte pisos por encima de la realidad, frente al Circo.



    Y hoy, mientras veía Misterioso asesinato en Manhattan, he descubierto, por primera vez, como un cinéfilo poco avispado que necesita las inteligencias masticadas, que los personajes de sus películas también viven otra vida ideal y envidiable que quizá sea la extensión filmada de aquellos asombros de su infancia.

    Aquí, en los asesinatos de Manhattan, y en otro montón de películas por el estilo, todo el mundo trabaja en artes creativas que satisfacen el ego y ensalzan el espíritu, y no hay nadie que se gane la vida limpiando retretes o conduciendo taxis mugrientos. Todos estos urbanitas de Woody Allen son escritores, o fotógrafos, o críticos de cine, o profesores de universidad. Pero lo más maravilloso es que nunca se les ve trabajando, como si estuvieran de vacaciones perpetuas, o fingiendo una baja laboral, o como si sus empleos fueran de ocho a diez de la mañana para poder pasar el resto del día yendo al Madison Square Garden, o a la ópera, o a tomarse un cóctel en el último bareto de moda.

    O persiguiendo criminales en excitantes aventuras que ponen un poco de picante en sus vidas, y que estimulan el sexo en las camas matrimoniales que ya van quedándose algo frías.


Leer más...