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Misión Imposible: Protocolo Fantasma

🌟🌟🌟🌟

(He visto la película de nuevo, pero no voy a reescribir la crítica -o bueno, esas cosas que yo escribo- que ya quedó publicada el 1 de enero de 2016, meses antes de que nuestras vidas discurrieran por carriles diferentes, pero siempre paralelos y próximos, con mil áreas de descanso compartidas). 

Al despertar en este día de Año Nuevo recé al dios Tom para que convocara la lluvia y encerrase en sus casas a los amigos de mi hijo. Y el dios Tom, que es mucho más complaciente que el Yahvé de mis vecinos, escuchó mis plegarias: a eso de las cuatro de la tarde el retoño se dejó caer por el sofá comunitario y me dijo:

- Si quieres vemos una película… -que es la fórmula de su claudicación ante el infortunio; su último recurso para entretenerse cuando fallan los amigos del pueblo y el videojuego online se ha quedado sin saldo o sin cobertura. 

En la época de su infancia asombrada y de mi paternidad responsable, el cine era la eucaristía semanal y casi obligatoria de los ateos, pero desde que las hormonas alteraron su cuerpo ya no le doy la matraca para que vea conmigo tal serie o tal película, porque él, siempre al borde de la mutación en un Hulk negacionista, reacciona siempre con un rechazo mal disimulado. Así que me encapsulo, y me entretengo con lo mío, y aprovecho estas crisis de su aburrimiento para retomar los lazos de la sangre.

Hoy, en agradecimiento al dios Tom, que es uno de los lares protectores de nuestra familia, hemos puesto en el DVD “Misión Imposible: Protocolo Fantasma”, que es la penúltima barrabasada del ciclo antes de enfrentar la quinta entrega que ya anuncian por ahí. Mientras la abuela del retoño -en tradicional estampa navideña- roncaba su sueño en el sofá, nosotros la des-oíamos con los trompazos y las explosiones. Las hostias y los disparos. Y también algún bombeo extra del corazón, retumbando en nuestros tímpanos, cuando alguna "chica Hunt" paseaba su sensual figura por los fotogramas. Allí estábamos los dos: el viejo verde y el adolescente disimulante, cada uno con su deseo inconfesable, callados como cartujos en este sofá casi siempre solitario pero hoy abarrotado de público. Como en las grandes ocasiones.


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