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Fahrenheit 11/9

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Lo que viene a decir Michael Moore en Fahrenheit 11/9 es que Estados Unidos no es una democracia verdadera, sino una democracia vigilada, con filtros que impiden que el votante indeseado se acerque a las urnas, y que el político de izquierdas ascienda en demasía. Que el partido incoveniente, en definitiva, se alce con la victoria en la jornada decisiva. La democracia nortemaricana es un engañabobos que tiene el final amañado de antemano. Un paripé de consulta en la que al final siempre deciden las élites económicas y militares. Y a veces, incluso, las del sombrero borsalino...

    Pero no hay que sorprenderse de todo esto, aunque Michael Moore oficie de asombrado denunciante. La democracia americana, como la nuestra, como la de cualquier país que presume de civilizado, es la misma democracia manipulada que inventaron los atenienses hace siglos, aunque ahora tengamos el sufragio universal, y el ciudadano pueda elegir entre partidos variopintos. En la democracia de Pericles y compañía sólo votaban los que poseían tierras, o caballos, o haciendas en las colinas. O barcos comerciales que surcaban el Mediterráneo. Los demás, las mujeres y los campesinos, los esclavos y los parias, quedaban al margen de las decisiones políticas. 

    Sobre los pilares de aquella democracia incompleta hemos construido esta otra tan moderna e imperfecta. En realidad, si prescindimos de las parafernalias y los discursos engolados, seguimos teniendo la misma chapuza griega de toda la vida. El resultado electoral siempre es -de algún modo más o menos trapacero- fraudulento. La gente no vota, o no sabe lo que vota, o se deja llevar por el tema candente del momento. Y cuando rara vez reflexiona sobre los temas correctos y amenaza con constituirse en marea ciudadana, te hacen dos chanchullos en las primarias del partido, tres amaños en la convención, y te ponen al Donald Trump de toda la vida para que jure su cargo ante las ruinas del Partenón.



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Michael Moore in TrumpLand

🌟🌟🌟

TrumpLand es Wilmington, Ohio, un villorrio de diez mil habitantes donde Donald Trump, en las primarias de su partido, cuadruplicó el número de votos que obtuvo Hillary Clinton. Wilmington es territorio comanche para Michael Moore, que es el azote de los conservadores, el paladín del socialismo en Estados Unidos. Pero nuestro gordo tiene un par de cojones, y una gorra de béisbol que le concede un valor temerario, y para su nuevo discurso se ha traído los bártulos al teatro principal de la ciudad, donde se enfrentará cara a cara con los votantes del empresario extemporáneo. Como si el Gran Wyoming se presentara en el centro cívico de La Moraleja para mantener un cara a cara con los peperos que lo tienen por un terrorista bolivariano. Afortunadamente para Michael Moore, ningún gordito socialista fue herido por arma de fuego en el rodaje de este documental. Que no era descartable, en semejante ecosistema.
 
    La misión de Michael Moore, por supuesto, a pocas semanas de las elecciones presidenciales, es convencer a los votantes de Donald Trump de que se lo piensen dos veces, antes de liarla. Moore entiende su frustración de clase media venida a menos. Su enfado contra el sistema económico que se ha llevado las fábricas y los empleos a otro lugar. Él mismo procede de Flint, Michigan, antiguo paraíso de los obreros del automóvil que ahora es una distopía de industrias vacías y casas destartaladas. Los páramos de Robocop. Michael Moore les grita que de acuerdo, que muy bien, que den rienda suelta a su indignación, pero que de ahí, a votar a un botarate como Trump, media un abismo de responsabilidad. Porque además, Hillary Clinton, lejos de ser la mujer guatemala frente al hombre guatepeor, todavía puede darnos una sorpresa agradable. Quién sabe.
 
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The Big One

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Diez años antes de que estallara la crisis económica que todavía padecemos (algunos), cuando en España todavía era fiesta y comprábamos alegremente el piso en la ciudad y la segunda residencia en la playa y la moto de gran cilindrada para el chaval, Michael Moore, en Estados Unidos, recorría las ciudades deprimidas donde la clase media ya las estaba pasando putas. Pero que muy putas. Y corría el año del Señor de 1997... Nadie en este lado del Atlántico supo interpretar los augurios, porque nadie vio The Big One ni otros documentos parecidos. Y aunque los hubiéramos visto, nosotros, tan estúpidos, vivíamos en un país único donde el Gran Bigote iba a comerse los mercados y a competir con los alemanes de tú a tú y bla, bla, bla...

    En la gira promocional de su libro Todos a la calle, nuestro entrañable gordito, como un Borbón campechano que se saltara el protocolo, aprovecha las firmas de libros para conocer a trabajadores que acaban de ser despedidos de sus fábricas, o que han visto recortados sus sueldos hasta límites de subsistencia. Y no porque el negocio vaya mal, sino justamente por lo contrario: porque va viento en popa gracias a su trabajo, y a sus sacrificios, y los dueños, y los accionistas, ávidos de más dinero, han decidido trasladar los bártulos a otro lugar donde pagar todavía menos a sus esclavos. Y ya, directamente, forrarse el escroto de oro, y las nalgas de platino. 

    En el último tramo de The Big One, Michael Moore se entrevistará con el mismísimo CEO de Nike, Phil Knight, para afearle que la marca produzca sus zapatillas en Indonesia, pagando cuatro chavos a adolescentes descalzos que zurcen y pegan telas en hangares de mala muerte. El gachó, impasible, se agarrará a los principios básicos del neoliberalismo para justificar todas las tropelías de su empresa, desde el sueldo indigno hasta la deslocalización de las fábricas, pero con una sonrisa en la boca, eso sí, y con un compadreo muy amable, calzado con unas zapatillas deportivas -suponemos que Nike- y vestido de casual para la ocasión.

En The Big One, Michael Moore es entrevistado en un programa de radio.

ENTREVISTADOR: Usted al comienzo de su libro ha puesto dos fotos con la leyenda: "¿Qué es terrorismo?" Se trata de dos fotos casi idénticas. Edificios destruidos. Uno en Oklahoma City, en 1995, tras la explosión de la bomba. Y abajo, Flint, en Michigan, en 1996 [una fábrica derruida]. Resulta difícil distinguirlas. Dos muestras de destrucción. De ahí la pregunta: "¿Qué es terrorismo?"

MICHAEL MOORE: Evidentemente, si un camión cargado de explosivos hace saltar por los aires un edificio matando a 168 personas, eso es terrorismo. No cabe ninguna duda. Pero, ¿cómo le llamamos entonces si evacúan el edificio antes de hacerlo saltar por los aires? Los años siguientes, los que trabajaban allí, al haberles quitado su medio de ganarse la vida algunos de ellos murieron... Murieron por suicidio. O por malos tratos. O por drogas. O por alcoholismo. Todos los problemas que rodean a los que pierden su empleo. Aquella gente murió como la gente de Oklahoma. Pero a eso no lo llamamos un acto "terrorista", ni a la empresa "asesina". Yo considero que se da un acto de terrorismo económico cuando las empresas, no satisfechas con los beneficios realizados, echan a la gente para poder ganar tan sólo un poquito más.


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¿Qué invadimos ahora?

🌟🌟🌟🌟

Michael Moore, nuestro gordito favorito, en un extraño proceso biológico que quizá tiene que ver con su dieta, o con que los agentes de la CIA lo andan envenenando, ha terminado por convertirse en su abuela de Michigan. Se le ha puesto una pinta rara, con andares bamboleantes, y mucha piel sobrante por la cara, y eso hace que en ¿Qué invadimos ahora? sus advertencias suenen a reprimenda de grandmother americana: que mira qué bien viven los italianos y nosotros con tanto trabajo, o hay que joderse con las escuelas que tienen en Finlandia y nuestros nietos aquí, en el cuchitril, con profesoras que cobran tres dólares y hamburguesas grasientas todos los días en el  menú.

    Los críticos de Michael Moore -que son, para mi indignación, mayoría entre la prensa acreditada- lo tienen muy fácil para zaherirle en esta ocasión: "Moore, el abuelo Cebolleta", y cosas así. Yo entiendo que hay que comer, que la cosa está muy jodida, y que incluso en la prensa progresista nadie habla bien de él por no llevarse una reprimenda del redactor jefe, al que le pagan por predicar las bienaventuranzas del capitalismo. Con Michael Moore, los paniaguados ya ni se molestan en escribir nada nuevo: simplemente cambian el título del documento anterior y firman la crítica como si fuera de ayer mismo. Da grima tener que releerles cada cinco o seis años: que si Moore es un maniqueo, un manipulador, un observador parcial de la realidad... Nos ha jodido. Pues claro. El gordo entrañable tiene una visión ideológica del mundo, y a predicarla dedica su profesión de cineasta; como ellos mismos, al escribir, defienden su ideología conservadora, o fingen defenderla para no terminar en el paro. Aquí cada uno va a lo suyo.

    En ¿Qué invadimos ahora?, Michael Moore se rinde a los encantos del bienestar europeo. O a lo poco que nos queda de él. Ahora que nos parecemos cada vez más a su odiado y amado Estados Unidos, Michael, como un don Quijote con gorrita de béisbol, recorre bandera en ristre los campos de Europa para asombrarse de nuestra calidad de vida, de nuestro espíritu cívico, y en cada nueva aventura vota a bríos que él habrá de llevar tamañas maravillas al otro lado del mar. Moore, por supuesto, no ha puesto el pie en nuestro país, porque de aquí no hay gran cosa que llevarse, y hasta tiene el atrevimiento de dar una gran zancada desde Francia para posarse en Portugal, a estudiar la política nacional contra las drogas, y ningunearnos con sus santos cojones que nos tapan el sol. El sol, el sagrado sol, que es nuestra única gran aportación a la humanidad. Y la paella, y la sangría...


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The Yes Men fix the world

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Seis años después de su debut en las pantallas, Andy Bichlbaum y Mike Bonanno, los Yes Men, vuelven a la carga contra las corporaciones que saquean el planeta. Contra los bancos que financian el tinglado. Contra las instituciones democráticas que esconden la suciedad bajo las alfombras parlamentarias. Mientras los demás arreglábamos el mundo en las tertulias del bar o en el sofá de nuestras casas, insultando a los próceres pero sentados muy cómodamente, ellos, los Yes Men, cuando el mundo financiero se derrumbaba, salieron a las calles para realizar sus "performances" en el corazón mismo del enemigo. The Yes Men fix the world. O, al menos, de no poder arreglarlo, dada la magnitud inalcanzable de la tarea, poner el dedo en las llagas, con mucha risa, y mucha mala hostia, y mucha reflexión inquietante también.

    Es impagable, ver a Andy Bichlbaum travestido de ejecutivo anunciando en un informativo de la BBC que Union Carbide va a pagar millones de dólares a los afectados de Bhopal. Verle, más tarde, infiltrado en las filas de Exxon, anunciando el nuevo petróleo del siglo XXI, que será un compuesto refinado a partir de los restos crematorios de cadáveres humanos. Es una descojonación ver a Mike Bonanno, quintacolumnista en Halliburton, presentando el kit de salvamento Sobrevivola, una burbuja de supervivencia para que los ricos salgan indemnes de cualquier catástrofe natural. 

    No sé si The Yes Men fix the world es un buen o un mal documental. Y me da lo mismo, además. Este blog jamás entró, ni entrará, en cuestiones técnicas. Sólo diré que los Yes Men son dos genios, dos héroes, dos santos de incorporación inmediata a los laicos altares. No es que sigan la estela protestona de Michael Moore, mi entrañable gordito: es que le adelantan a toda hostia por la izquierda, añadiendo a la denuncia la parodia de los tiburones capitalistas. Aterroriza -no se me ocurre otra expresión- ver cómo los Yes Men sueltan auténticas salvajadas en estos foros de postín, y cómo los asistentes se descojonan de la risa, y toman notas, y hacen preguntas sobre riesgos y rendimientos sin tomar en consideración la idea disparatada, y deshumanizada, que se les propone.
     




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