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Cegados por el sol

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Marianne y Paul son dos artistas norteamericanos que pasan sus vacaciones en la isla Pantelaria, a medio camino entre Sicilia y el continente africano. Mientras a su alrededor se desarrolla el drama de las pateras que naufragan o llegan con subsaharianos ateridos, ellos, aislados del mundanal ruido, disfrutan de su casa solariega con vistas al volcán. No es la procedencia, estúpido, ni la raza, sino la pasta que llevas en el bolsillo.

Alrededor de la piscina, que es el epicentro de su retozar, Marianne y Paul fornican al aire libre, toman el sol del Mediterráneo y reponen fuerzas con la saludable gastronomía del lugar, bajo la sombra de una parra. Marianne, que es vocalista en un grupo de rock, ha sufrido una operación en la garganta que le impide hablar, lo que hace que las discusiones terminen rápidamente con cuatro gestos y un abrazo de reconciliación. Cualquier cosa antes que forzar la voz y joder su carrera musical. Dentro de la desgracia, su mudez facultativa contribuye a mantener la paz achicharrada de las vacaciones.

Si los veraneantes de “Cegados por el sol” fueran una pareja de españoles, al segundo día aparecería un cuñado para joderles tamaña felicidad. Pero como son anglosajones y además muy liberales, el que aterriza en Pantelaria es el ex amante de Marianne, un cincuentón desatado al que da vida un desaforado e impagable Ralph Fiennes. Harry llega a la isla ávido de fiestas y cachondeos, pero trae, escondidas en la maleta, aviesas intenciones de reconquista. Él nunca ha olvidado a Marianne porque ella es una fiera del rock en los escenarios y una tigresa del sexo en los colchones. 

Por si fuera poco, con Harry -y con su hija, que es una lolita dispuesta a meter más leña en el fuego-  llega también el siroco del Sáhara, un viento seco que desatará tormentas dentro y fuera de los cuerpos. En la isla volcánica de Pantelaria estallará de pronto el volcán de las pasiones; y uno, que al principio de la película andaba medio dormido en el sofá, retomará el hilo de esta película muy malsana y viciosa, perjudicial para la moral, de personajes que se desean y se acechan como animales africanos.




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De óxido y hueso

🌟🌟🌟🌟

Siempre hay un roto para un descosido, decía mi abuela cuando se hablaba de que fulano de tal había conocido a mengana de cual, dentro de la familia, o en el vecindario, o en alguna película que pasaban por la tele los sábados por la tarde, que era el día que ella venía a visitarnos para darnos su propina misérrima -que apenas daba para comprar un sobre de cromos- y para enseñarnos las cosas de la vida a golpe de refrán y de dicho popular, que lo mismo servían para afirmar una cosa que la contraria, según el talante del momento, y el destinatario de la sabiduría.



    Si mi abuela hubiera visto De óxido y hueso -o al menos el inicio, hasta la primera escena de desnudo- habría repetido sin duda lo del roto y el descosido, para hacer una metáfora de este amor desgarrado y necesitado. Pero es que además, en este caso, la metáfora hubiera sido descripción de los protagonistas, porque Alain está literalmente descosido, a hostias, por dentro y por fuera, en su trabajo de boxeador clandestino, y Stéphanie literalmente rota, por las rodillas, después de que una orca le seccionara las piernas en el acuario donde trabajaba. Aquí nadie va a bailar a orillas del Sena, ni a subirse a las farolas mientras llueve. No hay colores en los paisajes, ni sonrisas en las caras. Todo eso vendrá después, a su debido tiempo… Cuando se conocen, Alain y Stéphanie, el descosido y la rota, ya no sueñan con encontrar el amor verdadero, y se encaran, y se encaman, y se confían, con el temor terrible de ser rechazados en cualquier instante. ¿Quién les va a querer, tal como están, tal como viven? La publicidad vende que el amor nace entre personas risueñas y construidas, y ellos no están ahora mismo para esas alegrías y arquitecturas. Y sin embargo, sienten la necesidad de amar, y de ser amados. Quieren sanar. Pero no quieren hacerlo en la soledad de sus apartamentos, mirando por la ventana.  Ellos ahora están cubiertos de óxido -erosionados y jodidos-, pero también son de hueso, fuertes a su manera, y el hueso sustenta la carne, y la carne el deseo, y el deseo el amor…



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