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Petra

🌟🌟🌟🌟

Me suelen gustar las películas de Jaime Rosales porque se parecen mucho a la vida real. La vida es, por lo general, una experiencia aburrida, rutinaria, plagada de conversaciones tontas y de esperas desesperantes. La vida es -vamos a decirlo de una vez- un puto coñazo. Como lo son las películas de Jaime Rosales, a veces, cuando los personajes cocinan sus platos o pasean por el campo, o desarrollan conversaciones idiotas mientras revuelven el café, y se parecen tanto a nosotros mismos que nos sorprende el bostezo, y la impaciencia. "Pero de qué coño van estos tipos..." 

    Decía Jerry Seinfeld que él veía películas para ver a gente más interesante que la del mundo real -él mismo, para empezar- y que jamás, por fortuna, se había encontrado con un personaje que se pasara largos minutos frente al televisor repantigado en el sofá, con la pechera manchada por esquirlas de patatas fritas, como era su costumbre. Y esto es lo que pasa, justamente, con algunos ratos fílmicos de Jaime Rosales, que nos ponen nerviosos porque nos reconocemos en la pantalla, y nos vemos casi parodiados por los actores, qué gilipollas es este fulano, o que superficial es esta mengana, qué hacen estos personajes que no se lanzan a robar el banco, a follar como cosacos, a poner cargas de dinamita bajo el puente…


   Pero pronto, en las películas de Rosales, como en la vida misma, alguien pega un puñetazo sobre la mesa para despertarnos de la existencia vegetal. O algo se sale del carril para descarrilar nuestra cómoda hibernación. La vida es un aburrimiento longitudinal que de pronto se ve sorprendido por una muerte, por un accidente, por un gran amor, por un meteorito que se precipita sobre la rutina. Y tras unas semanas de crisis y de existencia consciente, nos instalamos en otro marasmo a la espera del próximo aldabonazo. 

    La vida de Petra, en la película del mismo nombre, es en realidad la historia de tres marasmos existenciales -la juventud, el matrimonio y la maternidad solitaria- y de las trágicas circunstancias que los fueron clausurando para dar paso al siguiente estadio. La vida de cualquiera, o casi, porque aquí la trama es un poco literaria, un poco de tragedia griega, aunque esté ambientada en el Bajo Ampurdán. Bárbara Lennie hace de Bárbara Lennie, y eso es como si el milagro de su carne y de su espíritu se multiplicara por dos.


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Entre tinieblas

🌟🌟

Siempre nos quedará el convento -el de frailes, o el de monjas- cuando las cosas ya no tengan solución. Tres comidas al día; horarios regulados; habitación individual. Un oficio en la huerta, o en la cocina, para luego venderles dulces a los turistas de lo benedictino. Tiempo para leer, para reflexionar, para dar largos paseos entre claustros y jardines. Entregarse al ora et labora mientras uno repasa su vida plagada de errores: los amores perdidos, el tiempo desperdiciado, las flaquezas propias y las incomprensiones ajenas. Recorrer otra vez el camino erróneo que al final terminaba en ninguna parte. Y en medio de esa nada, ya perdidos para siempre, sin estrella polar ni puntos cardinales, el convento.


    Y ya puestos a elegir, traspasando el velo de la realidad, un convento como el que regentan las Redentoras Humilladas de Pedro Almodóvar, que tanto saben sobre las debilidades de la carne, y sobre las penurias del espíritu. Allí, entre las tinieblas de su refugio, en el corazón mismo de la Movida Madrileña que fue la inspiración de tantos tropiezos, ellas acogen por igual a la pelandusca y a la drogadicta, a la perseguida por la justicia y a la atormentada por los fantasmas. Ellas, las Redentoras Humilladas, también le dan a la droga y al desamor, al pecado y a la fustigación. Ellas comprenden las flaquezas de cualquiera. Ellas nunca lanzarán la primera piedra. Y no exigen, además, ningún acto de fe. Ningún fervor del espíritu. Ellas mismas dudan de Dios y de lo divino, ahora que La Llamada queda tan lejana, y ya la confunden con un sueño, o con una alucinación. En el convento de Madrid se han construido una vida, una rutina para pasar los días en este valle de lágrimas. 

    Esta el sexo, sí, ese prurito que es como el diablo en el hombro, como el aldabonazo en la puerta. La llamada de la selva exterior. Sólo el sexo podría echarlo todo abajo: la paz del espíritu, y el recogimiento del alma. Y contra él combaten cada día las monjas de Almodóvar, en la eterna lucha de la sublimación: horneando tartas, cuidando tigres, bailando boleros. Escribiendo novelas de amor.



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Todo sobre mi madre

🌟🌟🌟🌟

Hoy que he vuelto a verla, he constatado que apenas recordaba cuatro pinceladas de Todo sobre mi madre, la película de Pedro Almodóvar que hace unos años fue el tema de conversación nacional: la gracia de Antonia San Juan, la belleza de Cecilia Roth, la mamarrachada del Toni Cantó prepolítico y precentrista. Maldita memoria... ¿Será la edad, que me traiciona? ¿Será la película, que se diluye? ¿Será Almodóvar, que se me queda desfasado? No lo sé. Ni soy un hombre provecto, ni la película, inclasificable, se merece este desatino mío de las neuronas. Ya estoy cansado, además, de filosofar sobre estas cosas, como un griego de hace dos mil años rascándose la cabeza frente el mar Egeo. ¿Son las canas, que me ofuscan? ¿Son las comedias, que no resisten el paso del tiempo? Paparruchas... Es la segunda ley de la termodinámica, tan concisa como fatídica, que todo lo jode y todo lo arruina, la vida y los recuerdos, las buenas películas de Almodóvar y los truños "personales" que a veces nos endilga.
        


 



            De todos modos, no soy el único que va confundiendo en la filmografía de Almodóvar a los travestís y a los travelos, a los transexuales y a los julandrones. A las locazas y a las drag queens. A los homosexuales declarados y a los maricones encriptados. Es un universo que Almodóvar ha convertido en familiar gracias a sus películas, pero que en realidad ni domino ni me interesa. Que cada uno encuentre su madriguera, y que todo el mundo sea feliz, eso sí. Hay una idea central que aflora en casi todos los guiones de Almodóvar, una filosofía esencial que nunca he comprobado ni compartido: ésa de que todos los heterosexuales, hombres y mujeres, somos en realidad bisexuales reprimidos, pero que nunca hemos encontrado la ocasión o el acicate. Por muy pesado que se ponga don Pedro, a mí no me ponen las pollas. Si acaso la mía, pero porque es mía, y la quiero mucho, y juntos hemos sufrido muchas hambrunas y desventuras. 
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