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Prisioneros

🌟🌟🌟🌟🌟

Jorge Ponce, en La Resistencia, a veces propone un juego que es de mucha risa para quien aún tiene -como yo- una mente adolescente, apenas evolucionada en el tema escatológico. Se trata de mencionar títulos de películas que tienen que ver -metafóricamente, claro- con el acto de cagar, o con sus divertidas deposiciones, y ahora mismo, si cojo la lista de películas que tengo ordenadas en las estanterías, y empiezo a leer por la letra A como hacían nuestros profesores para sacarnos a la pizarra, me encuentro con Abajo el telón, Abre los ojos, Adiós muchachos…, que pueden encajar de un modo más o menos retorcido en el desafío colonoscópico del humorista.

    Ayer por la mañana, aburrido ya de matar moscas con el rabo, me dio por coger la misma lista para jugar a ver cuántos títulos aludían, de una manera más o menos cachonda, a este confinamiento que ya nos ha robado el mes de abril, como en la canción de Sabina. Sin salirme de la letra A, me salían -además de Abril, mismamente, la película de Nanni Moretti- Adaptation, Agenda oculta, Algo para recordar, Apocalypse Now, Atrapado en el tiempo, Ausencia de malicia, Azul oscuro casi negro… un buen puñado de indirectas que hablan del encierro, sí, y también de la labor del gobierno, y de la que nos va a caer encima cuando salgamos del zulo a trabajar -quien encuentre trabajo, claro.



    Animado por la chorrada, me dio por seguir repasando el documento de Word y al llegar a la letra P me topé -¡ostras, Pedrín!- con Prisioneros, que casi me tumba de un bofetón, con esa rotundidad de título casi inventado para la ocasión. Prisioneros no tiene nada que ver con el confinamiento que nos amuerma, pero sí con el confinamiento -¡spoiler, spoiler!- de dos niñas que son secuestradas sin dejar ni rastro, en la América Profunda de los padres desesperados que llevan la pistola encima y buscan hacer justicia por su cuenta, maldiciendo el trabajo policial con garantías constitucionales. Como Harry el Sucio, vamos, que es otra película que entraría de perlas en el juego guarrindongo de Jorge Ponce.



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Una historia de violencia

🌟🌟🌟

Hay un momento terrible, en cualquier noche de bodas, pasada la resaca del champán y la euforia del sexo pasional, en que uno, desvelado en mitad de la madrugada, tal vez sentado en el retrete o haciendo zapping frente al televisor, se pregunta quién coño es ese hombre o esa mujer que sigue durmiendo en la cama, o que finge que duerme, tal vez pensando lo mismo que estamos pensando nosotros...

    Hace sólo unas horas que hemos jurado amor eterno en la iglesia del pueblo, o en la oficina del ayuntamiento, y ahora, de repente, como nos sucedía en las primeras noches de noviazgo, el otro, o la otra, nos parece un extraño del que desconocemos la mayor parte de su vida. Hemos escuchado relatos, conversado con familiares, compartido anécdotas con amigos comunes y no comunes... Hemos visto fotografías en los viejos álbumes de la suegra y en los perfiles variopintos de las redes sociales.  Tenemos muchas piezas del puzle y por eso hemos dado el paso trascendental de amar y de confiar. Pero el puzle del otro siempre va a quedar incompleto, con huecos en la biografía, y piezas que no terminan de encjar. Nadie conoce a nadie, en realidad, pero esta ignorancia no suele traer consecuencias funestas: como mucho podemos desconocer un pecadillo de juventud, un delito menor, un tonteo con sustancias ilegales... Peccata minuta. Cosas de la gente normal.

    En las películas, sin embargo, los amantes suelen ser personas poco normales, gente “peliculable”, de biografías excitantes u oscuras, extravagantes o complejísimas. Y por eso, en ese momento terrible de la noche de bodas, uno puede llegar a pensar que quien duerme pecho con espalda es un prófugo de la justicia, un testigo protegido, un agente de la CIA, un extraterrestre con forma humana como aquellos que pululaban por Men in Black... Su nombre verdadero podría no ser el que figura en el carnet de identidad. El carnet de identidad, mismamente, podría estar falsificado... Nuestro amor podría tener, incluso, un pasado de matón en Filadelfía, a sueldo de la mafia local, con varios fiambres en la conciencia y en la no-conciencia. Quién sabe si una vocación de asesino bien disimulada bajo esos aires de honrado ciudadano...



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Gracias por fumar

🌟🌟🌟🌟

Existen tres tipos de trabajos: los que mejoran el mundo, los que lo limpian y los que lo llenan de mierda. 
Los primeros son los que curan el cáncer, los que construyen puentes, los que hacen reír... Los que meten goles memorables o salvan ballenas en lanchas inestables que zarandean las olas. A mí me hubiera gustado trabajar en algo de esto, pero me faltó el talento, o me pudo la pereza. O daban fútbol por la tele. Me quedé en la segunda categoría, que es amplísima, y universal, donde estamos la mayoría de los currelas y los funcionarios, los autónomos y los esclavizados. Ni estropeamos el mundo ni lo mejoramos: sólo lo gestionamos, lo adecentamos, le quitamos el polvo. Cuidamos de personas, de cosas, de animales, atendemos al público. Barremos las calles o entregamos el pan. Servimos copas y limpiamos culos. Apagamos fuegos y archivamos documentos. Nadie se acordará de nosotros cuando hayamos muerto, como decía la otra película, pero al menos nadie podrá achacarnos nada. Lo hicimos como pudimos. 

    Conseguimos, al menos, no pasar al lado oscuro donde están los que ensucian el mundo con sus oficios de mierda. Los que viven de sembrar la desgracia ajena, la muerte y el dolor. La destrucción de la naturaleza y la aparición de enfermedades. Tipejos como Nick Naylor, el simpático rubiales a sueldo de las tabacaleras, que cobra una pasta gansa por salir en la tele defendiendo que fumar no es tan malo como lo pintan, y que al final es un acto de responsabilidad individual, no una extorsión del fabricante que figura en la cajetilla. Hay que tener una jeta como de aquí a Lima, claro, y unos escrúpulos extirpados en la mesa de operaciones. Y una sonrisa irresistible como la de Aaron Eckhart, que encanta a las serpientes y seduce a los incrédulos. Él sólo lo hace para pagar la hipoteca, claro, y lo demás se la suda.



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