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Incendies

🌟🌟🌟🌟

Antes de regalarnos Prisioneros y Sicario, que son dos obras maestras del mal rollo contemporáneo, Denis Villeneuve ya había experimentado sus atmósferas malsanas en sus películas facturadas en Canadá. 

    En este blog he contado más de una vez que yo llegué a Denis Villeneuve persiguiendo la desnudez de Marie-Josée Croze, porque soy un erotómano incorregible, y porque esta actriz siempre me pareció de una belleza excepcional. Marie-Josée mostraba sus encantos en Maelström, que era una película por lo demás muy poco erótico-festiva, más bien turbia y desangelada: el primer aviso de que Villeneuve hacía pocas concesiones al optimismo y a la alegría de vivir. Del bonito cuerpo de Maria Josée quedaron tres retazos que luego se perdieron en la memoria, porque yo en el fondo soy muy pudoroso, y muy caballero, y destruyo estas memorias indecentes nada más contemplarlas. Pero el cine de Villeneuve -que era lo importante- llegó para quedarse mucho tiempo en mis preferencias.


    En Incendies, una pareja de hermanos canadienses buscan en Oriente Próximo el misterio de su concepción. Ellos llegaron a Canadá siendo niños, y su madre, antes de morir, nunca les aclaró las circunstancias excepcionales que tejieron su ADN. Ella había huido de la guerra, de las violaciones y los bombardeos, de los tiroteos y las religiones, y ni siquiera en el lecho de muerte tuvo el valor de resucitar aquellos recuerdos. Prefirió, como en las películas de misterio, dejar varios sobres en el despacho del notario para que fueran sus propios hijos, ya mayorcitos, los que resolvieran el caso. Toda una putada, la verdad, porque los chavales, acostumbrados al fresquito del Canadá, han de vagar por varios desiertos calcinados y muchos olivares resecos hasta dar con las personas que conocieron a su madre, y comprender, por fin, con la boca desencajada, el motivo de que ella, la muy tunanta, guardara un silencio tan empecinado. Hay pasados que es mejor no menearlos.  




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