Mal genio
El inocente
🌟🌟🌟🌟
Louis Garrel me seguía en Instagram. O eso llegué a pensar -oh, vanidad de vanidades- una mañana de aquel crudo invierno. Un día me desperté y ahí estaba su foto -de tío guapo- y su nombre- de cineasta respetable- poniendo likes a varias películas que yo había colgado en este humildísimo rincón. Solo a las francesas, curiosamente, para darle credibilidad a su aparición. Y dentro de ellas, por supuesto, alguna en la que él mismo figuraba como actor o como director. Un parto bien aprovechado, don Louis.
“Louis Garrel Officiel”, aseguraba la presentación. Y yo pensé: ¿pero qué tiene que ver don Importancia con este chiquilicuatre del extremo norte peninsular? Y yo me respondí: nada, en verdad. Ni la teoría de los seis grados de separación ni pollas en vinagre. Así que entré en su perfil y descubrí que sólo había fotos de Garrel abrazado a Eva Green, de cuando rodaron “Soñadores” y todo en ellos era el esplendor en la hierba, que rezumaba. Nada más: ni rastro de otras mujeres, de otras películas, de otros avatares de su ajetreada biografía... Si era él, allí había una obsesión enfermiza que su jefe de prensa seguro que le afeaba. Y si no era él, estaba claro que un pajillero andante de Eva Green había usurpado su identidad. Y pajilleros de Eva Green, en las redes, habrá como cinco mil tirando por lo bajo, con lo guapísima que es, y el morbo que se gasta.
El perfil se esfumó a los pocos días. Se cansó de mí -pensé por un segundo- todavía jugando con esa imposible posibilidad. Y olvidé el asunto hasta que hoy, después de ver “El inocente”, me dio por buscar aquel perfil y encontré decenas de “Louis Garrel Officiel” pululando en Instagram. Supongo que son cinéfilas que lo aman, cinéfilos que lo desean, admiradores castos de su arte y su presencia... La cuenta que a mí me jipiaba, curiosamente, ya no está en cartelera.
Puede que el pajillero terminara con todas las fotografías que existen sobre el rodaje de “Soñadores” y decidiera clausurar el chiringuito. No sé. Pero no se clausura así como así la labor de toda una vida, la obsesión de toda una vida. Así que el misterio continúa... Mientras tanto, sigo viendo sus películas.
Un pequeño plan... cómo salvar el planeta
🌟🌟🌟
Tener un hijo superdotado
puede ser una bendición de los cielos, pero también una china clavada en el zapato.
Si el hijo te sale del tipo práctico, de los que construyen cacharros en
garajes o invierten sabiamente en la bolsa de Nueva York, la criatura, puede
retirarte del trabajo antes de que te jubiles a los 65, y no solo eso: puede
regalarte la casa que siempre soñaste junto al mar, y hacer viajes esporádicos
por aquí y por allá, para conocer el mundo que nunca conociste cuando currabas
sin parar. Una ganancia máxima, tras una inversión mínima de un óvulo más un
espermatozoide. Y la satisfacción, además, de tener un hijo más majo que las pesetas,
y más listo que todos sus primos y que todos sus compañeros de clase.
Pero hay superdotados que
a veces te salen como este chaval de la película, el tal Joseph, que con sus 13
años es un admirador de Greta Thunberg que lo vuelca todo en el idealismo, en la
salvación del planeta, dejándote más o menos como estabas. E incluso peor,
porque para financiar sus proyectos de iluminado precoz, Joseph es capaz de
vender tus bienes a tus espaldas, lo más preciado del hogar, armado de una
conexión a internet y de un desparpajo impropio para la edad.
Una buena mañana, los
padres de Joseph -que son dos pijos de cuidado, por cierto, y que merecen sobradamente
este desfalco- descubren que el chaval les ha vendido los pelucos, las joyas, los
adornos carísimos e inservibles... Incluso los vinos cubiertos de polvo que
ellos guardaban en la bodega. Todo eso que roban los asaltantes en los chalets
de lujo y que tú siempre piensas: “Pues mira: que les den por el culo”.
Tener un hijo superdotado
de esta categoría puede estar muy bien para clarificar algunos conceptos y
limpiar un poco la conciencia, pero nada más. No te va a sacar de la pobreza, y
tampoco te va a solucionar ningún enredo medioambiental. El planeta, queridos
niños, y queridas niñas, está condenado. Solo es cuestión de tiempo. Lo único
coherente que se dice en la película es que habría que exterminar a media
humanidad para solucionar el problema. Se buscan voluntarios.
Los celos
🌟🌟🌟
|
Rifkin's Festival
🌟🌟🌟
Nadie salta sin red. Me lo enseñó una mujer de la
que aprendí muchas cosas sobre el amor. Casi todo lo importante, en realidad. Su experiencia,
su sabiduría, su crueldad intolerable -que dirían los hermanos Coen- fueron un
magisterio acelerado para este tontaina de la vida. Ella, Nefernefernefer, no tenía
pelos en la lengua, y sí, a veces, lenguas entre el pelo.
Nadie salta sin red, repetía ella. Nadie deja a nadie si no tiene otra cama que amortigüe su caída. Ahora las camas las hacen cojonudas -decía ella-, de viscolástica o de látex, colchones LoMonaco o LocoMía, y cuando dejas a tu pareja, la nueva cama ya no te clava un muelle en el culo, ni te jode la espalda en el impacto. Me decía Nefernefernefer -que sabía un huevo de rupturas porque ella perpetró muchas, y también le clavaron unas cuantas- que una relación tenía que estar muy jodida para que alguien dejara a su pareja sin buscarse primero el refugio y el consuelo. Y el nuevo polvo enamorado... Dicho así parece muy bestia, muy cínico, pero lo bueno de Nefernefernefer es que su cinismo se predicaba con el ejemplo; sobresaliente en la exposición teórica, pero cum laude, licenciada en Harvard, y licenciosa en Oxford, cuando ponía en práctica el desamor.
El pobre Mort Rifkin, en la película, es el ejemplo ficticio de que estas cosas (casi) siempre suceden así. Aunque su matrimonio lleva años naufragando, su mujer sólo le dejará cuando conozca -y mate a polvos, y se asegure su devoción- a un director de cine francés tan guapo como pedante. Sólo entones mantendrá con su marido “la conversación” en el dormitorio conyugal: esto estaba muerto, se venía venir, alguien tenía que tomar una decisión, etc. El protocolo establecido.
Despechado, el pobre Mort intentará caer en la cama de la bellísima cardióloga que trata sus hipocondrías, una mujeraza nacida en Palencia, pero afincada en San Sebastián. Pero hay diferencias de edad, ay, y diferencias de atractivo, que ni la cultura ni la verborrea pueden superar. Es la historia de mi vida, sin ir más lejos... Antes, en las películas de Woody Allen, estas cosas sucedían, y cuando un tipo de Tercera se ligaba a una mujer de la Champions League, los espectadores nos atrevíamos a soñar. Ahora, en el invierno de la edad, a Woody Allen se le ha congelado el romanticismo. Y seguramente tenga razón.
El oficial y el espía
De vez en cuando tengo que ver una película de Roman Polanski. Es bueno para la terapia.A veces la gente real, o la que sale retratada en los periódicos, no basta para asumir la realidad oscura de nuestra especie. Se hace difícil, sacar la espada flamígera a pasear, por si le aciertas a uno de los pocos inocentes. Ahí fuera, en la no-película, todo es ruido, confusión, un mar de mentiras diluidas en una gota de verdad. En las películas, en cambio, fluye un hilo narrativo, todo se ordena, y las cosas quedan tan claras que a veces te puedes asustar. La gente es mala, ruin y mentirosa. Muy cínica, cuando se juega algo. Mezquina y puñetera. Seguro que yo también lo soy, o lo he sido alguna vez.