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Agárralo como puedas

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Pues será el karma, no sé, o la puta casualidad, o los dioses que a veces juegan conmigo, haciéndome guiños o trastadas, pero el caso es que el mismo día en que decido grabar Agárralo como puedas en el Movistar +, venciendo mis escrúpulos de gafapasta ridículo, luego, a las pocas horas, escucho en la radio una conversación con Fernando Trueba en la que el director madrileño -mucho más desacomplejado que yo, y, por tanto, mucho más sabio- reivindica precisamente la comedia chorra, absurda, hecha de gilipolleces a lo Mortadelo y Filemón, y reafirma su deseo siempre insatisfecho de rodar algún día una película así, a lo idiota, sin complejos, al puro descacharre. Una película -y la cita expresamente, para dejarme boquiabierto, y pensando en las telepatías y en las metafísicas - como Agárralo como puedas, de la que luego se pone a desgranar chistes y gracias en total comunión con el presentador del programa, que se parte la caja, y luego el culo, y más tarde ya el organismo entero, pero no por cortesía, por quedar bien ante el invitado, sino porque es otro hombre culto y desenvuelto que ha enterrado -o quizá nunca enterró- sus prejuicios con el cine de los hermanos Zucker, y ese otro tipo, J. Abrahams, no J.J. Abrams, que ése es otro, el de las cosas de la sci-fi y la resolución de los Skywalker.

Horas después, en el sofá, tras varias décadas huyendo de mí mismo -de mi gusto simple, de mi sofisticación escasa, de mi alma infantil y perversa- me lo voy a pasar teta con las memeces teniente Frank Drebin: las románticas y las policiales, y las suyas propias, de su vida personal, que también tienen tela marinera. Pero en ese momento de la tarde, mientras escucho a Fernando Trueba por los senderos de La Pedanía, yo todavía no lo sé. En ese momento de conjunción astral y de alineamiento de los planetas, aún tengo dudas de sí por fin ha llegado el momento de des-madurar, de dejar de hacer el gilipollas, y rendirme a la evidencia de mi gusto sin refinar. A esas horas de la tarde aún tengo miedo de la involución, de la metamorfosis inversa. Del regreso a las tardes de mi infancia. Ahora, la verdad, un poquito menos.




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Aterriza como puedas

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No es necesario que una película sea buena para convertirse en un clásico. El tiempo es un camino tortuoso, lleno de trampas y caprichos, y cuando pasan veinte o treinta años y nos plantamos ante las películas de antaño, a veces sucede que las más académicas se han quedado desfasadas, mientras que otras, chapuceras incluso, que nacieron con la única vocación de entretener y de sacar unas pelas, abrieron caminos insospechados y convirtieron en hitos que todo el mundo recuerda.

    Aterriza como puedas nació para reírse de las películas de catástrofes, que en los años setenta reventaban las taquillas y reclutaban a las estrellas de Hollywood. Jim Abrahams y los hermanos Zucker cogieron un avión, lo llenaron con varios gilipollas y varios chistes absurdos, y lo lanzaron al aire a ver si planeaba o se estrellaba contra el suelo. Tuvieron suerte, o dieron en el clavo, o las dos cosas a la vez. Las gentes de entonces se partían el culo en sus butacas, y años después volvieron a partírselo en los sofás, cuando pasaron la película por televisión. Aterriza como puedas era el VHS estrella en el videoclub de nuestro barrio, y los chavales la alquilábamos siempre que estaba disponible junto a la peli porno clandestina, la última bravuconada de Sylvester Stallone o algún clásico de John Ford para no parecer tan barriobajeros, ni tan primarios. La vimos tantas veces que ya nos anticipábamos a todos los chistes, y luego salíamos a la calle cacareando las gracias casi calcadas. Todavía hoy, tanta vida más tarde, me topo con Aterriza como puedas en los canales de pago y me quedo enganchado, y suspendo la sesión programada para entregarme a la estupidez, y aunque la mayoría de los chistes son bobadas de guante blanco, guarreridas más propias de Jaimito y del perro Mistetas, la sonrisa no me abandona, y el recuerdo no desfallece, y cruzo la hora macabra de las doce de la noche reconciliado con la jornada del sol asfixiante, y de la melancolía progresiva.

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    Años después de su dramática experiencia, Ted Striker vuelve a subirse a un avión, impulsado por el amor. Intranquilo, se revuelve en su asiento.

Anciana: ¿Nervioso?
Ted: Sí
Anciana: ¿Es la primera vez?
Ted: No, he estado nervioso muchas veces.

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   En pleno vuelo, se desata a bordo una enfermedad misteriosa causada por el mal estado del pescado en el menú.

Dr. Rumack: Dígale al comandante que hemos de aterrizar lo antes posible. Hay que llevar a esa mujer a un hospital.
Elaine: ¿A un hospital..? ¿Qué es, doctor?
Dr. Rumack: Un gran edificio lleno de enfermos, y a veces no hay camas.



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