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En la ciudad de Sylvia

🌟🌟🌟🌟

El protagonista de En la ciudad de Sylvia es un jovenzuelo desocupado que mata su tiempo acechando a las mujeres de Estrasburgo en las terrazas de los cafés. Donde otros menos atractivos nos llevaríamos la mirada reprobatoria, o la burla descarnada, él, que tiene rostro de niño y mirada de soñador, es capaz de sostener largas miradas que no incomodan a las damiselas, y hasta consigue arrancarles sonrisas de complicidad. Ellas son chicas muy hermosas que no salen a la calle sin un hombre que las arrulle, y una de dos: o lo tienen sentado a su vera vigilando la inversión, o esperan con impaciencia que aparezca dominante por una de las avenidas. Pero como nuestro hombre parece inofensivo, y además va armado con un bloc de dibujo y un lapicero de versos, todas se prestan al juego fugaz de ser retratadas por el artista que las dibuja, y por el poeta que las idealiza.




    Así pasa la mañana nuestro querido protagonista hasta que Pilar López de Ayala cruza ante su mirada y de pronto, como arrancado de un sueño estúpido, y devuelto a la  realidad cruda del amor, suspende los escarceos poéticos y aplaza los juegos pictóricos. Pilar es demasiado bella, demasiado trascendente, como para andarse con gilipolleces de rondador cafetero. Y además se parece mucho a Sylvia, su antiguo amor estrasburgués, a quien lleva seis años rebuscando y anhelando. Traspasado por la doble flecha del amor y del recuerdo, nuestro juglar moderno guarda el bloc, el lapicero, hace un medio simpa con cuatro monedas que se caen de los bolsillos y emprende la persecución callejera de esa mujer que es la condensación exacta de todas las mujeres. La perdición del instinto, y la locura de la razón.  En un abrir y cerrar de ojos, Estrasburgo deja de ser la capital de Europa para convertirse en la ciudad de Sylvia, sólo de Sylvia, que ya es la única mujer existente en su mirada, y en su deseo.



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Le quattro volte

🌟🌟🌟

Uno, en auntos de literatura, identifica la poesía con el perifollo, con el lenguaje florido, con el exceso verbal. En cambio, en el cine, uno siempre ha pensado que la poesía está en el minimalismo, en la quietud del paisaje, en el rostro sostenido de un personaje que no habla. Es por eso que Le quattro volte, película italiana que acaban de pasar por los canales de pago, y que firma un primo de José Luis Guerín perdido en la Calabria, puede catalogarse de poesía pura. Pues no hay en ella diálogo alguno, ni armazón dramático de homínidos que se amen o se odien. Sólo paisajes rurales, postales de la naturaleza, metáforas de los ciclos vitales...

Los personajes de Le quattro volte son un pastor, una cabra, un árbol y un trozo de carbón que se suceden en protagonismo a medida que el alma que los abandona se reencarna en el ser inferior. Es una cosa extraña a medio camino entre el documental y la reflexión mística. No creo que este primo italiano de Guerín, el tal Michelangelo Frammartino, se haya hecho muy rico con el proyecto. A los espectadores que presumimos ante las mujeres de ser distintos y profundos, Le quattro volte nos ha dejado pensativos, sumidos en honduras existenciales. A los incautos que desconocían el asunto, y han caído aquí por pura casualidad, les habrá irritado la lentitud, la inconcreción, la ortodoxia nula del invento. Le quattro volte es cine marginal, arriesgado, muy recomendable para quienes quieran poner a prueba la pureza de su cinefilia. 




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Innisfree

🌟🌟

En la sobremesa termino de ver Innisfree, otra experiencia fílmica de José Luis Guerín. Y digo “termino de ver” porque he tardado tres siestas completas en finiquitarla. Y eso que la experiencia comienza bien, y hace propuestas sugerentes. Guerín recorre los escenarios irlandeses donde hace cuatro décadas se rodó El hombre tranquilo, y eso, para quien esta película es un referente, y una inspiración, ya es un acicate para el espíritu. Pero José Luis, a los pocos minutos, se nos pierde en los verdes paisajes, en los borrachines de la taberna, en las metáforas visuales que los músculos de mi cuello no terminan de entender bien, relajándose en exceso y dejando caer mi cabeza sobre el torso.

Cuando despierto, Guerín sigue más o menos en las mismas, con sus visiones particulares de la realidad, y sólo las referencias a El hombre tranquilo me devuelven un poco el interés. Pero luego regresan los borrachuzos, las ovejas, las praderas cercadas por los muretes de piedra, y el cuello, que no mi voluntad, claudica nuevamente. Y así tres tardes seguidas, hasta que hoy, en un último y orgullloso esfuerzo, he recuperado las lagunas de mi sueño con la ayuda del mando a distancia. Un despropósito de visionado, como se ve. Una insistencia del orgullo, más que de la apetencia. Una cabezonada mía que finalmente no ha sido baldía del todo, porque Innisfree me ha dejado la certeza de que yo sería feliz en un país como Irlanda, amante como soy de la lluvia, del clima frío, de los bucólicos amanaceres... De las mujeres pelirrojas que allí son mayoría abrumadora y parte sustancial de la belleza del paisaje. En Irlanda, además, hablan inglés, y yo con el inglés del instituto podría ir abriéndome camino, en los supermercados, en las tabernas, en los requiebros necesarios para conquistar a la Maureen O´Hara de mi vida...





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Guest

🌟🌟

Está claro que tengo un problema de afinidad con José Luis Guerín. Cuando una de sus propuestas –porque estas cosas son algo más, o algo menos, que películas- me aburre o me decepciona, me encuentro con que la crítica sesuda aplaude a rabiar, al borde del entusiasmo, del orgasmo cinéfilo. Y luego, cuando encuentro una propuesta suya que despierta en mí emociones intensas, y creo, al fin, sentirme partícipe del buen gusto reinante, descubro, para mi sorpresa, como me sucedió En la ciudad de Sylvia, que los abucheos y las retrancas malévolas son el sentir general de la aristocracia opinadora.

Cuento esto porque hoy, animado por las críticas leídas, he visto Guestdocumental rodado en blanco y negro a lo largo y ancho del ancho mundo. Guerín, que parece no tener casa propia, se pasa un año entero rodando por ignotos festivales de cine, cada vez más exóticos y lejanos, y aprovecha sus estancias para sacar la cámara a pasear por las calles, captando la vida cotidiana de las gentes con sus miserias y sus mugres. Al final, sin embargo, las dos horas de metraje se le van en retratar a pirados de todo pelaje, separados, eso sí, por bonitos planos de los paisajes que Guerín atisbaba desde las ventanillas del avión, o desde los ventanales del hotel. Se le llenan los minutos de analfabetos, de predicadores callejeros, de borrachines verborreicos, de mujeres desdentadas que farfullan incoherencias, y sólo en dos o tres momentos uno se topa con gente que tiene cosas realmente interesantes que contar. Un desperdicio de experimento, y de tarde.

Al terminar de ver Guest me acerqué a los foros de internet, y allí estaban, en efecto, las alabanzas consabidas: “Poderosa”. “Singular”. “Atrevida”. “Poesía en imágenes”. “Gigantescas cotas creativas”. “La repera en verso”. En fin: un tipo que saca la cámara de paseo como podría hacerlo cualquiera de nosotros con unos mínimos conocimientos técnicos. Yo mismo, sin salir de este pueblo, podría rellenar dos horas de metraje. Borrachines no me iban a faltar, y pirados no te digo nada.



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