Mostrando entradas con la etiqueta Jon Hamm. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Jon Hamm. Mostrar todas las entradas

Baby Driver

🌟🌟

Termino de ver Baby Driver, en la madrugada del sábado al domingo, y me pregunto, una vez más -y en estos tiempos la pregunta es un nubarrón geoestático suspendido sobre mi cabeza- qué he hecho con mi vida para llegar hasta aquí, a este derrumbamiento en el sofá, a esta soledad sin perspectivas. Qué cadena de acontecimientos, de encrucijadas, de decisiones mal tomadas desde que el mundo es mundo, me ha traído a esta película tan moderna y tan prescindible, tan molona y tan vacía. 

    En la fiebre del sábado noche yo debería estar disfrutando por ahí, a la luz de unas velas, o en la barra de un pub, en la vida verdadera que no es ni película ni celda monacal. No sé qué cojones hago aquí, en la noche calurosa e impropia de octubre, viendo una película que en realidad ni me va ni me viene, que sólo estoy viendo porque las películas apetecibles están en la otra habitación, a veinte metros-luz del salón. Pero me pesa tanto el culo, y la pereza, y el mal jerol que estoy gastando, que soy incapaz de incorporarme y de poner fin a esta Baby Driver que sólo va, básicamente, de unos tíos que atracan bancos y luego salen pitando a toda hostia por los asfaltos atestados.

    Cuando en la película luce el sol, y Baby -el driver, el prota- bailotea las canciones de su iPod sobre las aceras, marcándose unos swings o unos funky steps, consigo olvidarme un poco de mí mismo, por un rato, y me dejo llevar por el ritmo de la música, que es muy molona, y por las persecuciones de coches, que son de mucho infarto, muy bien rodadicas, con su goma quemada, y sus piruetas imposibles, y sus coches policiales que siempre conducen unos merluzos que se estrellan contra el primer obstáculo que topan. 

    Pero luego, ay, en Baby Driver se hace de noche, porque los delincuentes también duermen, o se meten en garitos para repartirse el botín, y entonces, al fondo de la pantalla, un poco difuminado, aparece un personaje nuevo en la película, uno que soy yo mismo reflejado: un intruso, un paria de la trama, como esos fantasmas no previstos de las fotografías. Es entonces vuelvo a tomar conciencia de mi mismidad, de mi gilipollez, de mi destino varado en una playa...




Leer más...

Black Mirror: White Christmas

🌟🌟🌟🌟

Ahora que llega la Navidad uno desea más que nunca fugarse a la isla tropical, o a la taiga boreal, y pasar desapercibido entre el paisanaje. Tumbarse bajo la palmera, o al lado de la chimenea, y releer viejos libros hasta que la estrella de Belén se oculte en el horizonte. Abstraerse de las fiestas entrañables hasta olvidarlas por completo, y no saber ya en qué día vive uno. Celebrar las vacaciones, pero apostatar de su mensaje. Que viva la misantropía, y la amistad bien escogida, y el amor bien seleccionado, y mueran los mensajes de fraternidad y la cofradía universal.


    Si uno viviera en el futuro tecnológico de Black Mirror: White Christmas, saldría del paso navideño sin tener que comprarse un billete de avión, o un pasaje de barco. Viviría la Navidad desde dentro, como todos los años, pero deambulando por ella como un intruso, como un mirón, como si Harry Potter paseara por el centro comercial envuelto en la capa de invisibilidad. En Black Mirror: White Christmas, los terrícolas del futuro llevan una lentillas implantadas en el globo ocular que funcionan como una red social permanente. Cada persona es rápidamente identificada, pormenorizada, como hacía el Terminator que vino a cargarse a John Connor en la primera entrega de la saga. Con las Z-Eyes puedes bloquear a los prójimos que te caen gordos, como harías en el Facebook, o en el Google +, y aunque en la vida real ellos siguen estando ahí, pesados y molestos, uno ya no los ve, ni los oye, porque en su lugar se agita una mancha informe que es su cuerpo emborronado y su voz apagada. 

    Del mismo modo, uno puede provocar al prójimo indeseado para ser excluido de su visión, y de su audición, y bastaría con encender un fuego satánico al principio de las vacaciones para ser obviado por quienes acarrean paquetes de regalo, y te desean felices fiestas con las sonrisa bobalicona.  De cuántos seres navideños se libraría uno con este recurso maravilloso. El futuro de Black Mirror es el paraíso de los mil Grinch que moramos en las catacumbas.  


Leer más...