Mostrando entradas con la etiqueta Ingrid Bergman. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Ingrid Bergman. Mostrar todas las entradas

Stromboli

🌟🌟🌟


Pues yo, al contrario que Ingrid Bergman en la película, habría sido la mar de feliz viviendo en la isla de Stromboli. Un destino laboral, por ejemplo, como maestro de sus cuatro niños asalvajados; o como en la película, arrastrado por el impulso romántico del momento. O porque sí, por puro placer, porque yo ya sería un escritor afamado y millonario que decidió exiliarse donde Google Maps señalaba “El Culo del Mundo”. 

Al final, la felicidad habitacional solo depende de tus vecinos. Un tablao flamenco por encima de tu cabeza, en el piso más exclusivo de Nueva York, puede convertir tu vida en un infierno; en cambio, una casa en Strómboli, con vistas al océano y al volcán, sin nadie que moleste en varios metros a la redonda, puede ser una porción recuperada del Paraíso.

Luego es verdad que miras las dimensiones de la isla de Stromboli y ya se te quitan un poco las ganas de alabar: apenas tres kilómetros en una diagonal y otros cuatro en la otra. Casi no da ni para hacer el paseo matinal con el perrete, y además la mitad es pura ladera escarpada y llena de fumarolas. La isla no está mal, pero cada cierto tiempo habría que coger el ferry para pisar tierra firme y que las piernas no se volvieran raquíticas y varicosas.

Stromboli, en 1950, cuando Roberto Rossellini la descubrió para el mundo entero, era el lugar exacto donde Cristo perdió el mechero en sus predicaciones. Uno supone que el escándalo de su relación con Ingrid Bergman -me refiero a Rossellini, claro- les obligó a encontrar una excusa argumental para acostarse lejos de las miradas. En Stromboli no había luz ni agua corriente, y la gente todavía tiraba de lámparas de aceite y de subirse a los riscos para cagar. No había bugas gritando el reguetón, ni motos de motocross, ni televisores encendidos para dar por culo en verano con las ventanas abiertas. A la caída del sol la humanidad entraba en letargo y sólo se oía el rugido de las olas y el siseo de la lava. 

Habría que ver cómo es Stromboli ahora, entre las moderneces inevitables y los turistas infatigables. Basta con que un grupo de españoles se apeen del ferry para joder el encanto de cualquier paraíso sobre la Tierra. 





Leer más...