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Gremlins

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Yo llevo luchando contra los gremlins más de media vida. Puede que justamente desde 1984, que es cuando se estrenó la película. Quizá George Orwell se refería a esta distopía mía de los cacharros... Porque yo hablo de los gremlins folclóricos, de los duendes del hogar, y no de esos monstruos imaginados por Spielberg y compañía. Desde que gano dinero para comprar mis propios juguetes, mi guerra es contra esos desgraciados que me joden la televisión, me petan el ordenador, me dislocan el iPod, me bloquean el teléfono... Los que me gafaron el primer radiocasete de la adolescencia. Esos gamusinos que llevan cuarenta años riéndose a mis espaldas. Esos cabronazos de lo tecnológico, de la obsolescencia programada, o de la chapuza del microchip.

Y luego está la película, claro, la de los gremlins de Joe Dante, que empezaba como un cuento de Disney y terminaba como un rosario de la aurora. Incluso hoy, con toda la sangre que ha llovido en nuestras pantallas, sigue chocando la violencia de algunas escenas “infantiles”, con esos gremlins acuchillados, o triturados, o reventados en el microondas. Si: en 1984 ya había hornos microondas, al menos en las cocinas de los americanos.

Y luego, por el medio, entre la Navidad y la Pesadilla, entre la sonrisa de Gizmo y la carcajada de Strike, una enseñanza moral... Una de la que solo ahora nos coscamos porque ya venimos de veinte batallas y de cuarenta decepciones: que, a veces, a las personas encantadoras basta con salpicarlas de agua, pasearlas al sol o alimentarlas después de medianoche para que se transformen en arpías que te insultan o en cabronazos que te agreden. En bichos como gremlins que saltan a la primera, malévolos y ruines. Si no te atienes a las tres reglas fundamentales estás perdido.

¿Pero cuáles son, ay, en el caso de las relaciones humanas, las tres reglas fundamentales? Porque yo he escrito lo del sol, el agua y la comida como una metáfora literaria, nada más. Como un homenaje a los gremlins. Aquí, entre humanos, lo que vale para Mengana no vale para Perengana; lo que funciona con Fulano no sirve para Zutano. Todos somos distintos. No hay quien se aclare. La metamorfosis terrible acecha tras un equívoco o una metedura de pata.



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