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El pianista

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Mientras veo El pianista, no hago más que pensar en qué nos diferenciamos de esos hombres de 1940, que también eran europeos, y muy civilizados, sólo un día antes de que los alemanes invadieran Polonia. Una sociedad refinada que también escuchaba música clásica, leía las obras maestras de la literatura, y veraneaba en las costas del Mediterráneo cuando podía. Sólo tres años antes, en Berlín, se habían disputado unos Juegos Olímpicos bajo el amparo del Führer, y en Italia, gobernaba un fascista que daba como mucha risa cuando salía al balcón a gesticular. Uno no muy distinto del que ahora tiraniza a los húngaros a orillas del Danubio, tan lejos, y tan cerca.



    Veo El pianista y no de dejo de preguntarme si somos, por fin, una especie distinta a esa que asesinó y fue asesinada en el Holocausto. Si 80 años de evolución habrán sido suficientes para que no regresen los impulsos de los racistas, de los supremacistas, de todos esos tarados que se pasean con una esvástica en la manifa. Si habrá bastado con una simple mutación - una adenina traslocada, una guanina mal replicada- para que estos paramilitares se hayan vuelto pacifistas de verdad, responsables con nuestro pasado, e inmunes a volver repetirlo.

     La respuesta es, obviamente, no. Hará falta un salto evolutivo mayor para transformarnos. Quizá dentro de millones de años, si es que llegamos. Todavía hay mucho gen que trillar, y mucho escarmiento que padecer. Las generaciones olvidan las guerras de sus mayores en cuestión de eso, de 80 años. A la mayoría de los chavales les hablas del Holocausto y te dicen que no conocen a ese señor, que si es un filósofo griego, o el defensa central del  Borussia de Dortmund. Pensar que estamos libres de repetir otro exterminio es una ingenuidad antropológica. Pasó en Yugoslavia, hace solo treinta años, y Yugoslavia era un país moderno que recibía turistas y tenía un ejército de ángeles jugando al baloncesto. Sólo hizo falta que un par de psicópatas se hicieran con el poder y le perdieran el miedo al qué dirán, si autorizo la matanza.

    La historia la deciden los hombres sin escrúpulos. A veces toman el poder por la fuerza, y a veces se lo regalan los votantes ávidos de sangre. Yo abro el periódico cada mañana y aquí mismo, sin violar las fronteras, me encuentro con varios personajes que podrían aparecer perfectamente en un NODO de aquellos años prebélicos. Por lo que dicen, por lo que exhiben, por lo que presumen de gatillo… Por lo que callan, tras la sonrisa que me estremece.



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