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Los anillos de poder

🌟🌟

Esta vez los culturetas de la radio me han engañado. Yo les sigo a pesar de que la mitad son unos fachas y la otra mitad unos socialistas desleídos. Pero en cuestiones de cinefilia me siento uno más de su pandilla. Cada semana apunto sus recomendaciones y me lanzo al abordaje con la pata de palo y el loro en el hombro, yo que solo tengo Movistar + porque el sueldo de funcionario no llega para más.

Los culturetas me han engañado como a un chino. Y chinos, por cierto, no sale ninguno en “Los anillos de poder”. Es un fallo morrocotudo. Un insulto a esa etnia olvidada. O puede que sí, que salgan a partir del episodio 3, viviendo en algún lugar sojuzgados por Sauron o comerciando con los elfos. Me da igual.  Yo ya no voy a verlo. Esta serie es un bostezo disfrazado de superproducción. Una enmienda a la totalidad de Peter Jackson y J. R. R. Tolkien.

No sé: es como si la hubieran rodado sólo para afearles un descuido etnográfico que no era tal. Para echarles en cara un supuesto “racismo de base”. "Los anillos de poder" es como una demolición del heteropatriarcado anglosajón de la Tierra Media. Un esfuerzo muy loable, pero tonto, que además, en lo puramente argumental, no tiene ni pies ni cabeza. Porque al principio, sí, salen Sauron y Galadriel, para que quede claro que esto es el universo expandido de Tolkien. Pero nada más. Lo demás es sacar el CGI a todas horas, y tocar musiquitas con la flauta, y mostrar la fauna tenebrosa pero inoperante de la Tierra Media.


El problema no es que haya mujeres empoderadas o hobbits que pertenezcan a todas las razas de la Tierra. Faltaría más. El problema es que se nota la enmienda. Que se ve la fórmula. Que estas correcciones políticas te sacan de la Tierra Media. Que no te crees nada de lo que ves. 



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El Hobbit

🌟🌟

Me han pillado con treinta años de retraso, las aventuras de Bilbo Bolsón en El Hobbit. De chaval me hubieran fascinado los mundos antropomórficos de Tolkien o de Peter Jackson, que ya no sabe uno lo que pertenece a la literatura y lo que se van inventando para rellenar las películas. Los enanos, los elfos, los orcos, los trasgos... La imaginación es desbordante, desde luego, y la producción millonaria, y los paisajes neozelandeses producen escalofríos de belleza. Pero hay algo infantil en El Hobbit que me aleja de la trama y me impide seguir a mi hijo en su entusiasmo. Él flipa con las peleas, con las fisonomías, con los idiomas inventados que parecen de hadas o de demonios. La imaginería de Tolkien le tiene hipnotizado como un feligrés de la Edad Media entrando en una catedral gótica. Yo también era así, a su edad, impresionable y apasionado. 

    Hace unos pocos meses, la trilogía de El Señor de los Anillos nos convirtió a los dos en La Pequeña Comunidad del Sofá, alegre y risueña, porque A. disfrutaba del lo lindo, y yo, que había leído los libros en la juventud, iba recordando tramas y personajes. Salían, además, hombres y mujeres, de Gondor y de Rohan, y uno al menos comprendía sus intenciones, y se recreaba en algunos bellezones femeninos que el tunante de Peter Jackson puso ahí para atraer a los papás. Pero aquí, en El Hobbit, los humanos no aparecen ni por asomo, y son el resto de homínidos de la Tierra Media los que se pelean por un puñado de oro. Hay mucho griterío, mucha persecución, mucha magia que a veces mueve montañas y a veces no es capaz de matar a una mosca. Hay muchas preguntas sin respuesta. Mucho lío.



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