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Dies irae

🌟🌟

Siente uno vergüenza al confesar que películas como Ordet o Dies Irae –tan aclamadas, tan danesas, tan vetustas, tan blanquinegrísimas- le aburren en grado sumo, y hasta le provocan pequeños episodios de sopor. Porque uno ha leído mil veces que Dreyer es un maestro fundamental, insoslayable, obligatorio, y se siente culpable de no ver en su cine las glorias y brillanteces que otros sí ven. O que, al menos, dicen ver... Dicen que su cine indaga en los océanos del alma a una profundidad de buceo que pocos cineastas han logrado alcanzar. Como James Cameron buscando los restos del Titanic, vamos... Y yo no niego tales lecturas, ni tales intenciones en el artista, pues se ve que su cine es denso y pesaroso, telúrico y trascendente. Pero a mí, la verdad, como a tantos otros cinéfilos que no se atreven a hacerlo público, Dreyer me parece un plasta dinamarqueño de mucho cuidado. 


           De sus películas pueden rescatarse un puñado de bellísimos fotogramas que son como composiciones pictóricas de helado tenebrismo. Le concedo, también, algunos diálogos suculentos que por segundos siembran el germen de una reflexión, siempre que no traten de asuntos teológicos que nada me interesan. Y le reconozco, claro está, porque son películas nórdicas, y esos tunantes religiosos siempre van con una Biblia en la mano y con una Playboy en la otra, esas actrices rubísimas que ni siquiera revestidas hasta el mentón pueden hacernos olvidar su belleza. Pero lo demás –y lo demás en Dreyer es mucho- es de un tedio insoportable. Teatral en el sentido más peyorativo de la palabra. Los personajes no parecen seres humanos, sino zombies, o autómatas, o retrasados que tardan segundos interminables en comprender, en responder, en actuar ante los estímulos. Muchos parecen locos o gilipollas, o iluminados que ya gozan en vida de la visión beatífica de Dios. Los personajes de Dreyer alternan la reflexión aguda con la memez más absoluta, la más noble de las intenciones con la inacción cretina más desesperante. 

    Los silencios de Dreyer- que a otros les sirven para sumergir batiscafos en el alma-  a mí me transportan a pensamientos muy alejados de la película, que son casi siempre partidos de fútbol, o platos que habré de cocinar en breve. O la respuesta certera que tuve que haber dado a fulano de tal y que entonces no se me ocurrió. 




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Mientras duermes

🌟🌟🌟

Veo en los canales de pago Mientras duermes, película de intriga y terrorcillo que protagoniza Luis Tosar en el papel de Luis Tosar, y que viene firmada por Jaume Balagueró, el genial documentalista que ya plasmara en REC la realidad cotidiana de nuestros patios vecinales.

            Mientras duermes es una película entretenida, no digo que no, pero la olvido casi al instante de levantarme del sofá. Como muchas películas del género, guarda una trampa de guión casi en cada giro. De adolescente me entretenía en anotarlas, en pasárselas por el morro a todos los que decían que tal película era cojonuda. Me sentía muy listo, y muy importante. Ahora, sin embargo, que me dedico a la vagancia y a la vida contemplativa, y que prefiero disfrutar del cine sin buscarle las cosquillas o las tres patas, he aprendido a no hacer caso de las mentirijillas que pueblan estas películas. Pero hay un mecanismo interior que nunca descansa, una inteligencia en alerta que va apuntando  las incoherencias, las imposibilidades, las lagunas inexplicadas, y que al final, cuando empiezan a pasar los títulos de crédito, llama a la puerta de la conciencia y me entrega el sobre con la nota definitiva, siempre menos entusiasta.

Mientras duermes pretende ser, a su estilo, también algo dreyeriana. Pero donde Dreyer necesita media hora de aburrimiento para hacernos entender la existencia metafísica del Mal, a Balagueró, que es un cineasta moderno, le basta con poner a Tosar frunciendo el ceño y mirando de soslayo para hacernos entender la naturaleza retorcida de sus entrañas. Mientras duermes va mucho más allá de Dreyer en sus aspiraciones filosóficas. Porque descubrir en Marta Etura las primeras arrugas, los primeros defectillos de su piel antes impoluta, le hace a uno pensar en el paso del tiempo, en la fragilidad de la vida. Y eso, señores míos, estarán conmigo, que es Dreyer elevado al cuadrado, o al cubo, pero en una película española, de colorines, casi de ayer mismo, que no pretende ser nada del otro mundo, y que no es nada del otro mundo en realidad.





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