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De latir, mi corazón se ha parado

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Los mafiosos de las películas -que imagino inspirados en los mafiosos de verdad- suelen ser tipos sin  ningún talento artístico. Para partirle las piernas al personal no necesitan saber escribir novelas o componer quintetos para piano. Basta con no tener escrúpulos, y con obedecer las órdenes del superior. 

    Lo más parecido a una obra de arte que puede salir de ahí es el gotelé de sesos en la pared, que a veces deja unas composiciones muy abstractas e impactantes, como de pintor alucinado llevado por sus demonios. El último gángster que yo recordaba con un talento que no fuera manejar la Thompson o la navaja de afeitar es Cheech, el matón de Balas sobre Broadway, que recompuso el texto teatral de John Cusack para convertirlo en una obra aclamada por la crítica. Cheech, que ya no soportaba asistir a los ensayos ejerciendo de mero guardaespaldas, reescribió las escenas más conflictivas y ajustó el casting problemático para dejarlo niquelado. Cheech es a los gángsters como los ilustrados a los futbolistas: materia de asombro y de comedia, y con ese mimbre genial hizo Woody Allen una de sus obras maestras.

    Tuvieron que pasar once años cinematográficos para encontrar, en otra época, y en otro país, a un nuevo matón con talento para las artes. Él es Thomas, vive en París, y se dedica a dar palizas a los inmigrantes que ocupan pisos abandonados o medio construidos para que no pierdan valor en el mercado. El trabajo es sencillo y bien remunerado: los okupas, asustados, nunca se oponen al desalojo, y las mafias pagan muchos euros por cada hueso que se rompe. Thomas vive a todo tren, con putas de lujo, fiestas privadas, amigos poderosos... 

    Pero Thomas no está satisfecho. En su interior, como un alien que quisiera joderle la alegría, vive un pianista que pugna por salir al exterior. Por tomar el mando de sus dedos y convertirlos en ejecutores de belleza, y no en ejecutores de los cuerpos. Son los genes de la madre, ya fallecida, los que han creado un Thomas alternativo que prefiere ganarse la vida en los escenarios y no en los callejones. Thomas es Mr. Hyde en el trabajo, Dr. Jekyll en sus clases de piano y Picha Brava en sus escasos ratos de ocio. Tres tipos en uno, como el aceite lubricante. El pianista, el matón, su padre y su amante. Parece un título de Peter Greenaway, pero es una película de Jacques Audiard, dura y sombría, como todas las suyas.





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