Mostrando entradas con la etiqueta Dakota Johnson. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Dakota Johnson. Mostrar todas las entradas

La red social

🌟🌟🌟🌟🌟

Cuando Facebook todavía se llamaba The Facebook y aún no había traspasado los ámbitos universitarios, un amigo le preguntó a Mark Zuckerberg si conocía el estado sentimental de Fulana de Tal para iniciar una maniobra de aproximación.

-No lo sé -le respondió Zuckerberg-. No la conozco lo suficiente. Las chicas no van por ahí con un cartel de "Disponible" o "No disponible".

Y en ese mismo instante, sin llegar a terminar la frase, traspasado por el mismo rayo de lucidez que electrocutó a Arquímedes en su bañera, Zuckerberg comprendió realmente para qué iba a servir Facebook, su niño bonito: no para conectar gustos y experiencias, no para hacer el mundo más grande, no para socializar ni para vender entradas de los conciertos, sino para conocer la predisposición sexual de las personas. Facebook sería una hermosa pradera de color azul donde desplegar la cola de pavo y bichear un poco al personal. La más antigua y poderosa de las intenciones humanas. Todo lo demás es perifollo y disimulo. 

Zuckerberg -que a decir de la película desarrolló Facebook para impresionar a una chica que le abandonó- comprendió que los usuarios iban a usar su herramienta para celebrar la danza de los sexos. Primero serían cien, pero si la cosa tenía éxito, luego ya serían mil millones. Los dólares también.

Hace unos meses, en Instagram, que es la hija bonita de Facebook ahora que la matriz original ya solo la usamos los carcas y los despistados, apareció una nueva red social llamada “Threads”. El algoritmo secreto detectó que yo escribo mucho y mal y me puso en contacto con otros fracasados de la novela: gente que se autoedita, que pena por las editoriales, que se queja de que nadie hace ni puto caso... Y yo me dije: hostia, qué raro, una herramienta cultural, de hermanamiento literario... Realmente una red social y no una red sexual. Pero el engaño apenas duró una semana. Ahora, ya presentados todos, hemos vuelto a lo de siempre: tías buenas que claman por un hombre de verdad y amargados literarios que exhibimos las plumas mustias a ver si alguien se apiada (sexualmente) de nosotros. En realidad, todo es el universo de Tinder expandido.





Leer más...

Cegados por el sol

🌟🌟🌟🌟

Marianne y Paul son dos artistas norteamericanos que pasan sus vacaciones en la isla Pantelaria, a medio camino entre Sicilia y el continente africano. Mientras a su alrededor se desarrolla el drama de las pateras que naufragan o llegan con subsaharianos ateridos, ellos, aislados del mundanal ruido, disfrutan de su casa solariega con vistas al volcán. No es la procedencia, estúpido, ni la raza, sino la pasta que llevas en el bolsillo.

Alrededor de la piscina, que es el epicentro de su retozar, Marianne y Paul fornican al aire libre, toman el sol del Mediterráneo y reponen fuerzas con la saludable gastronomía del lugar, bajo la sombra de una parra. Marianne, que es vocalista en un grupo de rock, ha sufrido una operación en la garganta que le impide hablar, lo que hace que las discusiones terminen rápidamente con cuatro gestos y un abrazo de reconciliación. Cualquier cosa antes que forzar la voz y joder su carrera musical. Dentro de la desgracia, su mudez facultativa contribuye a mantener la paz achicharrada de las vacaciones.

Si los veraneantes de “Cegados por el sol” fueran una pareja de españoles, al segundo día aparecería un cuñado para joderles tamaña felicidad. Pero como son anglosajones y además muy liberales, el que aterriza en Pantelaria es el ex amante de Marianne, un cincuentón desatado al que da vida un desaforado e impagable Ralph Fiennes. Harry llega a la isla ávido de fiestas y cachondeos, pero trae, escondidas en la maleta, aviesas intenciones de reconquista. Él nunca ha olvidado a Marianne porque ella es una fiera del rock en los escenarios y una tigresa del sexo en los colchones. 

Por si fuera poco, con Harry -y con su hija, que es una lolita dispuesta a meter más leña en el fuego-  llega también el siroco del Sáhara, un viento seco que desatará tormentas dentro y fuera de los cuerpos. En la isla volcánica de Pantelaria estallará de pronto el volcán de las pasiones; y uno, que al principio de la película andaba medio dormido en el sofá, retomará el hilo de esta película muy malsana y viciosa, perjudicial para la moral, de personajes que se desean y se acechan como animales africanos.




Leer más...

La hija oscura

🌟🌟

Después de mucho revolver en las carpetas del disco duro, al final nos pusimos a ver “La hija oscura”. Pero un poco a oscuras también: a oscuras de habitación, ya de anochecida, y a oscuras de conocimientos, con pocos datos sobre el material. Solo que salía Olivia Colman y que había estado nominada al Oscar por su trabajo. Y suficiente, en verdad, más que suficiente, porque cuando Olivia se pone ella es superlativa y llena la pantalla con un algo de catedrática.

“Va, venga, la de Olivia Colman...”, acordamos en la última ronda de negociaciones, y al principio nos las prometíamos muy felices porque ella salía todo el rato, de vacaciones en un hotel junto al mar. Olivia paseaba, tanteaba el terreno, observaba atentamente a los niños, y nosotros, en los silencios, aprovechábamos para alabarla: qué bien estaba Olivia Colman en aquella película, la de la reina, y en aquella otra, la del Alzheimer. Qué actriz, qué portento, qué presencia...

Pero la película, al menos en su inicio, es eso, oscura. Como la hija del título. Olivia es una mujer enajenada que tiene comportamientos raros y... oscuros. Van veinte minutos de película y Olivia ya está harta de sus vacaciones: no la dejan leer, no la dejan escribir, no la dejan disfrutar del silencio. Es como en las vacaciones de los proletarios, aunque ella vaya de finolis. Pero no van por ahí los tiros de su tristeza. Lo de Olivia es como un trauma que se le quedó. En los flashbacks que la asaltan suponemos que sale ella de joven, incómoda con una maternidad que la supera, o que la desborda, algo así. Los recuerdos son extraños, y el presente muy turbio. Es todo confuso y raro. Y en el reloj del ordenador acababan de darnos la una de la madrugada...

A esas alturas aún no sabíamos si Olivia tenía uno de esos días o si padecía una enfermedad diagnosticada en el DSM V. Pero ya nos daba igual. Yo, por mi parte, me quedé pajarito, piando a T. mi estupor. Muy bajito.





Leer más...

Cincuenta sombras de Grey

🌟

He aguantado cuatro años sin verla. Pero ya no podía más… La curiosidad mató al gato, y también al cinéfilo, que son animales comunes de la noche. Alguien me advirtió en su día que podía convertirme en estatua de sal si desviaba la mirada hacia Cincuenta sombras de Grey, de lo mala y ridícula que era. Que los críticos profesionales la veían porque no tenían otro remedio, encerrados en las salas de proyección como reclusos, pero que los cinéfilos de segunda categoría, que sólo emborronan blogs por amor al arte, se habían declarado en huelga de ojos cerrados y de penes caídos. Un boicot en toda regla. Pero yo sé que la gente miente. Que en los blogs y en los bares se dicen cosas para quedar bien delante del prójimo -y sobre todo de la prójima-, pero que luego, en la intimidad de los hogares, con el portátil sobre las piernas o el mando de Movistar + sobre la rodilla, nadie resiste la tentación de fisgonear en la “sala de juegos” del señor Grey, a ver qué guarrerías atadas con cuerdas -como las morcillas de mi pueblo- le hace este yupi dislocado a la pobre Anastasia de los ojos azules como Blancanieves. 



    Yo soy como todo el mundo, más o menos, y los apocalípticos consejos de no ver Cincuenta sombras de Grey, lejos de quitarme las ganas, azuzaban mi curiosidad y espoleaban mi deseo. Porque, además, yo había visto a Dakota Johnson en los avances que ahora ya se llaman teasers, y a mí, Dakota Johnson, tengo que confesarlo, es una señorita que me seduce mucho los instintos, y cada vez que se muerde los labios me pasa exactamente lo mismo que le sucede al señor Grey, que se le va la imaginación a lugares más íntimos y oscuros donde el público ya no interfiere ni molesta…

    Yo no había visto la película porque nunca encontré a nadie que quisiera acompañarme en la aventura, a mi lado, en el intrépido sofá de mis vuelos sin motor. Y a mí me apetecía verla con alguien por si había que partirse el culo, con las gilipolleces, o partirse el nabo, con los erotismos, según lo que Grey y Anastasia nos fueran ofreciendo en su performance del Barroco. Pero nunca se dio el caso, y sigue sin darse, así que ayer por la tarde, incomodado por los fríos de noviembre,  me puse el salacot, agarré el machete y me adentré en la jungla impenetrable sin mirar atrás… Y al final del camino, nada. La nada más frustrante. Yo venía al blog a redactar una humorada, o una sexualidad, algo entre picante y divertido, pero la película es tan tonta, tan vacua, que he navegado por ella sin encontrar nada que excitara mi pluma. Ni mi inteligencia, ni mi hombría decepcionada…



Leer más...

Black Mass

🌟🌟🌟

Al final de Black Mass, en los títulos de crédito, aparecen las fotos reales de los mafiosos que durante años colaboraron con el FBI allá en los arrabales de Boston. Unos matones de baja estofa que mientras largaban de la mafia mayor, la italiana, gozaron de total impunidad para manejar sus asuntos delictivos. Que si unas extorsiones por aquí o unos asesinatos por allá. Poca cosa, al parecer.

     Como suele suceder, los jetos auténticos de los mafiosos son insulsos, decepcionantes, de una normalidad pedestre que está más cerca de la estulticia que de la brillantez. Tipos que uno se encontraría en cualquier bar del pueblo, jugando a la baraja, o disputándose la posesión del Marca. La psicopatía, en el mundo real, viene enmascarada en rostros neutros, insustanciales, como bien advierten los manuales de psiquiatría. Lo del psicópata de sonrisa cínica y mirada perturbadora es una cosa que ponen en las películas para que los espectadores más lerdos no se pierdan en la trama. Lo del mafioso con glamour también fue una estupidez aventada por el cine: una tontería que El Padrino elevó a la categoría de arte, hasta que un buen día nos topamos con la jeta de James Gandolfini y con sus camisetas imperio manchadas de salsa napolitana.

        En Black Mass no hay nada que objetar sobre la caracterización de los matones secundarios, que podrían ser perfectos clientes del Bada Bing!, una pandilla de garrulos que celebran su amistad trajinando whiskies y junando putas. Pero el Jimmy Bulger que le han plantado en la cara a Johnny Depp parece una broma. Uno ve las fotos reales del hampón y tiene un aire parecido al tío Paulie de Los Soprano, sólo que un poco más delgado y estiloso. Nada que ver con esta criatura infernal de lentillas azules y dentadura retorcida que parece sacada del Drácula de Coppola. Se han pasado tres pueblos con el maquillaje y con la plastilina. Tres pueblos, concretamente, de la provincia de Albacete, pues uno mira y remira el emplaste y no deja de pensar en Joaquín Reyes imitando a Jimmy Bulger con acento de La Mancha:

        "Que soy el recopetín de la mafia bostoniana, copón, ¿no os doy repeluco?"


Leer más...