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Crumb

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Del matrimonio entre un militar de carrera que maltrataba a sus hijos, y de un ama de casa que se comía las anfetaminas como si fueran los garbanzos, nacieron tres hijos obsesionados con los cómics y trastornados de la cabeza que protagonizan el documental Crumb. Uno de ellos, Robert Crumb, fue pionero del cómic underground estadounidense, dibujante de las malandanzas de Harvey Pekar en la serie ilustrada American Splendor. También es el artista que ilustra los diarios de Charles Bukowski que estoy releyendo estos días, donde retrata al escritor en sus faenas cotidianas, con trazo hosco y renegrido.

En el documento, Robert Crumb habla largo y tendido sobre sus obsesiones sexuales y sobre sus motivaciones artísticas, que vienen a ser más o menos lo mismo. Es un tipo que no tiene pelos en la lengua. Se nota que tiene algo raro, como un desequilibrio mental, como una chotadura de pronóstico reservado -sobre todo cuando se ríe con esa carcajada ratonil y sofocada-, pero es un fulano extremadamente inteligente, que le llama al pan pan, y al vino vino. Habla de su infancia apaleada, de sus complejos adolescentes, de cómo se hizo adulto en un mundo de hombres que no le entendían, y de mujeres que jamás se fijaron en él. Cuenta que la obsesión por el dibujo fue su salvación, el ora et labora que lo sujetó más o menos a la cordura, y que lo convirtió, con el tiempo, en un tipo famoso y adinerado. 

Sus dos hermanos, en cambio, no tuvieron la misma suerte. Ellos también participan en el documental, contando historias desgarradas de locuras y tratamientos. Están mucho más desquiciados que su hermano Robert. Toman medicaciones fortísimas que les inhiben la líbido, la apetencia, las ganas recurrentes de suicidarse. Aún así, entre las nieblas químicas que oscurecen sus cerebros, son capaces de hablar con sentido profundo sobre la mala-vida que han llevado. Tienen mirada de lunáticos, pero lengua de filósofos. 

Robert cuenta esta historia personal de fracaso adolescente, tan familiar para todos los enclenques gafudos que en el mundo hemos sido: 

“Si las chicas pudieran ver que yo era agradable y sensible, les gustaría.[...] No podía entender por qué les gustaban estos tipos brutos y yo no. Yo era más sensible y majo, más como ellas. No me di cuenta que no querían que fuera como ellas, básicamente. Me sentí herido y cruelmente incomprendido, porque me consideraba a mí mismo inteligente y con talento, aunque no fuera muy atractivo físicamente. No pensaba que esas cosas importaran; le daba importancia a lo de dentro”.



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