Mostrando entradas con la etiqueta Bong Joon-ho. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Bong Joon-ho. Mostrar todas las entradas

Parásitos

🌟🌟🌟🌟

Los pobres olemos a sopa de sobre y a ropa del Carrefour. Olemos a marca blanca, a ambientador de garrafón, a desodorante con descuento. Olemos a precariedad, a billetes contados, a salir del paso cuando rulamos por las estanterías. Olemos, casi todos, en este ciclo de la vida tan poco Hakuna y tan poco Matata,  a algo no muy distinto a lo que olíamos en nuestra infancia, porque los olores son persistentes, nos impregnan, y quizá seguimos siendo pobres en un esfuerzo inconsciente que no es pereza, ni derrotismo, sino pura coherencia, porque el olor a ricos nos extrañaría mucho al abrir nuestros armarios, o descubrir comidas raras en el frigorífico.



    Desde las lluvias de la infancia, el olor a pobres forma parte de nuestras aguas subterráneas, y  siempre aflora con el sudor del esfuerzo, y con el calor del verano. Cuando estamos entre pobres, nos disimulamos los unos a los otros, y nuestras pituitarias se reconocen hermanas de la misma clase, proletarias, aunque siempre desunidas. Pero basta con ascender un escalón o dos en la escala social -en la invitación de un amigo, o en la boda de un triunfador- y el olor te delata al instante como un intruso, como un extranjero fuera de lugar. Los que ganan la pasta gansa son animales instintivos, muchas veces despiadados, y esto del olor es un asunto primordial para ellos. Son bestias de morro afilado que huelen al pardillo, al tímido, al estafable. A la víctima. Al pobre. Nos detectan por mucho que disimulemos, por mucho que vayamos vestidos y perfumados para la ocasión. Nosotros mismos, en el alto copete, nos sentimos incómodos, y nuestra nariz no para de ventear, incómoda, como la de un perrete desubicado.

    A mí me han olisqueado dos veces en mi vida, literalmente, con cara de asco, como les sucede a estos coreanos desdichados de la película. Dos humillaciones olfativas, en la adolescencia, de dos madres que recelaban de mi amistad con sus hijos estupendos. Compañeros de colegio privado, exclusivo, donde los hijos de la burguesía aprendían los buenos oficios y las malas artes. Donde también estudiábamos, clandestinos, los cuatro chavales que veníamos de la barriada a demostrar que también podíamos clavar las integrales, y entender las sutilezas de Platón. Fue hace más de treinta años, en otra ciudad, al otro lado de las montañas, pero conservo esa sensación humillante como recién guardada en la nevera.

    Será que soy un bolivariano rencoroso, pero hoy, mientras veía Parásitos, he recordado aquellos versos  que cantaba Serrat: "Entre esos tipos y yo hay algo personal".



Leer más...

Rompenieves

🌟🌟🌟

Rompenieves es el nombre del tren donde viajan los últimos seres humanos. Un arca de Noé rodante que describe círculos alrededor de Eurasia mientras espera que llegue el deshielo. Algún político iluminado -seguramente un eurodiputado español, que vivía su retiro dorado en  Bruselas- decidió combatir el cambio climático echando no sé qué mierda en el aire, y consiguió, como en los cómics de Mortadelo y Filemón, cuando el profesor Bacterio le ponía remedio a las desgracias, congelar el planeta hasta casi acabar con la humanidad.

       El Rompenieves, como no podía ser de otro modo, está estrictamente jerarquizado. En los vagones delanteros, que parecen de un Orient Express futurista, viajan los millonarios que se abrieron camino en la vida. En los traseros, que parecen transportes fletados por Adolf Eichmann, viajan los desgraciados que no supieron emprender en los negocios. En el medio, armada hasta los dientes, una legión de seguratas impide la revuelta de los perroflautas, a tiro limpio si fuera menester. Como se ve, el Rompenieves es toda una metáfora del sueño ultraliberal. Libres ya del Estado tocapelotas, los ricos campan a sus anchas en sus vagones de primerísima clase, mientras los pobres comen mierda en pastillas y beben agua oxidada. “Es el orden natural de las cosas”, afirma Mr. Wilford, el dueño del tren. Ytal felonía, que en la ficción nos parece una cosa de ser muy hijo de puta, es lo mismo que repiten a todas horas nuestros prohombres de derechas, cuando salen en las tertulias o en los artículos de opinión, negando la existencia de la lucha de clases. Los mismos tipos que luego, tras ofenderse mucho por haberles mencionado la estructura piramidal de la sociedad, se suben al tren, o al avión, o al autobús “Supra”, y se compran un billete de primera clase para no coincidir con parásitos como tú, quejica de la taberna, y perroflauta con piojos. Lo que no harían, y no dirían, estos golfillos, subidos en el Rompenieves.


          De todos modos, a este coreano que dirige la función, el tal Joon-ho Bong, le importa una mierda la lucha de clases. Rompenieves, aunque pudiera parecerlo, no es ni de lejos el Octubre de Serguei M. Eisenstein. Las diferencias de status sólo crean la tensión necesaria para que el personal se líe a hostias, y a partir del minuto treinta uno se ve enredado en otro blockbuster oriental de peleas a cuchillo y patadas voladoras. Ni un pelo de la barba de Marx sale volando en los fotogramas. 


Leer más...