Mostrando entradas con la etiqueta Ann Margret. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Ann Margret. Mostrar todas las entradas

Un domingo cualquiera

🌟🌟🌟🌟


Los jugadores de fútbol americano parecen muy hombres porque se visten como si libraran una guerra medieval -la de los Cien Años, o las Cruzadas en Jerusalén- siempre pertrechados con su casco y con su armadura. Además dicen mucho “fuck”, y "bullshit", y "motherfucker", acompañando los tacos con una mano en los cojones, y en esos corrillos que hacen antes de cada jugada se mientan a las madres y proponen tratos ilícitos con las mujeres de los rivales. 

Sin embargo, los aficionados al deporte sabemos que los hombres de verdad -como aquellos que deseaba Alaska en su canción- son los que juegan el rugby que se estila en Europa y en el hemisferio Sur: el que se practica a cara descubierta y a pecho descubierto. El que se pelea con el único amortiguador de una camiseta y de un protector bucal para no dejarse los sueldos en el dentista. Las hostias son las mismas, pero la entereza y el estoicismo están del lado de nuestros muchachos, que se enfrentan a la suerte de un placaje con el cuerpo tenso y el rostro sin enmascarar.

La película de Oliver Stone mola mucho porque sale Al Pacino desatado y Cameron Díaz tan guapa que te mueres. Y al final, la épica del deporte es la misma en el fútbol que en la petanca: solo es cuestión de darle ritmo a la película y de encontrar diálogos jugosos; y en eso, Oliver Stone es un maestro del engatuse. Puede que “Un domingo cualquiera” sea una película tan excesiva como hueca, pero joder: dura dos horas y media y nunca te aburres.  

Lo que no consigue el bueno de Oliver -y ya nadie conseguirá jamás- es que a los europeos nos interese este juego. Gracias a las películas y a las bases militares, los yanquis han gozado de cien años de influencia cultural para intentar seducirnos con el "football" y solo han conseguido que lo repudiemos cada vez más. Por tostón, y por americano. Hace años, en España, se puso un poco de moda porque en Canal + quisieron darle mucho bombo a la Superbowl. Había patrocinios y tal. Yo piqué un par de veces y a la media hora me fui a dormir bostezando. No sé: no juegan, están todo el rato parados y debatiendo. Se mueven menos que los tertulianos de José Luis Garci.



Leer más...

El rey del juego


🌟🌟🌟

Entre los muchos defectos que tiene este blog hay uno que reconozco imperdonable, y que prometo corregir algún día: la poca presencia del cine clásico, o viejuno, según los gustos del personal. Los cinéfilos de verdad emigran a otros blogs donde el escribano habla de películas anteriores a 1980, que es la fecha primera de mis recuerdos, y también de mis raciocinios. En los primeros fascículos hice incursiones en el cine de Godard, de Bergman, de Alain Resnais incluso, pero la mayoría de las veces salí decepcionado de la experiencia, incómodo conmigo mismo por no saber apreciar, por no poder entender. Y en vez de fingir, como hacen otros, y de lanzarme a la escritura solemne de la obra maestra, me dio por hacer ironía con las películas sagradas. Y ahí morí. Cualquier pretensión de construir un blog para los círculos intelectuales se fue por el retrete en aquellas escrituras, que querían poner humor donde sólo había analfabetismo cinematográfico, y rendición de la inteligencia.


           Mi desencuentro con el cine viejuno viene de los tiempos mozos, de cuando me quedaba roque los lunes por la noche viendo los debates de Qué grande es el cine. José Luis Garci y sus eruditos diseccionaban truños infumables que a mí me dejaban noqueado en el sofá. Me los imagino, por ejemplo, hablando de esta película que hoy he pescado en el TCM, en un esfuerzo titánico por redimirme. El rey del juego no es una película en blanco y negro, pero es de 1965, que casi es lo mismo. Steve McQueen es un as del póker que quiere derrotar al mejor jugador del país, un viejete con el aplomo y la mirada penetrante de Edward G. Robinson. Si cambiáramos la baraja francesa por el taco de billar, casi nos saldría otro El buscavidas, con Paul Newman desafiando al Gordo de Minnesota.

    En El rey del juego también hay amores tortuosos y aromas de fracaso. Un homenaje a los losers del sueño americano, tan impropio en aquella cinematografía de colorines. La película no está mal, con sus actores de tronío y sus doblajes de la época, que me retrotraen a los tiempos felices del Sábado Cine. Pero no es más que eso, una partida de póker estirada en sus prolegómenos, y en su desarrollo. Pero claro: esto lo digo yo, que sólo me fijo en lo accesorio, porque en Qué grande es el cine harían retratos psicológicos, y análisis socioeconómicos, y tesis doctorales sobre las posiciones de cámara, y no dirían ni mu sobre el único recuerdo perdurable que a mí me dejará esta película: la belleza mareante de Ann Margret, a la que dedicaría una florida y tierna poesía de no haber terminado ya con el espacio. 


Leer más...

Conocimiento carnal

🌟🌟🌟

El problema de Conocimiento carnal es que ya no puede escandalizar a los hipersexualizados espectadores del siglo XXI. Hace cuarenta años la película levantaba erecciones, arrancaba grititos, encendía debates... Ahora sólo es una curiosidad antropológica sobre el cine liberal de los años setenta: el que asustaba a las viejas, el que atareaba a los censores, el que provocaba soponcios entre las amas de casa.



       Las conversaciones de Nicholson y Garfunkel sobre si sus novias universitarias se dejarán tocar las tetas por encima del jersey, provocan -oídas ahora, en la posmodernidad de lo pornográfico- casi la risa. Uno, que ya va para viejo, y que todavía vivió esos coletazos del puritanismo, se reconoce en las cuitas amatorias de los protagonistas. Éramos así de inocentes y de románticos. Unos caballeros andantes, comparados con la muchachada de hoy en día. Ahora pasas por delante de cualquier instituto y las “fases aproximativas” de Conocimiento carnal aquí son lecciones de la vida aprobadas en Educación Primaria. Los adolescentes contemporáneos están a diez mil años sexuales de aquellos mojigatos universitarios de los setenta. Y de nosotros, los cuarentones, que llegamos tan tarde a la revolución de las costumbres. 

           Luego, a partir de la media hora, la película deriva hacia aburridas escenas del matrimonio, con mucha discusión sobre si “ya no lo hacemos tanto como antes” o  “empecemos de nuevo con lo nuestro”. Nos sabemos de memoria los diálogos y las reacciones. Se nos desencajaría la quijada en un bostezo si no fuera porque ella, la mujer que discute con Nicholson, es Ann Margret. Su belleza es lo único intemporal que atesora la película. Y cuando hablo de su belleza, hablo de su belleza casi íntegra, en inusual acontecimiento de las películas antiguas.. Me costó encontrar a Ann en una película decente –aunque indecente-, pero cuando por fin lo hice, me fue regalada de una vez por todas, sin acercamientos progresivos. Porque en Conocimiento carnal hay, además de mucha verborrea, mucho carnal conocimiento. Pero no vayan ustedes a pensar: se atisba, más que se ve; se adivina, más que se calibra; se calcula, más que se examina. Hay que ver con qué habilidad se manejaba por entonces la sábana, la sombra, el montaje aguafiestoso. Ann Margret es el único escándalo que sobrevivió a la película. Su más firme legado. 



Leer más...