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Prevenge

🌟🌟🌟

Original, impactante, subversiva. Desquiciada. Molona. Alice Lowe, la chica de Sightseers, vuelve a la carga con una película de terror que te pintará una sonrisa macabra. Y esta vez Alice no sólo actúa y escribe, sino que además dirige la función, y con su buen hacer ha puesto una pica en Flandes para que las cineastas como ella también rueden la cuchillada que cercena cuellos, y la sangre que salpica paredes.

    Cosas así había leído uno sobre Prevenge en las revistas de cine, estimulando mi curiosidad. Pero eso fue antes del verano, de la canícula insufrible, cuando uno estaba atento a las novedades y a las cinefilias. Luego, durante dos meses, he tenido un huevo frito por cerebro, y un helado fundido por esqueleto, y la voluntad ha estado de vacaciones en otros asuntos. Hasta que ayer, en un barrido casual por los canales, me encontré con la cara desquiciada de Alice Lowe pintarrajeada para la fiesta de disfraces, y para la matanza de maromos, y de pronto recordé que el curso ya estaba ahí, a la vuelta de la esquina, y que con él regresaban las obligaciones laborales, y las horarias, y las películas aplazadas.



    Leo en IMDB que Alice Lowe escribió su guión en tres días y medio, y que lo puso en imágenes en apenas once, y no necesito leerlo dos veces para convencerme plenamente de ello. Porque lo que se ve en pantalla es una historia muy simple, apenas una anécdota: una mujer embarazada que está como una puta cabra y que cree oír voces de su bebé que la animan a asesinar a todo el que la mira mal, o la trata con desprecio, o no la contrata para trabajar donde ella quiere. Primero vemos un crimen, y luego otro, y más allá el tercero, y aquí no existe un hilo conductor como el que llevaba a Uma Thurman a vengarse de Bill, o a Arya Stark a cepillarse a los asesinos de su padre. Los crímenes de Alice son aleatorios, grotescos, y uno asiste a ellos intrigado -y asqueado- pero sin entender una mierda de la cuestión. 

  Alice podría haber sido una vengadora de machistas asquerosos, o de petardas insufribles, y Prevenge hubiera tenido, en tal caso, su gracia y su moraleja. Su mensaje social. Sólo a partir del quinto o sexto asesinato sus instintos homicidas se encaminan a vengar la muerte de su marido, que murió en una cordada de alpinistas sobre el acantilado. Pobrecitos, sus infortunados compañeros de excursión. Alice será tan implacable con ellos como el carnicero con sus corderitos. Lástima que uno, a esas alturas de la película, ya esté más pendiente de la cama que de la resolución. Con un pie y medio en los territorios sin sangre de Morfeo.



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Sightseers

🌟🌟🌟

Hace unos cuantos milenios, cuando nuestros antepasados vagaban por el mundo armados de cachiporra, cualquier ofensa podía ser respondida con un garrotazo que causara la muerte del ofensor. Una mala mirada, un mal gesto, un no apartarse del camino en el momento adecuado... El mundo prehistórico era un Far West de vaqueros semidesnudos que sólo bebían agua y conducían rebaños de mamuts. En Atapuerca, separando las cuevas a izquierda y derecha, había una gran calle polvorienta donde los homínidos paseaban y se vigilaban, desenfundando sus garrotes al menor atisbo de desafío. No había por entonces música de Ennio Morricone que añadiera más tensión a la escena, pero de fondo aullaban los lobos, y los tigres con dientes de sable. Las leyes y las cárceles eran elementos disuasorios que los mesopotámicos aún no habían inventado, así que había barra libre para ejercer la venganza y el desahogo. Ningún sheriff salido de Los Picapiedra iba a meterte en el calabozo por matar a otro fulano. Lo que luego hiciera contigo la tribu del asesinado ya era harina de otro costal.


El primer crimen que comete esta pareja de chalados en la película Sightseers tiene algo de prehistórico y de salido de las vísceras. El muerto es un imbécil que se les cruza en el camino tres veces en el mismo día, comiendo un helado y lanzando el correspondiente envoltorio al suelo, un incauto que no sabe con qué psicópatas disfrazados de ciudadanos está tratando... Cinco minutos después yacerá muerto en el asfalto del aparcamiento, atropellado accidentalmente por un coche con caravana que se da a la fuga con toda tranquilidad. Quién no ha soñado alguna vez con un crimen así, limpio, rápido, impune, que hiciera justicia con los incivilizados reincidentes, esos que enciman te miran retorcidos y te gritán "¿Qué pasa?" En ese segundo de rabia en el que el hombre civilizado todavía no ha comparecido, el troglodita interior sólo se detiene ante el miedo de ser delatado por un testigo, de ser castigado por la autoridad, de ser enculado en las duchas no vigiladas de la cárcel provincial. Lo único que nos separa de estos demenciados psicópatas de Sightseers es que en ellos el hombre civilizado, o la mujer tolerante, llegan mucho más tarde a la cita. 

Es una pena que Sightseers no ahonde en estas cuestiones de enjundiosa antropología, y prefiera irse por los cerros de Úbeda, o por las Highlands de los escoceses, para hacer cuchipanda y gamberrada que divierte mucho a los adolescentes. Te ríes, sí, pero mucho menos que al principio, cuando la cosa visceral te salía del alma y no lo podías remediar. La sonrisita del criminal frustrado.





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