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El cuerpo en llamas

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Aquí todo el mundo tiene el cuerpo en llamas: primero el policía al que mataron y luego quemaron, claro, pero también la condenada, que siempre va caliente, y el condenado, que es una pura calentura, y hasta el ex de la condenada, que también se gasta una hostia muy guapa. La serie habla de un cuerpo en llamas pero no especifica cuál. Da un poco igual porque todos son policías. Es un solo Cuerpo. 

También podría ser mi cuerpo en llamas, fíjate tú, que se enciende cada vez que Úrsula Corberó aparece en pantalla. Y eso que Úrsula no es mi tipo de mujer, tan retaca y voluptuosa. Tan caribeña. Pero da igual: dile tú a un volcán que erupciona justo a tu lado que no quieres quemarte. Que no es tu tipo de catástrofe. Que prefieres esperar los huracanes monzónicos o las inundaciones en primavera. 

La Rosa Peral que he encontrado en las fotografías verdaderas es otra cosa: más cuqui y menos carnal. Tiene un aire lejano a Inés Arrimadas. Es otro tipo de belleza. Pero a saber cómo era la pantera cuando se desenvolvía en los triángulos amorosos, y también en los cuadriláteros. Los productores han preferido la contundencia física de Úrsula Corberó y no voy a ser yo quien eleve una protesta. No es sólo que sea una mujer perturbadora: es que su trabajo es inquietante y magnético. Le podría costar una carrera, por encasillamiento, de lo bien que lo hace. 

También es verdad que el mal siempre es más fascinante que el bien. El mal te obliga a hacer preguntas, a cuestionar la naturaleza de la gente. Aunque yo, la verdad, creo que hay que ser un roussoniano muy gilipollas para no entender que hay mucho hijoputa suelto por ahí, y mucha hijaputa camuflada entre nosotros. Gente chunga bajo la apariencia del cachondeo o la normalidad. Psicópatas de paisano y sociópatas de paisana. Mentirosas compulsivas y violentos estresados. Muchas veces son indetectables. Sola la buena suerte impide que nos crucemos. 

Buena parte del mérito de la serie le corresponde a ese lunar que Úrsula Corberó tiene justo encima del labio. Como la serie es un puntín reiterativa -Netflix sigue comprando los guiones al peso- a veces me fijaba en él y me quedaba embobado. Es el lunar en llamas. 





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La casa de papel. Temporada 2 (¿ó 3?)

🌟🌟

Hace varios años que mi hijo no comparte estas cinefilias conmigo, ni estas seriefilias, porque él se fue a Boston, a vivir, y yo sigo en California, a vegetar, y cuando él viene de visita preferimos celebrarlo con el deporte en la tele: el fútbol, o la NBA, o el billar, que para eso seguimos siendo hermanos del taco y la carambola. Le echo de menos, a Retoño, porque fueron muchos años viendo juntos las de Disney, las de Pixar, las de La Guerra de las Galaxias. Hasta los “grandes estrenos” del Disney Channel me chupé yo a su lado… Supongo que fue ahí donde se cimentó nuestra amistad inquebrantable -hasta donde un padre y un hijo pueden ser amigos, claro, tampoco vayamos a joder.... Pero sí es cierto que tenemos esos recuerdos colgados en la misma nube virtual. Parte de su educación sentimental y de la mía -porque el cine también es educación sentimental-  se confunden en un tramo de nuestros caminos. Ahora que vivimos en costas contrapuestas nos recomendamos series, y películas, en plan “No te la pierdas”, “Es cojonuda y tal”, pero ambos sabemos que los gustos, en algún momento, empezaron a divergir, porque es ley de la naturaleza, el ciclo de la vida y eso, que también vimos El Rey León en el DVD, y hasta en el VHS, vetusto ya en el baúl de los recuerdos (qué ganas de poner: Uuuuh...)



    Así que un día, cansado ya de esquivarle, me ofrecí a seguir La casa de papel en paralelo, o casi, porque él estaba todo el día flipado con el invento, al teléfono, que mira, papá, y es la hostia, papá, y todo el rato así…. No pintaba bien la cosa, la verdad, porque el atraco lo perpetraban inicialmente en Antena 3, y esa bendita casa -como diría José María García- es mi némesis cultural, la videoteca del Averno. Sin embargo, en la primera temporada de los casapapelianos encontré motivos para no desengancharme: el Profesor es el anarquista corajudo que yo quiero ser de mayor, la trama puramente policial tenía su punto y su cordura, y Úrsula Corberó, a decir verdad, me quitaba veinte años sexuales en cada plano de su belleza… Suficiente, para mostrar entusiasmo cuando el chaval me preguntaba “¿Has llegado ya a cuando…?”, o “¿Qué te parece que se hayan cargado a…?”. Ahora, sin embargo, en la segunda temporada -que es la tercera según los calendarios gregorianos- ya no puedo seguir fingiendo. Tengo que quitarme la careta de Dalí para volver a ser el tocapelotas alejado del mainstream… Todo es excesivo, inverosímil, chusco, en esta continuación que sólo buscaba los jayeres. Y hasta aquí puedo leer, por el bien de mi paternidad.



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La casa de papel. Temporada 1

🌟🌟🌟

Lizza Minelli y Joel Grey cantaban en Cabaret que el dinero mueve el mundo. Y tenían toda la razón (del mundo). La Historia es la crónica de las grandes empresas que necesitan ejércitos para usurpar los mercados. Sólo hay que abrir un periódico de papel, o pinchar uno digital, para comprender que nada se pone en marcha o se queda paralizado si un tipo trajeado no descuelga su teléfono en la oficina de Wall Street.  

    Pero si el dinero mueve el mundo, el erotismo mueve a las personas. Cuando descendemos a la historia individual, a la de andar por casa, ya no es la billetera, sino el amor -o el sexo, como ustedes prefieran llamarlo- lo que impele a los seres humanos y condiciona sus destinos. Hay que ganarse el pan, claro, y alimentar a los hijos, y asegurarse una pensión para el día de mañana. Pero cubiertas las necesidades básicas, lo que de verdad nos excita o nos derrumba, nos edifica o nos aniquila, es la necesidad de echar un buen polvo, o de sentirnos amados por un tiempo más indefinido.

    En los primeros episodios de La casa de papel, todos los personajes son unos profesionales de la hostia, concienzudos y laboriosos, cada uno en su empeño de robar el dinero o de impedir el atraco. El Profesor, sin ir más lejos, es el tipo que yo siempre quise ser de mayor: un revolucionario amoral pero pacífico, estiloso, consecuente con sus ideas. Con un par de gafitas, sí, pero con un par de cojones. Un tipo preclaro que ya en el primer episodio avisa de los peligros de la jodienda. Porque él sabe que el erotismo, una vez desatado, es un demonio ciego que ya no entiende de razones, y que ni cien sacos de billetes podrán bajarle la temperatura. 

    Pero claro: entre su caterva de reclutados hay elementos que no se contienen, que sienten el hormigueo constante en la entrepierna -es muy jodido plantear un atraco con Úrsula Corberó de compañera. Y una vez que los millones del robo parecen asegurados, los delincuentes se relajan en la disciplina, y descuidan sus funciones. A partir de ahí, el frenesí sexual se extiende como un virus, o como una fiebre, o como una ola, que cantaba Rocío Jurado, y hasta el propio Profesor, devorado por su profecía, caerá en la cuenta de que el amor que es más importante que los millones o que las carreras profesionales.  

    La historia de un romance, en realidad, La casa de papel, y no de un atraco. Montañas de dinero reducidas a un simple McGuffin. 



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¿Qué fue de Jorge Sanz? Episodio 8

🌟🌟🌟🌟

¿Qué fue de Jorge Sanz? es el Boyhood de las series de televisión. Un serial en marcha, casi en directo, sobre las venturas y desventuras de ese actor llamado Jorge Sanz que a veces parece él y a veces su caricatura. Dos personajes en uno que sólo los amigos muy íntimos, o las enamoradas muy informadas, sabrían separar y distinguir. Uno de ellos es el Jorge Sanz real que cumple años y acumula canas. El actor de cine que rueda películas sin pena ni gloria pero que va ganándose un prestigio sobre las tablas del teatro. El otro personaje es el Jorge Sanz ficticio -¿o no?- que se enreda con varias novias a la vez, que ejerce de padrazo ocasional. Que sobrelleva la torpeza de un representante artístico que sabe más de quesos que de directores españoles: un gañán entrañable que no sabe distinguir a Fernando Colomo de Fernando Trueba pero sí un queso de Asturias de otro de Cantabria, cosa que es de mucho admirar, desde luego, pero que no sirve de gran ayuda a la carrera de su representado.



    El Jorge Sanz que suponemos inventado o exagerado es un tipo inmaduro, metepatas, que va por la vida como una vaca sin cencerro. Un liante que ahora, en el octavo episodio de la serie, aprovechando que el Jorge Sanz real se gana unas pelas en el rodaje de La reina de España, se ve en la necesidad de evadir impuestos como todo rico de vecino, y confía sus ahorros a un exfuncionario de Hacienda con conexiones muy poco claras en Andorra. Si usted, querido lector, o lectora, no termina de entender muy bien este lío de los dos Jorge Sanz -y uno más, el tercero, hecho de cera en el museo-, no se considere lerdo, ni se sienta culpable. ¿Qué fue de Jorge Sanz? es una serie difícil de explicar, pero imprescindible de ver. Una rareza, una extravagancia, un experimento único. Una serie autorreferencial. Un juego de espejos. Una gracia singular que David Trueba y los muchos Jorge Sanz entremezclados nos regalan cada año. Una satisfacción para este espectador atribulado que cada vez se ríe menos y de menos cosas. Una simpática broma que ojalá dure lo que duren las vidas de sus bromeados. Hasta que todos nos hagamos viejecitos y vayamos llorando las pérdidas como si de unos amiguetes se tratase. 





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