El problema de los 3 cuerpos

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1. Si el planeta Krypton estuviera a punto de ser destrozado por la acción gravitatoria de tres soles en el cielo, yo, como Alto Comisionado para la Búsqueda de Ayuda Intergaláctica, no contactaría con los científicos de la Tierra, sino con los directores del cine porno, tan marginados y desconocidos. Porque ellos sí que llevan décadas resolviendo ecuaciones complejísimas con tres cuerpos involucrados. Si consideramos que p es el placer, F el cuerpo gestante y M el cuerpo no gestante, estableceremos como premisa que p1=FFM y p2=FMM, de lo que se deduce que p3=MMM y p4=FFF. Conclusión: que el enredo astronómico de tres soles palidece ante el lío anatómico de tres cuerpos humanos armados de lenguas, extensiones y concavidades.

2. Si hacemos caso a la propaganda que viene de Estados Unidos, los chinos no han parado de joder a la civilización occidental -y por extensión, al planeta entero- desde los tiempos de Fu Manchú. Si hace un lustro fue un habitante de Wuhan el que se comió un bocata de pangolín para desatar una epidemia mundial de imbéciles antivacunas, aquí, en la serie, es una astrónoma china la que responde con muy mala cabeza a la señal Wow! que captaron los radiotelescopios en 1977.

(Me dicen que la novela la ha escrito un chino... Será uno vendido al capital).

3. Es un hecho científico que la especie humana ha alcanzado su esplendor evolutivo en esta actriz mexicana llamada Eiza González. Ella es turbadora, perturbadora, más que turbadora... Estamos transitando un punto de inflexión fenotípico: si la gráfica se vuelve más convexa nos esperan varios siglos de humanidad mejorada y alucinante; si por el contrario se vuelve cóncava, puede que en unas 6 ó 7 generaciones las mujeres se empiecen a parecer a nuestras bisabuelas. De cualquier modo, mi generación degenerada ya no estará ahí para verlo. 

4. Conclusión: “El problema de los 3 cuerpos” ya lo habían cantado “The Alan Parsons  Project” en “Eye in the Sky”:


Yo soy el ojo en el cielo, mirándote.

Puedo leer tu mente.

Soy el creador de reglas, tratando con idiotas.

Puedo engañarte como a un ciego.





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Lo que queda del día

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"Lo que queda del día" es una obra maestra que siempre me jode el día cuando la veo. Supongo que me puede más la belleza que el desasosiego; el masoquismo de lo artístico que la paz de los insensibles.

No llego al llanto porque soy un machote ibérico y ridículo, pero siempre me pica la garganta cuando el señor Stevens, en la escena crucial, sorprendido en la lectura como si estuviera desnudo bajo la ducha, no le confiesa a la señorita Kenton que la ama. El mayordomo Stevens tardará veinte años en reunir otra vez el coraje, la gallardía, casi la honestidad, de confesarle sus sentimientos. Pero entonces ya será demasiado tarde y el destino se tomará su justa venganza. Es muy verdadero eso de que los trenes -los decisivos, los de larga distancia, no los cercanías ni los regionales- solo pasan una vez por la vida.

Cuando se cruza con Emma Thompson por los pasillos de Darlington Hall, Stevens finge ser medio autista o medio eunuco, quizá un asexual de esos ya tan raros por el mundo. Pero su trato distante sólo es un muro de defensa para no alimentar falsas esperanzas. Por la noche él la imagina desnuda para conciliar el sueño, y luego, por la mañana, se entrega al trabajo compulsivo para sublimar los instintos testiculares. Lo suyo no es dedicación, sino el abc del psicoanálisis.

El señor Stevens balbucea en el momento clave de la película. Se pone nervioso, cambia de tema, se balancea peligrosamente en la punta de su lengua, como un saltador de trampolín asustado. He visto la película seis o siete veces y siempre pienso que está a punto de arrancarse. Que le va a decir “te amo” aunque sea tartamudeando y con las tripas cocinando una cagalera. Un “te amo” que cambiaría su vida para siempre... Pero al final, como hacía yo en el instituto, como sigo haciendo todavía de mayor, Stevens se traga las palabras decisivas porque piensa que va llevarse un hostión definitivo, de los de no morirte del todo, que son los peores de todos. 

Stevens prefiere imaginar universos alternativos, inventarse excusas, refugiarse en la autocompasión. El señor Stevens ha decidido que es mejor vivir con la duda y vagar como un prefantasma por la mansión de los fantasmas.





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La comunidad

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Hace pocos días, en una tertulia de la radio, alguien sostenía que la cantidad mínima de dinero para vivir sin trabajar son dos millones de euros. El tipo -que no era economista, sino periodista deportivo- lo tenía todo calculado por si un día le tocaba el Gordo de Navidad o la herencia de una tía en Venezuela. Aseguraba que unos plazos fijos por aquí y unas letras del Tesoro por allá bastaban no para vivir como un marajá, pero sí para no tener que levantarse a las siete de la mañana y dejarse la vida en un empleo que a él ni le iba ni le venía.

Dos millones de euros son, curiosamente, traducidos al cristiano, 332 millones de pesetas, que son la cantidad exacta de dinero que Carmen Maura encontró bajo aquella baldosa de la cocina. Y estamos hablando de 332 millones del año 2000, con todo lo que ha llovido de inflación y de caradura de los empresarios. Así que fíjate: como para que la comunidad de vecinos no anduviera loca perdida tras las bolsas del dinero. 

“Prefiero el tiempo al oro”, cantaba Serrat en su himno de los locos. Y yo, que soy miembro de la cofradía, usaría esa pasta gansa para comprar tiempo de reloj y tiempo de calendario. Tempo para pasear, para leer, para ver más películas. Tiempo para tomar cafés en las terrazas. Y tiempo, también, para perderlo alegremente. Ser rico para convertir el tiempo en algo mío e inviolable. Para no tener que prostituirlo ante ningún empresario ni ante ninguna administración. Ser millonario no para vivir como tal, sino para quedarme a solas con mi tiempo, tan sagrado como los dioses de las escrituras.

Eso es lo que me más me jodía mientras veía esta obra maestra de Álex de la Iglesia (la única, por cierto, que ha parido): que estos imbéciles de la comunidad iban a dilapidar la pasta gansa como garrulos cejijuntos: en cochazos, en relojes carísimos, en vueltas al mundo sin sentido... Joyas y memeces. Abrigos de zorra y lujos de cabronazo. Gastos estrafalarios y presunciones de gañanes. Un puro despilfarro. 

(Sporting-Real Sociedad X: uno de los momentos míticos del cine español).





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Una cuestión de tiempo

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Viajar al pasado puede parecer un superpoder de la hostia, pero luego, metido en la harina de las paradojas temporales, te das cuenta de que acabarías loco perdido deshaciendo entuertos y cagadas. Ya lo dijo Ben, el tío de Peter Parker: “Cualquier gran poder conlleva una gran responsabilidad”. Y yo, desde luego, no la querría. O solo para eso que proponen en la película: ligarte a Rachel McAdams citándote con ella mil veces sin que ella se cosque de la estrategia, hasta dar con la conversación exacta y el gesto preciso que la predisponga a enamorarse. Y una vez conquistada, a tomar viento el superpoder, como quien se desprende de un reloj de oro oxidado.

Tiemblo solo de pensarlo si esta facultad de corregir tu propia biografía hubiera estado en manos de los Rodríguez de León y no de los Lake de Inglaterra. Porque en mi vida han sido innumerables los momentos ridículos, las meteduras de pata, las tonterías cometidas, las cagadas en el camino... Las cosas que dije y que me hubiera gustado desdecir, o corregir, o matizar. Los hechos que hubiera preferido deshacer, o enterrar, o borrar de los universos alternativos. Con este superpoder en mis manos -porque al parecer hay que apretar los puños para emprender los viajes temporales- me pasaría el día remendando y no viviendo. Sería un puto agobio. Un sinvivir. Viviría más, eso sí, porque podría repetir los mismos días hasta la extenuación, viviendo diez vidas en una, o mil, las que me diera la gana hasta que todo fuera perfecto, pero sé que al final me dejaría ir y navegaría junto a los demás en la única línea temporal que todos conocemos. Y que saliese el sol por Antequera.

Ligarte a Rachel McAdams -o su equivalente provincial- y poder hablar por última vez con los seres queridos: este súperpoder no sirve para mucho más. Y yo, en mi caso, ya ni eso. Porque siguiendo las reglas marcadas en la película, regresar a 1996 para despedirme mejor de mi padre significaría, que mi hijo, nacido después, ya no sería él, sino otro diferente, y eso sí que quiero dejarlo como está. Menos mal que hay cosas que no son verdad y además son imposibles. 




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Repulsión

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Mi amigo dice que si hubiera nacido tía buena -pongamos por caso, Catherine Deneuve en “Repulsión”- llevaría siempre una pistola en el bolsillo para defenderse de los cien fulanos que le acosarían cada día por las calles. Miles, dice él, si viviera en una ciudad más grande que este villorrio En eso mi amigo está con las feministas más radicales del panorama, que proponen la implantación de la Asociacíón Nacional del Rifle en España. 

A mí, claro, todo esto me parece una exageración. Desde el violador merecedor de un disparo -ese sí- al simple viandante que desvía una décima de segundo la mirada existe un abismo de maldades antropoidales. Es verdad que todos los hombres somos unos macacos en busca de jodienda, pero la mayoría no merecemos una Beretta puesta en los cojones simplemente porque el instinto nos hace una jugarreta en forma de ojo atrapado en la sima de un escote. También es verdad que hay ojos y ojos...

Yo sé lo que mi amigo quiere expresar con su boutade: que nacer tía buena es una potra evolutiva de la hostia porque te permite aparearte con los machos más interesantes de la especie: por guapos, o por ricos, casi siempre por ambas cosas, pero al mismo tiempo te convierte en objeto de miradas que tú no pides y que te incomodan la jornada. Hay tías buenas (pocas) que viven esta admiración como un halago constante que inflama su orgullo; otras lo llevan con más o menos resignación, y otras, directamente, fantasean con llevar la Beretta en el abrigo. O con tener un buen candelabro a mano, como Catherine Deneuve en la película, o una navaja barbera bien afilada escondida entre los potingues.

También es verdad que el caso de Catherine Deneuve no sirve mucho como referencia porque su personaje en "Repulsión" está como una puta cabra. Lo merezcan o no lo merezcan, ella mata a los hombres simplemente por ser hombres. Maormente porque le repugna el olor de su sudor. Dudo que mucho que las feministas propongan su canonización. Además, las feministas ya no ven las peliculas de Polanski.



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Nos vemos en otra vida

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Mangantes descerebrados como “Baby” yo conozco a unos cuantos en La Pedanía. Y ya ves tú, La Pedanía, que es como el 2% de Avilés... Mis vecinos -por llamarles de algún modo- también son gente del mundo marginal con medio dedo de frente mal medido. Gente con la que es mejor no cruzarse por la vida. Mis “Babys” también conducen su buga a todo lo que da, sin pensar en un posible atropello o en un choque frontal que los deje parapléjicos. Dejando aparte su defectuoso cableado neuronal, suelen ir pasados de rosca con alguna sustancia y además saben que hay un nicho ecológico de titis a las que molan cantidad.  

No puedes permitirte un solo roce con ellos, una mala mirada, un intercambio de opiniones... Explotan a la primera y llevan todas las de ganar. Y siempre habrá alguien -y los creadores de la serie tontean con la tontería- que intercederá por ellos y tratará de justificarles con argumentos sociológicos de parvulario: “Soy rebelde porque el mundo me hizo así, porque nadie me ha tratado con amor”.  Hay que joderse, con la canción de Jeannette.

¿Y esquizofrénicos como Trashorras? Pues también conozco a un par de ellos en La Pedanía. En este caso a un par de ellas, pero da igual. Gente así de zumbada ya sabemos que la hay en todos los sitios. Porque la locura, como la estupidez, no distingue de sexos, razas o religiones. 

Quiero decir que si Mina Conchita hubiera estado en estas montañas y no en las montañas asturianas habríamos sido nosotros -bueno, ellos, los pedáneos, que yo no nací aquí- los que hubieran salido en los telediarios del año 2004 y ahora serían recordados en esta serie que, por lo demás, va camino de ser la serie española del año: es tenebrosa, insidiosa, y tiene a este actor llamado Pol López que parece sacado del mismo puticlub donde Trashorras dilapidaba su pensión.

(Por cierto: yo, por más que miraba, no vi a ningún etarra en la función. Me he acordado mucho de aquellos días de 2004 viendo la serie. De cómo nos engañaron, o mejor dicho, de cómo quisieron engañarnos, porque solo los gilipollas creyeron a esos otros sociópatas que comparecían trajeados en las ruedas de prensa).





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Millennium: Los hombres que no amaban a las mujeres

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Gracias a las ficciones de Stieg Larsson supimos que en Suecia también había fachas esperando la llegada del IV Reich. Y fue toda una decepción, la verdad; una apertura de ojos forzada por dos bofetones de realidad. Cuando Stieg se nos murió y leímos sus crónicas periodísticas comprendimos que el facherío sueco también despertaba de su letargo, se infiltraba en el poder, aspiraba a pisar de nuevo las montañas nevadas... Los fachas influyentes y trajeados que aparecían en su trilogía no eran psicópatas de ciencia ficción, sino señores muy verosímiles basados en sus pesquisas. 

Antes de que Lisbeth Salander llegara a nuestras vidas para convertirse en un icono pop habríamos jurado que Suecia era territorio no friendly con el fascismo. Suecia, joder, era el paraíso de la socialdemocracia, el reino idílico de las suecorras. Habríamos apostado cien coronas a que allí los nazis eran una especie extinguida después de la II Guerra Mundial. Porque psicokillers los hay en todos los lados, y hackers de sexualidad bífida como Lisbeth Salander también, y aunque ambos personajes sean el cogollo de la trama, enrevesados y siniestros cada uno a su modo, en realidad no nos sorprendían tanto. Yo mismo tuve una amante que se creía Lisbeth Salander porque sabía de informática profunda, tenía veleidades lesbianas y poseía esa puta memoria eidética que sirve para aprobar una oposición mientras te rascas el chocho o los cojonazos. Lo realmente sorprendente del universo Millenium eran los fachas suecos, tan mitológicos como los comunistas de Las Vegas.

Recuerdo que cuando se estrenó la película en España había imbéciles que sostenían que aquí no existían los fachas porque no existían los partidos de ultraderecha. Los que leíamos los periódicos sabíamos que había unos cuantos y que militaban todos en el PP. Lo que no sabíamos es que había tantos -una puta plaga- y algunos tan próximos -en el círculo íntimo- cuando por fin se separaron de la nave nodriza. 






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La red social

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Cuando Facebook todavía se llamaba The Facebook y aún no había traspasado los ámbitos universitarios, un amigo le preguntó a Mark Zuckerberg si conocía el estado sentimental de Fulana de Tal para iniciar una maniobra de aproximación.

-No lo sé -le respondió Zuckerberg-. No la conozco lo suficiente. Las chicas no van por ahí con un cartel de "Disponible" o "No disponible".

Y en ese mismo instante, sin llegar a terminar la frase, traspasado por el mismo rayo de lucidez que electrocutó a Arquímedes en su bañera, Zuckerberg comprendió realmente para qué iba a servir Facebook, su niño bonito: no para conectar gustos y experiencias, no para hacer el mundo más grande, no para socializar ni para vender entradas de los conciertos, sino para conocer la predisposición sexual de las personas. Facebook sería una hermosa pradera de color azul donde desplegar la cola de pavo y bichear un poco al personal. La más antigua y poderosa de las intenciones humanas. Todo lo demás es perifollo y disimulo. 

Zuckerberg -que a decir de la película desarrolló Facebook para impresionar a una chica que le abandonó- comprendió que los usuarios iban a usar su herramienta para celebrar la danza de los sexos. Primero serían cien, pero si la cosa tenía éxito, luego ya serían mil millones. Los dólares también.

Hace unos meses, en Instagram, que es la hija bonita de Facebook ahora que la matriz original ya solo la usamos los carcas y los despistados, apareció una nueva red social llamada “Threads”. El algoritmo secreto detectó que yo escribo mucho y mal y me puso en contacto con otros fracasados de la novela: gente que se autoedita, que pena por las editoriales, que se queja de que nadie hace ni puto caso... Y yo me dije: hostia, qué raro, una herramienta cultural, de hermanamiento literario... Realmente una red social y no una red sexual. Pero el engaño apenas duró una semana. Ahora, ya presentados todos, hemos vuelto a lo de siempre: tías buenas que claman por un hombre de verdad y amargados literarios que exhibimos las plumas mustias a ver si alguien se apiada (sexualmente) de nosotros. En realidad, todo es el universo de Tinder expandido.





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