Forever

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Cameron Crowe: ¿Cree que existe un más allá, en el que quizá vuelva a ver a alguien como Izzy?
Billy Wilder: Espero que no, porque me he encontrado con mucha mierda en mi vida, y no me gustaría volverlos a ver. Sí, gente despreciable. Y me digo, ¡Dios Todopoderoso, menos mal que no tengo que volver a ver a ese tipo!

    De esto va, grosso modo, Forever. De la existencia de un más allá en el que te encuentras con gente que ya habías decidido olvidar. Es lo que le pasa a June, la pobre, cuando muere atragantada por una nuez de macadamia y en ese muermo de Cielo que es tan parecido a un extrarradio de Kansas City se topa con su marido muerto, el mismo que se pegó una hostia contra el árbol en su primera clase de esquí, tan sólo doce meses atrás.

    June, todavía viva, le lloraba desconsoladamente, incapacitada de pronto para la vida y para la alegría. Pero después de un año relanzando las industrias del kleenex y de la patata frita, de la chocolatina y de la novela de desamor, se redescubre a sí misma mujer libre y liberada, cuarentona que asciende en el escalafón de la empresa y se liga a tíos mucho más interesantes que su ex. Y lo más importante de todo: dueña plenipotenciaria de su casa para vendérsela a unos japoneses sonrientes y no poner el pie en ella nunca jamás, salvo en las pesadillas que traen las fiebres de la gripe. Adiós a los mosquitos, a las humedades, a las truchas y salmones que el difunto Oscar cocinaba con tanto amor como sosería.

    June se acuerda cada vez menos de Oscar, y cuando lo hace, piensa con íntimo alivio que tardará cuarenta años en reencontrarlo. Y que en caso de coincidir -porque él era un santurrón, pero ella un poco pendona- tal vez allí las cosas sean distintas. Porque es el Cielo, coño, el Cielo, y en tal lugar no sería admisible pasar la eternidad con la misma persona, sino ir alternándola con lo más granado del lugar, en excitantes y tiernas aventuras fuera del matrimonio: salir una noche con Mozart, o pegarse un polvazo con Paul Newman, o pasar una velada con el mismísimo George Washington. Quién sabe si probar el sexo con mujeres, o en grupo, o simplemente dejarse llevar por lo que ofrezca la cornucopia de la concupiscencia... Ese es el Cielo que June imagina para dentro de muchos años, más allá de la cama en el asilo, tan poco parecido a éste que de pronto se ve obligada a transitar, tan joven y tan poco preparada, con Oscar, el ubicuo Oscar, el inmortal Oscar, recibiéndola con su sonrisa bobalicona... 

    Ahí termina, por ir resumiendo, el segundo episodio de Forever. La cosa promete, va incluso para serie de culto, pero lo que sucede en los seis episodios restantes ya sólo es chalaneo, estiramiento, historia sin rumbo ni final. Que otros adictos a la series más preclaros os iluminen.



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