Tully

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(Todo lo que viene a continuación es un gran spoiler)

Lo que vienen a contar Diablo Cody y Jason Reitman en Tully -tirando de sarcasmo o de ternura según la ocasión- es que si tienes dos hijos pequeños, un bebé recién nacido, una casa que limpiar y un ajetreo de recados que atender, y tu marido nunca te ayuda porque se pasa el día trabajando fuera, y cuando llega a casa, después de devorar la cena que le has hecho con todo el mimo, o a toda hostia, según el talante con que te pille, se pone a jugar a los marcianitos con sus cuarenta añazos tumbados sobre la cama, y tú le suplicas con la mirada, con indirectas, con vaya día que llevo, cariño, no te lo puedes ni imaginar, pero el tipo no se da por aludido y sigue con los auriculares puestos y el mando de la Play en las manos, y por la noche tienes que levantarte cinco veces para calmar los lloros del bebé mientras él ronca plácidamente su sueño de marido proveedor, entonces, quizá, llegados a ese punto de desgaste, de desaseo personal, de domicilio cochino, de estrés emocional, de depresión inminente, de toma de conciencia de que esto no era el matrimonio prometido, el destino cacareado, quizá, tal vez, la única solución para que tu hombre se dé cuenta de tu ruina y tu desapego, de tu desamparo como mujer y como ama de casa, es volverte loca de remate, adentrarte en la esquizofrenia, crear una amiga imaginaria que eres tú misma a los veinte años e irte con ella de copichuelas a los bares de Nueva York, tan guapísimas las dos, cada una en su estilo, la jovencita y la MILF, a darse una alegría en el cuerpo si no hay mucho gañán en la barra del bar, y luego, al volver a casa, con las dos copichuelas ya citadas recorriendo las arterias, pegarte un buen hostión con el coche para curarte la esquizofrenia de un solo golpe -como Edward Norton se curó la esquizofrenia en El club de la lucha a fuerza de hostias- y yacer desamparada y herida en la cama del hospital para que tu marido -al que sin embargo quieres, porque es verdad que fuera de casa trabaja lo indecible y es un padrazo con los niños- tome conciencia de golpe del profundo desengaño que te carcomía por dentro, y poco a poco, día a día, vaya haciendo el esfuerzo de parecerse a ese “nuevo hombre” que llevan años anunciando las revistas para mujeres pero nunca acaba de llegar, como nunca llegó el Superhombre de Nietzsche, ni el Ser Flotante del año 2001, a no ser uno de esos cónyuges tan cucos y tan prácticos que sólo se crían en los países escandinavos, o en ecosistemas muy reducidos de los países civilizados, casi una especie exótica a la que habría que animar a reproducirse como los osos pardos, o los linces ibéricos.