Wind River

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Wind River es como Fargo, pero sin sentido del humor. En Wyoming, como en Minnesota, también hay mucha nieve en invierno, y en la monotonía del paisaje, medio sepultados por la nieve, y medio comidos por los coyotes, también aparecen cadáveres involuntarios que necesitan ser explicados. Pero el rollo de Taylor Sheridan no tiene nada que ver con los hermanos Coen, que a todo lo criminal le sacaban una ironía, una gota de vitriolo. Los personajes de Sheridan, por lo general, que yo recuerde, desde Sicario a Wind River pasando por Comanchería, nunca se ríen. Ni hacen reír. Todo es profundo y trascendente en sus parlamentos. No hay estúpidos que valgan, en este universo particular de los asesinatos. Hay malvados, vengadores, tipos retorcidos... Agentes de policía muy profesionales y concienzudos. Hay, incluso, en Wind River, un cazador de alimañas que hubiera encajado de puta madre en el universo melancólico de Doctor en Alaska. Pero estúpidos, repito, no hay ninguno. Y eso le quita cualquier posibilidad a la commmedia. Y le resta, también, algo de verosimilitud a las tramas, como si uno leyera una novela de diálogos afectados y quizá demasiado inteligentes.



   La vida no es ansí, que dirían los barojianos. La estupidez, la banalidad, la racionalidad alicorta, está presente en el noventa por ciento de nuestras decisiones, de nuestras parrafadas, y eso lo saben muy bien los hermanos Coen, que no es que subestimen al género humano, como dicen algunos, sino que lo retratan tal cual. Puro costumbrismo. Trabajo de calle. Taylor Sheridan, en cambio, prefiere enaltecer a sus congéneres, dotarles del don de la filosofía, de la reflexión, de la palabra adecuada en el momento cojonudo. Del lenguaje metafórico, incluso, cuando la metáfora, en la vida real, está reservada sólo para los poetas y para los pedantes. Y para algunos políticos refloridos, que recurren a ella cuando tratan de despistar al personal.


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