Fuera de juego

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Decía Bill Shankly –o dicen que dijo- que el fútbol no era una cuestión de vida o muerte, sino algo mucho más importante. Quizá exageraba, el viejo Shank, pero no demasiado. El fútbol nos impregna, nos define, nos atraviesa de la cabeza a los pies, como un rayo vallecano, o de otro sito. 

    Es como preguntarle a un cristiano por Jesucristo: lo irracional se apodera del mando a distancia. La fe, la tribu, la creencia en algo superior... El Cielo, o el Club, de nuestros amores. Da un poco lo mismo. Es la misma trampa del sentimiento. Esa metáfora tan socorrida del dios Balón no es ninguna tontería: los futboleros también tenemos nuestro bautismo en el estadio, nuestra comunión con el equipo, nuestra confirmación en la fe verdadera. Nuestro matrimonio para siempre. Es más fácil apostatar de Dios que apostatar del juego divino: la vida sin Dios tiene una explicación, como enseñaban los viejos griegos o Hawking el astrónomo, pero la vida sin fútbol todavía no la ha comprendido nadie. Aunque disimulen, esos ateos.

    Los futboleros somos convecinos, conciudadanos,  pero vivimos instalados en otro rollo. El fútbol se rige por otro calendario que no es ni chino ni gregoriano. Zaragozano, si acaso, para los del Real Zaragoza. Nosotros no empezamos el año en enero, sino en agosto, y no lo terminamos en diciembre, sino en mayo -o en junio si hay Mundial o Eurocopa. Y así vivimos, descabalados respecto a los demás, que hablan de años y de estaciones como ciudadanos productivos mientras  nosotros nos regimos por las pretemporadas, por los parones de la Champions, por el tiempo destinado a los fichajes, ajenos a los ciclos de la naturaleza y a las fiestas de los curas. 

Somos tan diferentes, y vamos tan a nuestra bola, que el matrimonio con alguien que no esté en el ajo, que no sienta los mismos colores, ya se considera legalmente mixto en algunos países muy avanzados: los nórdicos creo, o los holandeses, como si se casaran dos personas de religiones distintas, o de países distantes. Hay choques doctrinales o culturales menos insalvables que éste del futbolero con la no futbolera, o viceversa. No le queda nada al pobre Paul, y a la pobre Sarah, por mucho que se amen... 

El ménage à trois con el Arsenal va a ser de campeonato.