Después de un largo periplo por la historia, los sodomitas y los gomorritas -que tras la cólera de Yahvé vivieron su propia diáspora por el mundo- se instalaron entre el Océano Pacífico y la falla de San Andrés para reinstaurar el gozo de vivir y el placer de fornicar.
En esa Babilonia moderna vive ahora Hank Moody, el
escritor que añora vivir en Nueva York porque allí las mujeres son igual de
hermosas pero se ponen abrigos y jerséis para combatir el frío que sopla del
Atlántico, lo que entonces le permitía dedicarse a la escritura sublimando los
instintos.
En Neogomorra, en cambio,
las señoritas van muy ligeras de ropa, y además todas le encuentran irresistible y
dignas de sus dormitorios porque Hank Moody posee el jeto exacto, y el magnetismo, y
las pintas perfectamente descuidadas, y las oportunidades le brotan en cada
esquina y en cada semáforo como setas en el bosque. Moody -el muy jodido, y el
muy jodedor- se cayó en la marmita del mojo siendo un chaval y ahora ya no necesita
ni ponerse guapo para salir a la calle y provocar soponcios y extravíos.
Pero Hank Moody, en realidad, aunque a veces parezca inverosímil, no desea este destino que los dioses bondadosos le reservaron. Él es un polígamo a su pesar, casi forzado, de los que a veces se pone a follar con gesto de resignación. Un libertino que va de cama en cama mientras espera que Karen, el verdadero amor de su vida, reconsidere su opinión de mantenerlo lejos de ella. Moody sólo desea el amor de Karen en las tórridas noches del Pacífico, y mientras dura esa reconquista -que es dura de cojones- californica todo lo que puede para sustituir el pan por unas tortas de consuelo.
En “Californication” se folla mucho, es
cierto, pero sobre todo se ama. O se suspira por el amor. Lo del título es un
reclamo publicitario, un nombre comercial. El fornicio no es el meollo de la
cuestión aunque se quede grabado en nuestras retinas. El mensaje de fondo es
casi una ironía, una contradicción: Hank Moody, con todo el sexo del mundo
puesto a su disposición, sigue amando a Karen por encima de todas las cosas.
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