Ruby Sparks

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Uno escribe para que le lean. Los diarios íntimos son cosa de adolescentes tímidos o de escritores consagrados que entrenan el estilo. Escribir supone un ejercicio, un desahogo, un esclarecimiento de las propias ideas. Incluso un modo de ganarse la vida. Pero todo eso viene después, como consecuencia, no como causa. Escribir, en su impulso primario, consciente o inconsciente, confesado o inconfesado, es llamar la atención del prójimo. Y, más en concreto, si seguimos la pista de la selección sexual, de la prójima. Escribir es pavonearse, distinguirse, ponerse de puntillas para que le vean uno entre la multitud. El intento de demostrar que poseemos una inteligencia, una inquietud por la vida, cuando fallan los atributos básicos de la conquista: el atractivo físico y la simpatía natural. Ganarse el respeto de los hombres, y la admiración de las mujeres. Atraer clientes a nuestro puesto en el mercadillo, tan vacío de existencias como una tienda soviética de la Perestroika.

    En Ruby Sparks, el apocado Calvin ha olvidado las verdaderas razones de su vocación. Inflamado por el éxito de su primera novela, ahora que trata de escribir la segunda se cree un artista, un creador, un sublimador de los instintos, y las palabras gloriosas se enredan en su mente. Las musas, que no dan abasto con tanto escritor como anda suelto, no pueden atenderle, pero sí lo hará un demiurgo juguetón que convertirá en carne exacta, transustanciada, la descripción que Calvin hace de su personaje femenino: una chica guapa, jovial, que viene a alegrarle la vida y al mismo tiempo a complicársela. “Escribes para esto, imbécil”, viene a decirle el demiurgo.

    Calvin se ha convertido en un dios creador de la literatura. En un sentido literal. La Fantasía Masculina hecha realidad. “En nombre de todos los hombres: no nos falles”, le dice su hermano, muerto de envidia. Ruby Sparks –que así se llama el milagro de la carne- es su criatura. Hace exactamente lo que Calvin teclea en su máquina de escribir. Ella llora, o baila, o se vuelve loca de contenta. Calvin puede retocar lo que no le guste. Añadir nuevos atractivos. Morales y físicos. Quitar pegas y defectos. Todo vale. Ruby es plastilina hecha con bases nitrogenadas.  Y nunca se queja, porque no sabe… 

La mente se vuelve muy perversa en esta fantasía. La tentación es muy fuerte; el dilema moral, de la hostia. Ruby ha dejado de ser un personaje para ser una persona. Por fantástico que sea su origen. Y las personas tienen derecho a ser felices. A decidir por sí mismas. No diré tanto como libre albedrío -que es un engendro filosófico- pero sí algo parecido. Calvin, que es un tío con moral, lo sabe. Y ahí empieza su drama de escritor enamorado.