La cordillera

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El cuarto jueves de cada mes de abril, los americanos tienen por costumbre llevar a sus hijos al centro de trabajo. De paso que aprenden algo del oficio, y celebran una jornada de convivencia, los chavales confirman que papá y mamá no están en casa de otra señora, o de otro señor, desempeñando otras tareas...

    Había un sketch glorioso en Robot Chicken en el que un soldado imperial acarreaba a su hija el mismo día en que Luke Skywalker se cargaba la Estrella de la Muerte... En La Cordillera, Hernán Blanco, el presidente de la República Argentina, también lleva a su hija a la cumbre de mandatarios sudamericanos, que es un bochinche también muy galáctico en el que hay una Federación del Comercio, un Imperio del Mal y unas bases rebeldes de izquierdistas irredentos. Marina, la hija del presidente, es una mujer hecha y derecha que ya sabe de sobra a qué se dedica su padre.  Lo que pasa es que ella no está para muchos trotes, y prefiere permanecer en compañía. Sufre depresiones, amnesias, congojas. Su marido, con el que mantiene un cese temporal de la convivencia, ha amenazado al gobierno argentino con desvelar terribles secretos de financiación ilegal. Se ve que hay otro Bárcenas en el hemisferio sur que también se viste de esquiador cuando el nuestro se pone el bañador y viceversa...

    Temeroso de que Marina puede suicidarse, o irse de la lengua, el presidente Hernán quiere tenerla a su lado mientras negocia un acuerdo importantísimo con los otros presidentes. Con los yanquis, en especial.




    Hernán Blanco es el hombre común que llegó a ser presidente de la nación. El mandatario que de momento no conoce la crítica ni la mácula. Todos esperan de él un liderazgo, una clarividencia. Una decisión que convierta el Cono Sur en una potencia comercial libre de la influencia norteamericana. Pero nuestro hombre, mientras se celebra la cumbre, está a otras cosas. La presencia de su hija es perturbadora. Porque ella sabe, o sospecha, o recuerda, lo que los demás desconocen de su padre por completo. “

   El mal existe señorita Klein. No se llega a presidente si no lo ha visto un par de veces al menos”. Así le responde el propio Hernán Blanco a la periodista española. No estoy aquí por casualidad, viene a decirle. He pasado por túneles muy oscuros, y me he comido mucha mierda. Yo mismo he vertido mucha mierda para camuflarme, como los calamares. No soy un santo, por supuesto, pero no voy a confesarle a usted mis fechorías. Pero Marina, la hija, en el dormitorio de al lado, medio grogui por las pastillas, medio zombi por la hipnosis, trata de recordar…